Opinión
Cosecha del 24
Llegaron diciembre y enero, con el frío a las puertas de las casas y la niebla intensa pegada a los cristales de las ventanas (si salimos a la calle, nos acompaña con fidelidad): tiempo de balances. A ver cuál fue la limpia cosecha, después de pasar la zaranda. La revista El Cultural, editada en Madrid, sigue esa tradición: "Lo mejor de 2024". Abriendo marcha: "Letras. Poesía". Y ahí aparece, en el número 1, en lo más alto, "El que menos sabe", de Tomás Sánchez Santiago. No era de extrañar, me dice alguien del gremio. El volumen, "apegado a lo doméstico y sin embargo en los márgenes, ha conquistado a los críticos", asevera la publicación. (A los señores de la apreciación de méritos y a los lectores). Jordi Doce, en la reseña publicada en su momento, destacaba el afán del zamorano en "rastrear el oro entre la ganga, las flores del vertedero".
Es esa literatura que, con frecuencia, se halla en los bordes, orillas de muchas cosas, porque busca lo humilde, lo pequeño, lo sencillo. Lo poco importante en apariencia. Solo en apariencia. Los márgenes son afueras, o zona fronteriza. En ese espacio, quizá de insumisión pacífica, no se siguen instrucciones. El escritor enaltece lo cotidiano, contemplado de cerca. Salva lo pequeño. Rescata su belleza. Ahí está la vida más veraz, mitigadora como buen fármaco. Él, si está con los humildes, está en familia. En poesía, las bellas y lúcidas imágenes aúnan claridad y hondura (secreta labor del verdadero creador). La emoción que no se desgasta con el paso de los días. En prosa, de largo o breve aliento, la riqueza lingüística, el buen ritmo narrativo, la calidad impecable. La originalidad en el mirar. Todo eso expuesto con rica sobriedad. Sí, con sobria riqueza. Donde se trasciende la anécdota. De ahí surge la brillantez de manera natural. El magisterio natural, también.
Sánchez Santiago es dueño de un lenguaje tan propio y distintivo… Tan vigoroso como sutil. Tan académico como brillantemente heterodoxo, según se trate de esto o de aquello. Dotado de ironía y profundidad. Sabe (qué destreza…; perdón, qué sabiduría en la elección de las palabras) que la escritura también es una forma de aventura, ya sea en la cosmopolita Nueva York o en la recogida Zamora. Es un lenguaje que viene del pueblo, y él lo abrillante. Es decir, lo ilumina.
"El que menos sabe", publicado por Eolas Ediciones en el año que agonizó hace nada, es un libro de conocimiento (verdadera sabiduría). Se abre con "Las buenas intenciones" y se cierra con "Nana última" (hermosísimo recordatorio de la madre). Consta de medio centenar de poemas, donde nada falta ni nada sobra. Palabra. Son unos textos que alcanzan una alta calidad lírica, pero escritos con letras minúsculas: se trata de voces que vienen de la vida discreta y, como si las lavase y aclarase, después tienen luz propia. Brillan sin cegar. (Un acto de desobediencia, sí). Es la sabia sencillez (esa manera meditativa de nombrar y evocar) que, con frecuencia, canta lo que se pierde. Tomás Sánchez Santiago (hizo de lo local de "Calle Feria" algo universal) huye del ruido y de lo oficialmente revestido de importancia y se acerca a lo más verdadero, que siempre está en lo humilde. Sin darse importancia. Él, que tanto sabe. Cuando tanto se desoye, él escucha.
Un don. Que también habla de la alta claridad.
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