Pedir tiempo al tiempo

Tenemos que acostumbrarnos a tomar decisiones en el aquí y ahora

Una mujer camina por la playa

Una mujer camina por la playa / CABALAR

Luis M. Esteban

Luis M. Esteban

A mi hija Gala, porque “no hay más tiempo que el que nos ha tocao”. Joan Manuel Serrat

El título que encabeza estas líneas se lo debo a mi hija y a una reciente conversación que tuvimos, de las muchas, por lo que me siento más que orgulloso no tanto por ser mi hija, que también, como porque es una buena compañera de este viaje que se llama la vida. Y es que hemos llegado a ese punto en que nos contamos lo uno y lo otro y lo nuestro sin tapujos, sin paños calientes y a bocajarro, que es la única manera de entenderse y no perderse en entelequias. Y en esas andábamos cuando surgió la frase.

Por respeto a mi hija, que es quien inició la conversación, y quizás a mí mismo, me disculpará el lector que no le describa la situación de la que devino. El caso es que apareció de golpe, no sé quién de los dos la emitió, y se hizo entre los dos un silencio profundo. No de esos que se cortan y hacen que el aire se espese como una lápida, sino de esos en los que los ojos se quedan fijos en los del otro, las bocas se aprietan unos segundos mientras se digiere lo dicho y tras esos segundos, eternos como debe de sentir el náufrago la consciencia de que esa será la última bocanada de aire que aspire, se rompió con un entrechocar de las manos y un "joder, es así".

Y es que lo mismo es así. O no, claro, que siempre se pueden sacar matices hasta de lo imposible, sobre todo si se trata de que nos cuadren las cartas del solitario que ya nos avisan de que no vamos bien y tendremos que hacernos trampas para que nos salgan las cuentas. Pero es que pedirle tiempo al tiempo es tan disparatado como pedirle a un olmo que dé peras. Y no solo es que sea disparatado porque va contra su natura, sino que en el caso del tiempo es una absoluta tragedia como no se tenga ojo avizor, porque, puestos ya a ensoñaciones, es más fácil que un olmo dé peras que el tiempo dé tiempo, porque iría hasta contra la misma razón. Y si la razón se pierde, lo único que queda es sufrimiento, eso con suerte, y mucha.

Incluso antes de la clepsidra babilónica de allá por el 1400 a.C., todos los mortales sabían que había algo que escapaba a la posibilidad de domeñarlo y lo sabían porque notaban en sus cuerpos, cuando menos, que hoy no estaban mejor que ayer y que, llegados a un punto, acababan muriendo sin más. Y habían dominado el fuego, los animales y hasta habían previsto cataclismos e incluso, ya en nuestros tiempos, habían conseguido que la esperanza de vida se ampliase hasta límites insospechados hace 100 años. Ya, pero no habíamos conseguido hacer, y mira que somos listos los mortales del siglo XXI, o eso creemos, que el tiempo se detuviese, aunque fuese un miserable segundo, un insignificante segundo para tomarnos eso que llamamos un respiro.

Las decisiones, trascendentes o no, habrán de tomarse sobre la marcha y asumirlas sin más, que ahí es en donde nos la jugamos, como en las machaconas cinco de la tarde lorquianas. Todo lo demás es pura ficción

El cuerpo humano es capaz de aguantar sin respirar dos o tres minutos, tres días sin dormir, tres a cinco días sin beber, ocho a veintiún días sin comer, pero no aguanta ni la menor de esas cifras sin derrumbarse cuando el pasar del tiempo y de lo que de él se espera le aplasta. Porque, a diferencia de hasta en las guerras, en donde hay una tregua, el tiempo no da tregua, ni respiro, ni otra oportunidad. Y no es que sea así de chulo ni de hijo de puta, o lo mismo sí que lo es y las dos cosas, pero es que su función es sencillamente pasar y hacerlo sobre los cuerpos, las almas, las emociones, los sueños y hasta la propia vida.

Así que tenemos que acostumbrarnos a tomar decisiones en el aquí y ahora. Luego podremos hacernos la sangre más o menos gorda al revisarlas, pero dará igual, porque no podremos volver atrás y mucho menos cambiarlas. Las decisiones, trascendentes o no, habrán de tomarse sobre la marcha y asumirlas sin más, que ahí es en donde nos la jugamos, como en las machaconas cinco de la tarde lorquianas. Todo lo demás es pura ficción. Ni el mar es el mismo en cada ola, ni el tiempo es el mismo cuando lo revisamos. Así que habrá que mimar nuestro tiempo porque no tenemos otro.

Quizás nadie que lea esta página me niegue la satisfacción que siente cuando, sentado en la playa, las olas le van acariciando la piel a pesar de ser consciente de que cada ola es distinta de la anterior, pero es probable que tampoco me niegue que esa sensación de paz no es la misma cuando revisa su tiempo pasado y, sobre todo, su tiempo vivido, porque no es lo mismo. Solo es vivido el tiempo en el que te sientes implicado y dueño de lo que haces con él y en él. Lo demás es un mero pasar. Ahí lo dejo y se lo dejé a mi hija.

Por eso, y vuelvo a la conversación con ella, pedirle tiempo al tiempo, que es lo mismo que concederle tiempo a quien te lo pide, acaba conduciendo al mismo punto. Cuando se haya agotado el plazo, será otro tiempo y será tan distinto que ya dará lo mismo no solo la razón por la que se pidió, sino incluso hasta la solución que se presente, porque fue en aquel tiempo cuando se buscaron respuestas, emociones, sensaciones, ilusiones y pasiones. En aquel tiempo que murió justo en ese momento de sentirlas.

Lo demás, pues será lo demás, y ya veremos.

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