Manual de cómo acabar con un hormiguero de la forma más fácil

Es curioso que los ecologistas, hoy, nos estemos preguntado: ¿pero dónde están los ecologistas?

Las hormigas podrían tener emociones e incluso sentimientos,  aunque no como nosotros.

Las hormigas podrían tener emociones e incluso sentimientos, aunque no como nosotros. / Maksim Shutov en Unsplash.

Julio Fernández Peláez

Julio Fernández Peláez

Al parecer hay una técnica para acabar con un molesto hormiguero de forma natural que consiste en cebar a las hormigas con arroz. Solo hay que echar abundante arroz cerca del hormiguero y esperar a que las hormigas lo acumulen en sus galerías. El arroz absorbe la humedad y el oxígeno de tal forma que las hormigas mueren asfixiadas, y problema resuelto.

Ciertamente había mucha gente que decía que llevábamos demasiado tiempo soportando a los molestos ecologistas protestando por casi todo, y esto era un problema. Así que desde algún lugar ignoto del capitalismo verde, y tras haber leído el “manual de cómo acabar con un hormiguero de la forma más fácil”, alguien pensó que lo que había que hacer era alimentar a las organizaciones ecologistas con sabrosos alimentos, es decir: con ayudas provenientes de fundaciones dedicadas a todo tipo de asuntos compatibles con los principios ecologistas y en contra del cambio climático: como por ejemplo el fomento del coche eléctrico.

Con el dinero recibido, y la conciencia bastante tranquila, estas organizaciones podían destinar muchos más recursos a estructura, es decir: a almacenar el grano con el que las fundaciones las estaban alimentando. Así, y ya con un volumen considerable, los peces estaban listos para picar el anzuelo y entrar en la cesta del pescado que podía ser luego consumido. ¿Qué organización se iba a atrever a criticar de forma tajante el modelo de despliegue de las industrias de energía renovable si realmente su subsistencia dependía de los propios pescadores que trabajaban para ellas?

El ecologismo está herido, y no por falta de activistas, sino porque este activismo es un trabajo agotador y sin reconocimiento que acaba desanimando a todo aquel que esté dispuesto a llevarlo a cabo

Pero el fin, recordemos, no era solo domesticar al ecologismo, sino procurar su autodestrucción. Y aquí entra la segunda parte de la técnica del arroz. Como resulta que dentro de estos movimientos la mayoría del trabajo lo realizan personas voluntarias y estas personas sienten y padecen como cualquier mortal, en el momento que pudieron comprobar cómo se destruían paisajes y entornos naturales en nombre de la salvación del planeta, comenzaron a hacer incómodas preguntas como por ejemplo: ¿pero bueno, de qué parte estamos?, preguntas que abrían la puerta a la disputa entre los intereses y los fines.

Mientras por arriba, las grandes organizaciones guardaban silencio, gracias al arroz, sobre el tema de la aprobación de proyectos y más proyectos, en terrenos de cultivo y en terrenos con un alto valor estratégico desde el punto de vista medioambiental, por abajo unas pocas personas se esforzaban en mantener una desigual lucha en contra de los gigantes de la electricidad, presentando alegaciones sin parar, dejándose la piel y el dinero de sus bolsillos en recursos de alzada, etc, etc.

Consecuencia de todo esto, ahora mismo el ecologismo está herido, y no por falta de activistas, sino porque este activismo es un trabajo agotador y sin reconocimiento que acaba desanimando a todo aquel que esté dispuesto a llevarlo a cabo. Es curioso que los ecologistas, hoy, nos estemos preguntado: ¿pero dónde están los ecologistas? ¿Por qué frente a un problema que afecta a todo el territorio nacional, tenemos que estar en provincias de esta manera tan precaria poniendo piedras a la barbarie que trata de llevarse por delante la biodiversidad de nuestros territorios?

El arroz ha hecho efecto y para volver a recuperar la confianza en nosotros mismos, habría que ponerse a dieta y rechazar cualquier oferta de cualquier fundación que trate de limpiar su imagen y sus impuestos mediante donaciones de apetitosos cereales.

El ecologismo es consciente de que el despliegue de las macro renovables es un error de magnitudes colosales, y que esto no era lo que se defendía desde un principio. El ecologismo sabe que renunciando a grandes metas, al tiempo que se rinde a soluciones milagrosas y fáciles, como es poner cuantas más placas solares mejor y da igual dónde, deja de ser ecologismo para integrarse en asesorías y empresas de estudios de impacto ambiental al servicio de las empresas del capitalismo verde.

El ecologismo está herido, y no por falta de ecologistas, sino porque la tenebrosa influencia de quienes llamándose ecologistas trabajan a sueldo completo para el enemigo. Si son ellos los que aparecen en medios públicos defendiendo nuestros valores, si son ellos los que transigen o incluso colaboran con consejerías y ministerios, pese a que desde el activismo de base no se comparta esta opinión, entonces estamos frente a un problema gordo, muy gordo, y este ecologismo maltrecho del que hablamos podría no solo romperse del todo sino desaparecer, engullido por las fauces que lo alimentan.

La sociedad, sobre todo la sociedad rural y la sociedad que ama los paisajes, el medio ambiente, las plantas y los animales, se pregunta: “¿Dónde están los ecologistas?” Y nosotros, los ecologistas, respondemos: “Estamos aquí, estamos aquí, con vosotros, tampoco nosotros queremos que se sigan explotando los recursos como si no hubiera mañana”. Pero nuestra voz es tan pequeña y está tan al fondo del hormiguero, y estamos tan solos, que nuestro mensaje apenas se escucha. Solo se escucha a la hormiga reina; pero esa, esa hace tiempo que ya no es ecologista.

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