Opinión | Escalera hacia el cielo

¡Ándale, ándale, arriba, arriba!

Según Metroscopia el sesenta y nueve por ciento de los españoles ya no se siente protegido por el Estado

Ilustración

Ilustración / Pablo García

Uno de mis primeros recuerdos es en la guardería. De camino a su instituto, mi madre nos dejaba allí a mi hermano pequeño y a mí. Yo, como encargada de aquel súper bolso rojo tan chulo, que hacía juego con unas botas altas que ella tenía, así como de azafata del Un, Dos, Tres, bien surtido de pañales.

Aparte del vaso de leche a palo seco que nos hacían beber en la comida, había un niño rubio y grandote que se la tenía jurada a mi hermano. Gracias a ese pequeño gran matón aprendí temprano lo del ojo por ojo y lo del guardián de mi hermano.

De los siete pecados capitales, la ira es el único que me cuesta controlar.

En el colegio de monjas, aparte de ser capaz de leer y escribir antes que el resto, mi madre era catedrática de lengua y no se puede ir contra la genética, me hice amiga de la soledad obligada. Porque era la última alumna a la que venían a recoger. Había días incluso, que en el refectorio se escuchaba el himno de España previo al cierre de la emisión televisiva, y yo aún seguía por alli en plan Negu Gorriak, itxoiten, esperando.

«Si tus padres te pegan, algo habrás hecho» o «si tus padres te pegan, más les duele a ellos». Con semejantes enseñanzas, me inculcaron las esposas de Dios el respeto hacia los mayores. Los mayores sabían lo que hacían, miraban por mi bien. Los mayores siempre tenían razón, por eso había que aguardar a que acabaran de hablar y nunca interrumpirles.

Ahora reconozco que aquel adoctrinamiento se convierte en el caldo de cultivo perfecto para la tragedia. Cuando surge un pedófilo, el niño perfectamente enseñado entiende que el adulto es quien obra correctamente. No todos los adultos son pedófilos, obvio, pero si yo fuera un pedófilo, no dudaría en convertirme en profesor o monitor de colegio religioso.

Y todo porque la Iglesia sigue reincidiendo en el mismo viejo pecado: el del encubrimiento. Pidiendo perdón de cara a la galería, pero sobreprotegiendo a los pedófilos. Mandándolos, no ante la justicia, si no a un nuevo, alejado, seguro y anónimo destino.

Seguí creciendo, y del humanismo cristiano me mudé al humanismo marxista.

Contra Marx y el marxismo, como contra Schopenhauer y el pesimismo, no cabe juicio crítico ni refutación posible. Contra Marx no, pero contra esa supuesta izquierda, esa izquierdita 4.0, tan blandita como nefasta, tan progre como apegada a posturitas y postureos, contra esa izquierda woke y buenrollista caben todos los alegatos del mundo.

Esa izquierdita carente de ideario, código y conciencia, que por tanto necesita revestirse de mucha parafernalia, terminología, límites y apriscos mentales. El sexo como claro ejemplo. La mujer de esa supuesta izquierda tiene que ser muy emancipada y liberal en materia amatoria. Debe probarlo todo, y no decir nunca, jamás de los jamases, que no a nada. Así no podrá ser acusada de puritana, estrecha, mojigata, conservadora y discriminadora.

Mejor creer que hay un comité de expertos en Covid que al final no existía, que saber que la central nuclear funciona porque un pollo pulsa botones mientras pica las miguitas del donut de Homer Simpson

Obvio que no todos los wokistas son depredadores sexuales. Sostengo que si yo fuera un abusador, no dudaría en formar parte de esa izquierdita 4.0. Que propicia el caldo de cultivo perfecto para la depravación. El caso Errejón, donde el macho imponía y las hembras dóciles consentían, lo atestigua. Y no, la culpa no es del cis-hetero-patriarcado, si no de tanta pancarta y memez. Solo y borracho, no llega a casa ni Speedy González.

Niños, mujeres y viceversa. El ser humano es confiado, tiende a creer a pie juntillas lo que la autoridad dicta. Así nos va, por eso termina sucediendo lo que finalmente acontece. Ahí sigue el lodazal valenciano, donde nuestro Estado pluri lo que sea hizo aguas y le ha fallado estrepitosamente a la ciudadanía

Como volverá a fracasar ante una nueva pandemia o el siguiente cataclismo.

Y por esto mismo la gente se ha abonado en masa a Disney Plas y a un carpe diem perpetuo. De perdidos al río. Si el Estado miente, oculta, tapa, manipula informativamente, niega, falsea y tan sólo se protege a sí mismo, mejor perder el tiempo con un piolín que cree que ha visto un lindo gatito, que con esos 7291 pobres desgraciaos que es imposible dictaminar científicamente que se fueran a morir igual

Y por esto mismo, la última encuesta del 2024 para Metroscopia, confirmaba que el 69 por ciento de los españoles ya no se siente protegido por el Estado. Aunque en las últimas generales del 23 de julio del 2023, más del 70 por ciento colaborara votando. Quizás porque es menos desasosegante querer seguir creyendo que los políticos, al menos los de nuestro color, no nos engañan.

Como era más seguro creer que existía ese famoso comité de expertos en Covid, que al final se demostró que no existía. Como resultaría más cómodo no querer saber que aquel copiloto suicida de Germanwings sufría depresión y estaba en tratamiento farmacológico. La aerolínea sí que lo sabía, pero optó por pasarlo por alto. Y es que el turismo es sagrado.

Del mismo modo que preferimos suponer que la central nuclear de Springfield la controla un humano sensato y responsable, en vez de un pollo que va tecleando botones de manera aleatoria, mientras picotea las miguitas que caen de los donuts que engulle Homer Simpson.

Vivimos en una realidad esperpéntica y de chiste. Una realidad de parodia y escopeta nacional. Una realidad de telenovela y reality show. Una realidad de dibujos animados y de eso es todo, amigos. Así que ya saben: Feliz 2025, y no olviden supervitaminarse y mineralizarse. Lo vamos a necesitar.

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