Opinión

Se acabó la fiesta

Luces de Navidad.

Luces de Navidad.

Estén tranquilos los lectores que no voy a escribir sobre Luis Pérez Fernández, conocido como Alvise Pérez, más exótico, entre otras cosas porque a este personajillo sí que su propia fiesta le ha durado tan poco que ni siquiera ha empezado cuando ya estaba finiquitada, cosa de la que, por cierto, me alegro.

Mi se acabó la fiesta viene a cuento de dos momentos estelares, festivos y breves que, sin embargo, hay en este largo e intenso periodo navideño: los segundos tras caer las doce campanadas y la noche de Reyes Magos. Los dos están unidos porque en ambas noches se despliega una amplia gama de deseos que, más allá de la salud, como me recordó una querida amiga, claro, abarca desde dejar de fumar a ir al gimnasio, pasando por adelgazar, ser más amables, darle importancia solo a lo que la tiene, dedicarnos más tiempo a nosotros mismos, o cambiar de trabajo y hasta aprender idiomas, así, en general. Y todo esto en medio del buen ambiente, una copa, incluso de más, y mucha ensoñación y hasta magia. Vamos, euforia a raudales, lo que es un pleonasmo como un castillo, porque menuda euforia sería si no fuese como si no hubiese mañana. Y está muy bien, incluso mucho diría.

Ahora que estás leyendo estas líneas verás que se acabó la fiesta y ha llegado la hora de la verdad, expresión muy taurina que alude a la llegada de un momento decisivo, que no es otro que el de cumplir todo aquello que nos prometimos al arrancar al año y que soñamos mientras los Reyes Magos iban cargando sus regalos, los nuestros también. Esta hora de la verdad, que debiera ser deseada para no posponer ni un segundo el poner en marcha tanto proyecto, se planta ante nosotros sin tanto acompañamiento, ni tanto alcohol, ni tanto jolgorio, nostalgia y ensueño como cuando formulamos nuestro compromiso de cambiar y hacerlo a mejor, mucho mejor. La hora de la verdad se planta desnuda y sin alharacas, pero con todo el tiempo para que nos pongamos en marcha sin dilaciones, trampas al solitario, ni gilipolleces.

Por eso se acabó la fiesta. Ahora nos toca a nosotros poner en marcha todos esos nuevos proyectos y deseos y, pese a las dificultades que sin duda habrá, no cejar en nuestro empeño por conseguirlos, porque, tal y como pensamos y hasta dijimos en ese ya lejano brindis en el nuevo año apenas nacido o poniendo las copas y dulces de rigor a los reales camellos mágicos, en conseguirlos ciframos ni más ni menos que nuestra felicidad para los tiempos venideros, que no es una nadería y que, si lo fuere, es la nuestra, así que razón de más para frenéticamente veloces ponernos a conseguirlos.

Si al final no lo hacemos, el año próximo por las mismas fechas volveremos a hacernos las mismas promesas y expresaremos los mismos deseos y sueños y así, quizás, pasará un año tras otro, con lo que se acabará la fiesta de manera definitiva sin haber conseguido que haya habido fiesta en nuestra vida.

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