Siete días y un deseo

Y de repente llegó la oscuridad

Dependía de que alguien te ayudara a encontrar la luz, a caminar a tu lado

Una televisión con tecnología que le permite la recepción de señal en HD.

Una televisión con tecnología que le permite la recepción de señal en HD. / Pedro Dávila (Archivo)

José Manuel del Barrio

José Manuel del Barrio

Vaya cabreo tenía el otro día el señor Justino. Resulta que, como siempre, se levantó de la cama a eso de las 8, desayunó su tazón de leche con café y dos magdalenas, encendió la televisión y ¡zas!: el color negro era lo único que se veía en la pantalla. Con la paciencia que le caracterizaba, se levantó de la silla, se acercó al aparato para comprobar si los cables estaban enchufados, si la antena se había soltado…, pero no notó nada raro. Todo estaba como la noche anterior. "¿Pero aquí qué ha pasado?", le preguntó a Jacinto, el vecino de la esquina. Y Jacinto le contó todo lo que sabía sobre la TDT, la HD, la US y bla bla bla. Como Justino no entendía nada de lo que oía, lo único que le interesaba saber era si podía ver la tele o no. Y Jacinto, que no era un experto en la materia, le repitió lo de antes. Total, que finalizada la conversación vecinal, cada uno se marchó a su casa. Justino se sentó frente al televisor, que allí seguía con la pantalla en negro, y empezó a imaginar algunas de las cosas que vienen a continuación. Y si están aquí es porque me las contó el viernes, en el bar de un pueblo, cuyo nombre omito para guardar la intimidad del autor, un señor con dos dedos de frente, curtido en miles de batallas, paciente y preguntón, experto en torear los problemas de la vida y muchas cosas más que podía seguir escribiendo. Personas como Justino quedan pocas. Y por eso nos acompaña hoy, porque a veces salta la liebre donde menos se espera.

Como digo, Justino empezó a reflexionar frente al televisor, que allí seguía con la pantalla totalmente negra. Lo más sorprendente tenía que ver con la vida de las personas y, como en este caso, de las máquinas. "Las unas y las otras aparecen un día, pasan horas, días y años cumpliendo lo que se espera de ellas, tienen achaques muy de vez en cuando y, un buen día, todo se va al carajo", me soltó. Y prosiguió: "Cuando aparece la oscuridad, ¿qué puedes hacer? Si no tienes nada a mano o no eres un experto en conducirte por los recovecos oscuros de la vida, date por perdido". Como no estaba seguro de entender el misterio de sus palabras, le pregunté que si podía ser un poco más claro o incluso poner algún ejemplo. Y, ni corto ni perezoso, me puso tres: la depresión, la soledad no deseada y la muerte. Tres ejemplos que, según él, tenían que ver con la oscuridad. Una oscuridad que podía ser transitoria o permanente. Dependía de que alguien te ayudara a encontrar la luz, a caminar a tu lado o, como en el caso de los creyentes, de asumir que siempre hay algo más allá de la muerte física. Y dicho esto, no pude por menos que decirle a Justino que jamás se me hubieran ocurrido semejantes reflexiones al hilo de un televisor que, un día del mes de febrero, aparece con la pantalla totalmente negra. Salí del bar pensando en todo lo que había escuchado. Y aquí sigo, mientras escribo estas palabras para hacer frente a la oscuridad en la que, a veces, vivimos.

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