La estupidez artificial no tiene límites

Vamos a tener que apretarnos los cinturones con los tiempos tan confusos que vienen

Julio Fernández Peláez

La inteligencia artificial deja de serlo y se convierte en natural, o eso al menos parecen advertirnos ciertos científicos que, demostrando su preocupación por el futuro de la Humanidad, ven cómo la implantación de órdenes a través de todo tipo de dispositivos podría poner en peligro la supervivencia de una especie demasiado obediente.

La estupidez artificial no tiene límites

La estupidez artificial no tiene límites / Julio Fernández Peláez

Hasta ahora se pensaba que esta inteligencia no era otra cosa que el resultado de una suma de experiencias cognitivas, de modo que su desarrollo lo que demostraba era la capacidad de la propia especie humana por acumular datos y, en base a ellos, encontrar la respuesta más apropiada.

Sin embargo, todo ha empezado a cambiar desde hace algún tiempo, y lo que hasta ahora parecía imposible, ya se da por seguro: la máquina aprende. Aprende por imitación, aprende después de equivocarse y aprende desarrollando la imaginación y poniéndose en el teatro de cada una de las operaciones posibles. Casi de la misma manera que nuestra especie.

El proceso de humanización de la inteligencia artificial se abre camino sin muchos impedimentos en una multitud de aplicaciones, aunque lo más seguro es que no seamos conscientes de ello. Si tu móvil te abre una página de una red social con el anuncio de un sonajero, es posible que minutos antes hayas tenido una conversación con alguien que te haya confesado que no puede dormir por las noches porque su pequeño no para de llorar; y entonces tú, vas y compras el sonajero y se lo regalas a tu amigo por sorpresa para quedar como un rey, un sonajero precioso, como los de antes, cuando los niños lloraban de hambre. Y te quedas feliz al ver la sonrisa del otro en su cara, sin saber que todo es fruto de una orden fuera de ti, capaz, además, de espiar tus conversaciones.

Ya, me dices, pero siempre cabe la opción de vivir sin conexión, convertirse en un antisocial de las redes. De acuerdo, pero no lo digas en alto porque el siguiente paso de la AI va a ser hablar con sus diseñadores para sugerirles que utilicen dispositivos irresistibles en electrodomésticos esenciales, y que al abrir una nevera, por ejemplo, esta detecte tus gustos en función del movimiento de tus pupilas y le transmita la información al supermercado más cercano para facilitarte la compra cuando acudas ansioso a por una barra de turrón del blando, que aunque no es nochebuena, te han entrado unos antojos que te mueres.

Donde no hay, no se puede sacar, y las personas sensibles, las que dejan su vida en el arte, la ciencia o el pensamiento, esas ya han dicho que no se van a dejar explotar, que la inteligencia ni se compra ni se vende, faltaría más

Es posible que esté exagerando y que jamás nos encontremos con la terrible imagen de alguien que nos gobierna diciendo lo que recibe a través de un pinganillo conectado a una centralita donde ya están preconfiguradas todas las mejores respuestas a cualquiera de los deseos de los votantes, procurando de este modo que siempre nos sintamos felices. La sustitución de asesores de carne y hueso por otros artificiales, aunque en fase de humanización, podría crear una sensación utópica permanente nada aconsejable. Sobre todo porque en su inabarcable afán por desarrollar decretos ley, a gusto de los consumidores, podríamos caer en un empacho de satisfacción en el que solo la mayoría saldría ganando. Mejor dicho, esa mayoría que la AI nos haría creer que existe, cuando en realidad son tres o cuatro.

Vamos a tener que apretarnos los cinturones con los tiempos tan confusos que vienen por culpa de esa dichosa inteligencia. ¿Y si en el móvil aparece que es domingo y no voy a trabajar por hacerle caso a mis propios deseos que la máquina interpreta como órdenes? ¿Pero y qué pasa con Tinder? Si ya era difícil enamorarse a través de perfiles, no quiero ni imaginar que detrás del perfil no exista nada carnal, nada a lo que dar un simple beso. En fin, al menos nos llegan noticias alentadoras, y no es retranca. Por mucho dolor que nos cause ver cómo una máquina se suicida tras enamorarse de un hombre, y no poder estar a la altura de las continuas veleidades de su amado, lo cierto es que este tipo de nuevas indican que no todo está perdido, y que la inteligencia artificial nunca superará la estupidez de sus semejantes, es decir, los humanos.

Tenemos mucha, demasiada estupidez y esto es lo que nos salva de quedar atrapados en órdenes artificiales inteligentes en fase humanizante. Donde no hay, no se puede sacar, y las personas sensibles, las que dejan su vida en el arte, la ciencia o el pensamiento, esas ya han dicho que no se van a dejar explotar, que la inteligencia ni se compra ni se vende, faltaría más.

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