El problema que supone ir en sentido contrario

Los problemas de racismo y fanatismo en el fútbol deben erradicarse desde la base

Campaña contra el racismo en el fútbol

Campaña contra el racismo en el fútbol / SERGIO PEREZ

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

Eso es lo que, en principio, le pasó a un contertulio del café de los viernes ya que, respecto al tema sobre el que se centraba el debate, él iba en una dirección mientras el resto de los tertulianos lo hacía en dirección contraria. Le ocurrió lo mismo que a aquel conductor que, yendo por una autopista, veía como el resto de los coches se le acercaban de frente peligrosamente, estando convencido que eran los demás quienes circulaban de manera equivocada.

El citado contertulio había leído, escuchado y visto en más de una treintena de medios de información todo lo que se había escrito, hablado y mostrado, a propósito del caso del jugador de fútbol del Real Madrid, Vinicius, cuyas conclusiones venían a coincidir con las de todos los asistentes a la tertulia, menos con las suyas.

El bochorno protagonizado por parte del público que asistía al partido jugado en el estadio del Valencia C.F. ha hecho correr ríos de tinta. Y es que, de manera impropia para gente civilizada, parte del público insultó al citado jugador, utilizando términos racistas. Hasta ahí, el contertulio disidente estaba de acuerdo con lo que decían los medios, pero no tanto o, mejor dicho, nada de acuerdo, con lo de hacer una deriva, extrapolando el comportamiento de ese grupo de exaltados al conjunto de la sociedad española. Porque, racistas sin duda los hay en España, pero nadie ha mostrado estadísticas que permitan cuantificar su número.

El racismo, la homofobia y la discriminación por razones de religión o pensamiento político, no solo es censurado por la sociedad, sino que también están prohibidos por ley. Cosa distinta es que la ley se encuentre adaptada o no a las circunstancias actuales.

Desde la categoría de alevines a la de los juveniles o a la de los seniors, se producen hechos reprobables que no llegan a trascender

En el caso concreto del fútbol, indicar que, hasta el año 1973, aún en plena dictadura, no estaba permitido que jugaran en la liga española futbolistas extranjeros (salvo casos excepcionales) de ahí que resultara imposible que entonces pudieran producirse brotes racistas en los estadios. Afortunadamente, ahora existen más de 900.000 jugadores federados y más de 20.000 clubes de fútbol. Consecuentemente, habrá cientos o miles de practicantes de este deporte que pertenecerán a otras razas y religiones. Eso lo hace más diverso y complementario, aunque permita que ciertos desaprensivos encuentren un campo sembrado donde desatar sus odios y sus iras.

El caso de Vinicius, se ha tratado conforme a lo que es usual en el caso de una estrella millonaria del fútbol que se encuentra arropada por el potente club al que pertenece. Pero nada ha llegado a decirse de los casos de otros futbolistas, por el mero hecho de ser unos completos desconocidos, aunque sufran afrentas iguales o similares. Porque, desde la categoría de alevines a la de los juveniles o a la de los seniors, se producen hechos reprobables que no llegan a trascender. Y es que eso no llega a vender, ya que ninguno de esos chavales, ni de sus clubes, cuentan con un apoyo mediático suficiente.

El contertulio también decía que el problema no podía ceñirse a un estadio concreto de la Primera División, ya que la herida se encontraba en la base. Y es allí donde habría que empezar a actuar, implementando medidas relativas a la educación y al respeto que todos sin excepción se merecen. El objetivo no puede ser otro que el público se comporte según los cánones establecidos.

Por otra parte, quiso el tertuliano remarcar que, si el incidente de Vinicius en Valencia se redujera exclusivamente a un caso de racismo, esos mismos energúmenos hubieran repetido la misma actuación con otros tres o cuatro jugadores del mismo equipo (en este caso el Real Madrid) cuyos rasgos étnicos o raciales no eran muy diferentes a los de Vinicius. E incluso contra algunos jugadores del equipo de casa (en este caso el Valencia C.F.) que también contaba con varios jugadores de similar aspecto. De manera que, además del racismo, habría que incluir el fanatismo de determinados descerebrados que creyendo defender a su club lo que hacen es dejarlo en evidencia.

Lo cierto es que, desde tiempo inmemorial (el fútbol empezó a practicarse en el sigloXIX) el público se ha “calentado” en determinados partidos. De hecho, desafortunadamente, se ha normalizado la práctica del insulto, bien hacia el equipo contrario o hacia los árbitros, y de lo uno a lo otro solo hay un paso. Nadie se ha molestado en recordar a esos desaprensivos, ya sea por escrito, o por megafonía que, en el precio de la entrada, o del abono, no se encuentran incluidas tan deplorables prácticas y que alterar las normas tiene consecuencias. Cierto es que pueden animar a sus equipos y silbar a los contrarios, pero nada más lejos pensar que en el sueldo de los actores que saltan al terreno de juego, se encuentra incluida la obligación de escuchar un montón de barbaridades.

Otra observación que hizo el tertuliano fue la de que, por lo general, los exabruptos y desatinos de esa horda de insatisfechos van dirigidos en su mayor parte al jugador del equipo contrario que resulta más desequilibrante de cara al resultado. Y eso, en principio, nada tiene que ver con el color de su piel. Sirva como ejemplo (en este caso, mal ejemplo) el caso de Cristiano Ronaldo, jugador también del Real Madrid que no hace tanto tiempo escuchaba en muchos campos el grito de "Ese portugués, hijo puta es", por el mero hecho de ser un gran jugador con un carácter poco apreciado por determinada gente.

En definitiva, el tertuliano abogaba por aplicar medidas desde la base, para que llegara a sustentarse la pirámide futbolera: informando a los asistentes a los estadios de sus derechos, pero también de sus deberes, y aplicando la legislación oportuna al objeto de penalizar y castigar, en su caso, a quienes elijan el desprecio y el insulto como forma de comunicarse.

Y es que, al final, hablando se entiende la gente. Y en el caso de la tertulia mencionada también. De hecho, a más de uno de los asistentes, tras escuchar tales argumentos, les pareció que ya circulaban menos coches en sentido contrario.

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