Zamoreando

Los despropósitos del ministro

¿Qué más tiene que hacer Marlaska para irse de una vez o que le echen?

Marlaska  a su llegada a la capilla ardiente de uno de los guardias civiles asesinados

Marlaska a su llegada a la capilla ardiente de uno de los guardias civiles asesinados

Carmen Ferreras

Carmen Ferreras

En cualquier otro país del orbe de la UE, el Marlaska de turno ya habría dimitido. Bien motu proprio o porque le hubieran invitado a abandonar su cartera. ¿Qué más despropósitos tiene que cometer Marlaska para irse de una vez por todas o para que le echen? Todo el mundo tranquilo porque no va a ocurrir ni lo uno ni lo otro. En el Gobierno de Sánchez no se va nadie, ni por dignidad, ni por vergüenza torera, y menos por vergüenza torera sabiendo lo que piensan al respecto del planeta de los toros.

De todas las polémicas, reveses judiciales, peloteras, desaires, injusticias y altercados protagonizados por Fernando Grande Marlaska, el episodio en el funeral del guardia civil David Pérez Carracedo, uno de los agentes de la Benemérita fallecidos tras embestir su frágil embarcación una potente narcolancha en el puerto de Barbate, es sin duda el que mejor simboliza la repulsa y la desaprobación a su gestión. Repulsa porque fue el ministro quien minimizó la institucionalización del narcotráfico en la zona, al desactivar la unidad de élite creada para luchar contra los poderosos clanes del Estrecho, de esto hace 16 meses, sin dar más explicaciones. Buen ojo el suyo. Desde la comodidad del despacho oficial se ven las cosas de forma muy diferente. Hay que pisar el barro, ministro, y aguantar la tempestad a pie firme junto a sus agentes. A usted también le pagan para eso, para dar la talla que no tiene, para estar al pie del cañón cuando sea preciso.

Y desaprobación porque, salvo acólitos, estómagos agradecidos y esa cohorte de lameculos que acompaña a los miembros del Gobierno, el resto de España desaprueba los constantes errores de un ministro que está más quemado que una brasa y que, no obstante, se niega a dimitir. Quizá por temor al día después, cuando vuelva a la carrera judicial, si es que vuelve algún día, donde hizo mejor papel que en este rol que ahora desempeña y que está cuajado de errores monumentales.

Todo el mundo, no he oído ni una opinión en contra, alaba el cuajo y el coraje de la viuda del agente asesinado, impidiendo que Marlaska le condecorase a título póstumo. Con una mano quiso lavar la otra, la que firmó la orden de desmantelar la unidad de élite creada para combatir esa lacra que campa a sus anchas por el Estrecho. La jugada no le salió bien. Se dio de bruces con una viuda coraje, como todas las esposas de los guardias civiles de España, que no dejó perpetrar la infamia.

Esta crisis, que lleva el sello inequívoco de Marlaska, es la enésima en su ministerio. Y sigue sumando despropósitos. El ministro del Interior lleva más de un año fuertemente desgastado por mucho que intente disimularlo. Sin embargo, ya digo, no se plantea dimitir. Es un verbo que no se conjuga en los tiempos pertinentes para este y para los pasados y presentes miembros del Gobierno de Sánchez. El Congreso de los Diputados debe hablar y hacerlo alto y claro, reprobando a un ministro que ha hecho del error su principal cometido ministerial y que, lejos de pedir perdón, cuando habla es sólo para arremeter contra la oposición por si salpica y mancha.

No tardarán en inventarse algún escándalo, alguna movida del tipo que sea para acallar voces, para ahogar con cuentos los gritos de angustia de las familias de los guardias civiles asesinados en Barbate, sólo que después de tanta infamia, de tanta injusticia, de tanto despropósito del ministro, como en el poema de León Felipe, la Guardia Civil se sabe todos los cuentos.

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