Buena jera

A los hombres de buena voluntad

¿Por qué no mantenemos todo el año la actitud y los buenos deseos de estas fechas?

Luces de Navidad: iluminación navideña

Luces de Navidad: iluminación navideña / Ana Burrieza

Luis Miguel de Dios

Luis Miguel de Dios

Resulta muy triste y llamativo que uno de los grandes mensajes bíblicos ("Y paz a los hombres de buena voluntad") solo lo apliquemos, y no siempre, en estas fechas navideñas. En cuanto se pasa el 6 de enero, se nos olvidan la paz, la buena voluntad, los excelentes deseos y otros aspectos de los que ahora presumimos, como las sonrisas, las caras amables y esos propósitos que casi nunca cumplimos. Parece como si la llegada y desaparición de Melchor, Gaspar y Baltasar pusiera fin a un periodo extraordinario, y positivo, para retornar a la "normalidad" y a una rutina que no acaba de gustarnos pero que no cambiamos. Y así un año y otro año y otro año.

Tal vez hoy no sea el día más apropiado para incidir en los componentes negativos de una sociedad que no termina de encontrar su rumbo, pero nunca estorba recordar que uno de los objetivos de nuestra existencia es (o debería ser) la búsqueda de la felicidad, el convivir con el prójimo sin violencia ni egoísmo. O sea, la paz y el desarrollo de esa buena voluntad hasta lograr las mejoras y los avances necesarios para que la tierra pueda parecerse al paraíso perdido, aquel que dejamos atrás cuando supimos que los Reyes Magos eran los padres y que, por tanto, gran parte de nuestras creencias, las más ilusionantes, eran mentiras. Por entonces, también comenzamos a saber que el mal existía y que comenzaba a acecharnos; los padres ya no podían protegernos siempre y de todo peligro. La buena voluntad y la amabilidad pasaron a un segundo plano, incluso suscitaron mofas, befas, regodeo, chistes. Se trasformaron en "buenismo" con toda su carga despectiva y peyorativa. No había que ser bueno porque los buenos eran tontos y no tenían futuro en una sociedad competitiva en la que solo parecían valer el cinismo y los navajazos. Había que ser "malo", prosperar como fuera, hasta pisoteando, y alguna cosa peor, al de al lado.

La pregunta obligada es: ¿hemos cambiado? O: ¿estamos en disposición de hacerlo? O: ¿al menos hemos asumido que así no vamos a ninguna parte? Tengo mis dudas respecto a las tres respuestas porque, en el fondo, no estoy muy convencido de que reinen la buena voluntad y los deseos de paz. Solo hay que mirar alrededor para comprobarlo. Con tantos avances de todo tipo (en la sociedad occidental, en el Primer Mundo, claro,), ¿alguien podría pensar en el lacerante y destructor aumento de las desigualdades y las injusticias con su consiguiente carga de hambre, miseria, mortalidad infantil?, ¿eran previsibles guerras como las que ahora arrasan Gaza y Ucrania por no hablar de otras mucho menos conocidas como las de Sudán, Armenia o Yemen?, ¿quién podía imaginar atentados terroristas como los protagonizados por Hamás o matanzas recientes como las de Praga o las tan frecuentes en universidades de Estados Unidos?, ¿qué sentido tienen?

Teólogos, pensadores o simples creyentes tendrían que tratar de buscar una explicación a las mortandades que causan las diferencias religiosas. Hay quien asesina en nombre de Alá, quien lo hace invocando a Jehová, quien dispara nombrando a Cristo Rey. Y en ocasiones lo hacen contra los de su mismo credo por cuestión de matices. Suníes contra chiíes; ultra ortodoxos contra sionistas; católicos contra protestantes. La historia está llena de matanzas de este tipo, pero da la impresión de que hemos aprendido muy poco o que, en los conflictos armados, no se dilucidaba tanto el poderío y la fe de cada dios, sino la lucha por el poder, la riqueza, la tierra. Y esa lucha no parece que vaya a desaparecer.

Y así, entre contiendas, armisticios y demás, hemos llegado al siglo XXI. Siempre que viene un año nuevo, y no digamos un siglo, nos invade la sensación de que se va a producir un cambio, que entendemos como mejoría. Pero el calendario lo inventamos los hombres; el tiempo sigue a su ritmo y no entiende de meses, lustros o centurias. Y tal vez por eso repitamos machaconamente los errores, los defectos, los pecados que frenan esas aspiraciones de acabar con el mal, de alcanzar la paz, de hacer que la buena voluntad acabe triunfando sobre la envidia, el resquemor y los deseos perversos siempre dirigidos, eso sí, al prójimo, al otro. A los nuestros que no los toque nadie.

No quiero amargar a nadie estas fiestas tan entrañables, especialmente esta noche y mañana, pero sí invitar a la reflexión y a pensar en quienes no pueden celebrarlas como nosotros. En eso consiste la buena voluntad. En eso y en llevarlo a la práctica.

Paz y pan para todos.

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