Opinión | EL TRASLUZ
Ganas de vomitar
Como estoy saturado de información política y económica y social, toda ella de carácter fragmentario, este relato unitario y extraño de vida cotidiana atrajo poderosamente mi atención
Le pregunté al peluquero qué hacía con el pelo que se dejaban en el suelo los clientes. Me respondió que lo barría, lo amontonaba y lo prensaba para llevárselo el fin de semana a Ávila, donde poseía una casa con un huerto en el que cultivaba tomates, lechugas, cebollas, etc.
- Lo esparzo por el suelo -añadió- porque donde hay pelo humano no acuden los jabalíes a destrozarlo todo.
Como estoy saturado de información política y económica y social, toda ella de carácter fragmentario, este relato unitario y extraño de vida cotidiana atrajo poderosamente mi atención. Por la tarde, se lo conté a mi psicoanalista.
- Interesante -sentenció ella.
- No es interesante, es banal -dije yo-, pero de una banalidad original. Me compensa de la profundidad aparente en la que vivimos instalados.
- ¿Le gusta por eso, por su banalidad?
- Sí.
- ¿Solo por eso?
Me quedé pensando. Imaginé mis pelos, mezclados con el del resto de los clientes, esparcidos por el huerto abulense, formando un lecho sobre la tierra fría. La imagen me produjo un poco de asco. Solo un poco. Quizá mucho, no sé, mucho asco. Nunca había pensado en el destino de mi pelo sobrante. Supuse que el de las otras peluquerías iría al vertedero, junto a los despojos orgánicos, mezclado con mondas de naranjas y restos de pescado. Era más digno acabar en un huerto de Ávila, tierra de cantos y de santos, para decirlo todo.
Dimos fin a la sesión sin ninguna exégesis espectacular y volví algo inquieto a casa. Mi mujer me preguntó si me pasaba algo y le conté la historia, pero como si la hubiera soñado:
- He soñado que mi peluquero se lleva los pelos que corta a Ávila y los esparce por su huerto para espantar a los jabalíes.
- ¿Y qué cultiva?
- No sé, tomates, lechugas…, lo típico.
- O sea, que al abrir uno de sus tomates puede aparecer dentro un puñado de pelos.
Me dieron ganas de vomitar, así que regresé a los telediarios y a la sobreinformación fragmentada de la vida. En fin.
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