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Opinión | Editorial

La Semana Santa de Zamora está por encima de personalismos y egos

Presidir una cofradía no es obtener una medalla ni subir peldaños en una imaginaria escala social

Un cofrade zamorano

Un cofrade zamorano / Jose Luis Fernández

Las divisiones internas, los egos y las luchas intestinas de poder han dejado a la Semana Santa de Zamora descabezada tras la dimisión de su presidenta, Isabel García Prieto, y toda su junta directiva. En bloque y sin previo aviso, la Pasión zamorana se ha quedado huérfana por rencillas enquistadas que impiden pensar en el futuro de una de las celebraciones más antiguas de España y que superó no pocos obstáculos hasta convertirse en una de las cinco primeras del país en alcanzar la declaración de Fiesta de Interés Turístico Internacional. Símbolo del orgullo de toda una ciudad y provincia, el bochornoso espectáculo que han protagonizado muchos de los responsables de la puesta en escena de la celebración deja a Zamora en shock y con un vacío difícil de digerir, aunque se barruntara desde hace ya meses que las discrepancias entre algunas cofradías y el consejo rector eran irreconciliables.

Una intrahistoria, las guerras de poder en el seno del consejo rector, que han padecido diferentes presidentes a lo largo de las últimas décadas y que ahora se ha cobrado a su última víctima, la primera mujer en acceder a la máxima responsabilidad de la Semana Santa, hace ochoaños. En 2022 revalidó el cargo con el apoyo de 13 de las 16 cofradías, tres organizaciones críticas con la gestión de García Prieto que, sin embargo, fueron incapaces de articular una alternativa para pelear por la presidencia. Las mismas hermandades, Buena Muerte, Santo Entierro y Vera Cruz, que obligaron al obispo a intervenir tras su estampada en la última asamblea convocada para aprobar las cuentas apenas dos semanas después de las celebraciones religiosas.Fernando Valera, duro, acusó de "deslealtad" a los representantes que se ausentaron de la cita anual, a los que advirtió que hay que tener "cuidado con gastar energías" en divulgar los "fallos" ajenos.Ahora, tras conocer la dimisión del consejo rector acorralado por la suma de apoyos al movimiento crítico, el prelado ha tomado personalmente las riendas, para tratar de solucionar "momentos difíciles" y ya ha comenzado a trabajar en la puesta en marcha de una gestora que pueda reflotar el órgano de cofradías hasta que se lleguea una candidatura de consenso para presidir la entidad.

Quien de verdad sienta esa vocación de trabajar desde la sencillez y los valores religiosos tiene delante la oportunidad de cambiar dinámicas anquilosadas en el tiempo y muy alejadas del espíritu que dio origen en el siglo XIII a las primeras manifestaciones populares

La guerra abierta entre las cofradías se ha endurecido por la ausencia del Museo de Semana Santa, hasta que finalicen las obras de construcción del nuevo recinto, y los problemas que se atisban para pasos emblemáticos de la Pasión Zamorana, como Longinos y el Centurión, si deben abandonar la Catedral con la edición en 2025 de Las Edades del Hombre en la capital. La demolición del antiguo Museo de la Pasión se acordó por unanimidad, la misma desde la que ahora se echan balones fuera cuando el coste de las actuaciones se dispara por encima de los diez millones de euros, y sin una empresa que se haga cargo de seguir con los trabajos antes del 11 de este mes, fecha límite para desbloquear la ejecución del proyecto. El equipo de García Prieto fue el encargado de poner sobre la mesa la necesidad de un nuevo espacio museístico, adquirir solares para la ampliación, lidiar con las trabas urbanísticas y, lo más importante, alcanzar el acuerdo político y económico de todas las instituciones, plasmado en el convenio de financiación de unas obras que se pagarán exclusivamente con dinero público a través de la Junta, la Diputación y el Ayuntamiento.

Los legítimos representantes de cada una de las cofradías tienen encomendada la misión de velar por el patrimonio religioso y contribuir a ensalzar la Semana Santa zamorana. Más allá, y como delegados de la Iglesia en la celebración, sobran las intrigas, las conspiraciones y tirar la piedra y esconder la mano. Existen cauces legales reglamentados para mostrar disconformidades sin tener que llegar a un espectáculo que avergüenza a los zamoranos. Presidir una cofradía no es obtener una medalla ni subir peldaños en una imaginaria escala social. Es una labor de servicio y de contribución sin nada a cambio, salvo la satisfacción de engrandecer las representaciones de la Pasión. Quien no lo entienda así debería dar un paso a un lado para poder recomponer una directiva que tendrá menos de nueve meses para engrasar la maquinaria de la Semana Santa. Y quien de verdad sienta esa vocación de trabajar desde la sencillez y los valores religiosos tiene delante la oportunidad de cambiar dinámicas anquilosadas en el tiempo y muy alejadas del espíritu que dio origen en el siglo XIII a las primeras manifestaciones populares.

La Semana Santa de Zamora vive una de sus mayores crisis y urge que salga reforzada para poder soñar con la excelencia.

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