¿Rumores, rumores, rumores decía Raffaela Carrá?

Salgan por donde salgan, lo cierto es que van aumentando de tamaño, cual bola de nieve

Los reyes Felipe y Letizia en el Teatro Real.

Los reyes Felipe y Letizia en el Teatro Real. / EFE

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

Salía, cual humo, por debajo de la puerta. Era tan tenue y sutil como penetrante. Solo llamaba a atención cuando hacía alguna de las suyas, ya que el resto del tiempo permanecía agazapado. Se trataba de un rumor. De esa cosa que alguien se encarga de fomentar y que llega a correr como la pólvora que llegó a Europa, desde China, para abastecer a los ejércitos. Dicen que fueron los árabes quienes la trajeron a España, allá por el S.XIII. Así nos pudimos enterar de que el carbono y el azufre ardían gracias al nitrato potásico. Pero los chinos lo sabían trescientos años antes, ya que fueron sus inventores.

El rumor carece de pruebas y de evidencias, quizás, por ese motivo no se sabe quién fue su inventor. Hay quien dice que fue Caín el que lo empezó a practicar en sus andanzas por el paraíso. Probablemente, para justificar el crimen que perpetró sobre su hermano Abel, quien al decir de sus padres era mas bueno que los "donuts" de chocolate. El crimen cometido por Caín fue por envidia, pues Dios prefirió la ofrenda de Abel (Carne y grasa de cordero) a la de Caín que debía ser vegetariano ya que se limitó a ofrecerle algunos productos del campo. Eso es lo que se dice de estos hermanos, dos de los ciento cuarenta hijos que, al parecer de algunos, llegaron a tener Adán y Eva.

Pues eso, que los rumores nacieron con el ser humano. Grandes páginas de la historia han sido escritas basándose en rumores, chismes, cuentos y murmuraciones. Como aquella de las lágrimas de Boabdil cuando le dijo su madre que llorara como una mujer lo que no había sido capaz de defender como hombre, refiriéndose al momento en el que los Reyes Católicos se hicieron con el reino de Granada. Frase que, en realidad, no fue escrita hasta tres siglos después por un sacerdote con la intención de ofrecer una semblanza un tanto meliflua del rey moro.

Los rumores, lo mismo salen por debajo de la puerta de un dormitorio, que por la columna de un periódico. Salgan por donde salgan, lo cierto es que van aumentando de tamaño, cual bola de nieve, hasta que llegan a hacerse tan enormes que resulta imposible desactivarlos. Y así van quedando prendidos en los girones de la historia como verdades absolutas.

Hasta la misma Raffaela Carrá nos lo cantó en aquel "rumore" con el que nos saludó a su llegada a España, dejándonos con las ganas de saber si se refería a "rumores" en español o en italiano, porque en el idioma de Umberto Eco "rumore" significa ruido.

Hace años, algunos periodistas decían que el rumor era la antesala de la noticia, pero ahora, según están las cosas, mas bien es la antesala de la descalificación, de la mentira, o de las fake news, que vienen a ser lo mismo. Aunque, de vez en cuando, haya rumores que terminan convirtiéndose en noticias.

Sin ir más lejos, llevamos tres años en los que no ha habido día en el que no escucháramos, viéramos o leyéramos en distintos medios informativos la llegada del futbolista Mbappé al Real Madrid. Cientos de informadores deportivos y miles de crónicas y artículos lo han venido asegurando por activa, por pasiva y por perifrástica. En ellos se precisaba el día, la hora y hasta la remuneración que el afamado deportista iba a percibir por sus servicios. Pero lo cierto es que el futbolista francés seguía y sigue jugando en su equipo, en París, viendo como avanzan las obras de reconstrucción de la Catedral de Notre Dame.

Cierto que este tema del futbolista es un tema que ni nos va ni nos viene. Que no tiene ninguna trascendencia para nuestro día a día. Pero no deja de ser un síntoma de cosas más importantes. Una señal inequívoca de que lo de lanzar rumores es cosa que se les da muy bien a mucha gente. Mejor no pensar en las patrañas que pueden estar saliendo todos los días por las alcantarillas de los partidos políticos o por la puerta trasera de los órganos de gestión de los distintos gobiernos.

Lo peor del caso es que aún queda alguien que llega a creerse todo lo que se cuenta, dice o escribe, por parte de fuerzas interesadas en que "lo suyo" salga adelante a cualquier precio.

Ahora están circulando por internet dimes y diretes a propósito de la relación matrimonial entre el rey Felipe VI y la reina Leticia. Pero, eso sí, sin ningún signo de pruebas o evidencias que lleguen a acreditar lo que afirman o insinúan.

Suscríbete para seguir leyendo