Los sintecho

Transeúntes indigentes, contad vuestra peculiar historia a voces, que se sepa

Antonio López Alonso

Antonio López Alonso

Paralíticos, mutilados, idiotizados, sordomudos se abalanzan sobre los restos, el estercolero del mundo, los cementerios de los sin rostro; no saben, carecen de la más mínima seguridad de si van a poder comer algo hoy, beber un vaso de vino en las tabernas ociosas y escleróticas desperdigadas por los barrios periféricos de la ciudad, por las barriadas hacinadas de chabolas donde se consume con premiosidad coca y hachís y menudea por los suelos la aguja intravenosa. ¡Qué pavor; qué desarraigo esto del vivir, qué historia tan lenta y trabajada, qué abundamiento de mujeres y hombres desvalidos, cuánto hogar liberado de presencia. Cuchilladores de Albacete, afiladores de Galicia, canteros de Orense: ¿Os merece la pena tanto paso, tanto camino, tanto esfuerzo para venir a la capital del reino? ¿Pero no os dáis cuenta que el trato a recibir es el mismo? Por sus obras los conoceréis; pero, ¿qué obras? ¿Las vuestras? Merodeadores, rateros, maltrechos, desposeídos, indocumentados, temporeros, ¿pero no os dáis cuenta que os tratan como a perros, que sois como perros? Os achacan un misterio poético, un soneto, una soflama y no estáis para nada, muertos de hambre sois. Historia lenta, larga, trabajada, la vuestra.

Los sintecho

Los sintecho / Antonio López Alonso

Completadla; hay que sublevarse, iniciar la rebelión; pero una rebelión sin cuartel, a cuerpo limpio, como si empezara una guerra.

Deambuláis por las calles, por las sombras, por los metros, por los barrios marginados; rodeados estáis de un halo de compasión y de poesía; y una mierda.

Pordioseros, pedigüeños, vagabundos, poned pies en tierra y exigid vuestra parte del negocio de los tramposos de toda clase. Tanto roban que nada alcanza cuando tan abajo llegan vuestros pies por el asfalto, por las aceras.

Contad vuestra historia, desde tan vil aposento, a grito, a golpes, a manada de bandazos; si, poned los pies en tierra y con el tronco bien erguido, vocead, mujeres, hombres de recocido hedor y suciedad violenta.

Fogoneros, poceros, basureros, vendedores ambulantes, gentes entretenidas en la venta de bagatelas, en la recogida y venta de chatarra, trapío viejo.

Transeúntes indigentes, contad vuestra peculiar historia a voces, que se sepa.

A fuerza de palos anda el burro; como camináis a palos por las calles, desarraigados hombres (¿hombres?).

Nada añora en vuestros sueños porque sueños no tenéis; dejadme que os cuente una historia de invencibles donde los antihéroes ganan la batalla. Hay que formar un ejército de haraposos vestidos al aire, al vuelo.

Nada añora en vuestros sueños porque sueños no tenéis; dejadme que os cuente una historia de invencibles donde los antihéroes ganan la batalla. Hay que formar un ejército de haraposos vestidos al aire, al vuelo

Gentes hubo que maltrataban a gitanos, hojalateros, tan solo con mirarlos: los ojos a veces, se afilan y apuñalan.

Hay que acabar con la reventa; con esa perversa caridad –y mentirosa-, de los que tanto les sobra, vergüenza les debía de dar; también ellos al cutre de la choza, a la verbena sin música ni churros, a la chabola de ramas y papeles embreados de ladrillos y piedras de hojalata.

No donéis más sangre a las casas de estraperlo, pues puro oro rojo es: vida por encima de todo.

No descarguéis más camiones, descargadores a cuenta del arriero, en el mercado central y periférico que avitualla Madrid.

Gentes sin techo y de vida al raso, pared; ya está bien.

Tullidos, conformistas os han desnormalizado la vida.

Ya está bien.

Si quieren una historia para contarla en un libro, en un artículo, a vuestra costa, no os dejéis. Ni siquiera vuestra historia sirve.

No permitáis que nadie; ¿me oís? Que nadie cuente vuestra historia.

(*) Catedrático Emérito

de la Universidad de Alcalá.

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