Opinión
Navidad, todos los mundos en un mundo

Árbol de Navidad. / Ikea
Quizá sea justo eso la Navidad, sobre todo cuando se piensa en cómo viven estos días los niños y cómo los adultos recordamos nuestros días de infancia, aunque nos duela. Porque la realidad es que en estos días navideños hay mucho de retórica, de impostura y hasta de falacia, pero también hay mucho de verdad oculta tras nuestra apariencia de estar de vuelta de todo y de todos.
En estos días nos sorprendemos deseando felicidad al vecino que a duras penas saludamos en el ascensor el resto del año, nos dolemos de la soledad de quienes están solos, como el resto de días y de noches, y nos dolemos de la nuestra propia, como si Noche Buena, Fin de año, o Reyes no fuesen una noche más. Incluso los más seguidores del Grinch sienten que estas noches y sus días no son como los demás. De hecho, si lo fueran, no habría existido un personaje como él, como tampoco existiría esa sensación de nostalgia, y hasta de vacío, que se instala en cada uno de nosotros en estos días, porque no es fácil que no nos falte alguien, como nos falta todos y cada uno de los momentos del resto de los días, pero es que estos días no son como lo demás por mucho que queramos convencernos de lo contrario.
Y no se trata de que haya que cenar y comer algo distinto (que en las sociedades desarrolladas es misión imposible, porque todo lo tenemos justo cuando lo queremos) y ni siquiera que haya que dejarse atrapar por el consumismo de los grandes centros comerciales con su música navideña y sus luces más despampanantes. No es eso. O a lo mejor también es eso. Pero lo cierto es que no es fácil sustraerse a la ilusión, que es lo que preside todos y cada uno de estos días de Navidad.
Sea Papa Noel, los Olentzero y Mari Domingi vascos, o los Reyes Magos de Oriente, lo cierto es que hay en estos días un aroma de magia y de ilusión, esa que hace creer que los renos Dasher, Dancer, Vixen, Prancer, Cupid, Comet, Blitzen y Donner, capitaneados por el gran Rudolph, entrarán por las chimeneas de nuestras casas sin chimenea trasegando por caminos de nieve con un sol de veinte grados, lo mismo que harán Melchor, Gaspar y Baltasar, estos con camellos más anónimos que los renos de Noel, para beberse copas de anís y cubos de agua sin importar que vivíamos en un quinto y que, aunque tenga ascensor, apretados andarán reyes, camellos, pajes y regalos. Da igual. Estos días da casi todo igual, porque hasta los más fieles seguidores del Grinch, o los más acérrimos detractores de estas festividades judeocristianas, sucumben ante la sensación de felicidad que recorre cada esquina de cualquiera de nuestros pueblos. El mero hecho de tener que reivindicar la oposición a estos días supone asumir que estos días no son como cualquier otro.
Porque no lo son. Porque son días de reencuentro y recuento. Están lo que están y queremos celebrar su presencia, pero también queremos tener presentes a los que estuvieron, cuya ausencia, nos guste o no reconocerlo, se hace ahora más dura. Incluso nuestra soledad, la misma que ha sido única compañera durante todo el año, estos días se hace más densa, menos llevadera, menos cobijadora y más amarga. Y no porque sintamos que otros están acompañados, quizás hasta mal acompañados, sino porque nos sentimos más a la intemperie.
"De ninguna cosa es alegre posesión sin compañía" dice la vieja alcahueta Celestina. Y ahí está la magia de estos días. Unos, los más afortunados, que están cómo y con quien quieren estar, los vivirán como la máxima expresión de que la felicidad existe; otros, menos afortunados, como la ilusión de que la felicidad les sonreirá no tardando mucho. Esa es justamente la magia que envuelve estos días y por eso deseamos felicidad a diestro y siniestro, porque nos gusta que también nos la deseen a nosotros y a ver si hay suerte.
Estos días son de ilusión y por ello, como en la cabeza de los niños, todos los mundos caben en un mundo, en nuestro mundo. Porque igual que los niños no conciben que los renos o los camellos no se hayan bebido y comido lo preparado mimosamente para ellos, nosotros, los adultos, también sucumbimos a la ilusión de pensar que ahora, justo en estos días de bienaventuranzas y magias, serán posibles todos nuestros deseos y que por fin nos sentiremos como esos niños que al quitar el papel que envuelve un regalo encuentran que este es justamente el que habían pedido.
Mi madre decía que en la noche de Reyes había que apretar mucho los ojos para dormirse pronto, porque si no los Reyes no dejarían regalos. Así que cada una de estas noches yo aprieto los ojos, y muy fuerte, para que al amanecer pueda desenvolver el sueño trenzado en cada noche, incluso las de insomnio. Y mientras, sean felices estos días para todos.
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