La grandeza de la Semana Santa de Zamora peligra por las listas de espera

ZAMORA. NUEVOS HERMANOS DE NUESTRA MADRE

ZAMORA. NUEVOS HERMANOS DE NUESTRA MADRE / ANA BURRIEZA

Editorial

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Zamora vive ya inmersa en su Semana Santa, una celebración que, por primera vez en tres años, pone fin a cualquier tipo de restricciones impuestas por la pandemia de COVID. Retornan todos los rituales y las procesiones sin mascarillas. Los hoteles esperan volver a colgar el cartel de completo durante los días centrales de la celebración. La Pasión lo impregna todo en la capital zamorana estos días, en los que multiplica hasta cuatro veces su exigua población. Como tantas veces se ha repetido, la Semana Santa de Zamora amalgama fe religiosa, la raíz indispensable para su continuidad, pero también sentimiento y tradición.

Ritos y costumbres que se transmiten de generación en generación y que forman el tronco de ese árbol frondoso que tantos y buenos frutos cosecha año tras año. Los sociólogos señalan como característica acusada de la diáspora zamorana el fuerte sentimiento de vinculación que se mantiene, a pesar del paso del tiempo, entre aquellos descendientes que, sin haber nacido ya en la capital o en cualquier localidad de la provincia zamorana, identifican como propia la tierra de sus ancestros.

Gran parte de esa población flotante que llenará las calles durante estos días son zamoranos o descendientes de zamoranos que regresan a las casas de sus padres o abuelos. La tradición manda, pero no es un fenómeno espontáneo ni, mucho menos, se mantiene indeleble en el tiempo. El árbol debe regarse para que florezca cada primavera o se marchitará de forma irreversible.

Y la sequía, en este caso, viene provocada desde el interior de las organizaciones de las cofradías: las listas de espera alteran ese relevo generacional que garantiza las filas de hermanos y los cargadores para que las procesiones mantengan la brillantez que ha llevado a la Semana Santa zamorana al lugar que ocupa. Siempre hay que recordar que, cuando conseguir el marchamo de declaración de Interés Turístico Internacional exigía unos requisitos que con el tiempo se han ido relajando, Zamora se encontraba en el ramillete de las elegidas. En 1986, oficialmente, la Pasión zamorana se incorporó al selecto grupo que formaban con ella Sevilla, Málaga, Valladolid y Cuenca.

Coincidía, casi, en el tiempo con el despegue de una celebración que llegó a correr serio peligro a causa de la emigración. Y ese auge experimentado, sobre todo, a principios de la década de los 90, con aportaciones económicas que nunca antes se habían visto en una Pasión acostumbrada a pelear hasta la última peseta de las de entonces, tuvo como efecto una efervescencia inusitada en el seno de las cofradías. Llegaron grupos escultóricos nuevos, los pasos que iban a ruedas se pusieron a hombros. Nunca antes se vieron tan pobladas las filas de hermanos y cargar bajo un banzo se convirtió, más que nunca, en un honor por el que merecía la pena esperar.

El éxodo juvenil comienza, muchas veces, en plena adolescencia. Y en la espera, la atención de los chavales deja de girar en torno a la cofradía en la que soñaban desfilar de pequeños

Pero esperar se ha vuelto un verbo a conjugar con demasiada frecuencia en el entorno semanasantero. El modelo impuesto desde la creación en hermandades como las Capas, que limitaba desde el principio la salida de hermanos, se extendió a las cofradías de más reciente creación. Y las históricas cerraron también el paso a las nuevas incorporaciones. La endogamia incluía, por supuesto, el acceso a las mujeres. En la mayoría, una apertura que requirió de “baculazo episcopal” mientras otras hermandades de celebraciones de peso de la geografía española las incorporaban como parte de la evolución social que siempre ha sido una constante en la historia de la Semana Santa de Zamora.

Porque la tradición también se hace. Y, al paso de los años, algunas cofradías empiezan a experimentar en carne propia las consecuencias. Los niños y niñas que ahora “juegan” desde la guardería y el colegio con las procesiones que colorean las calles en los días previos a la Pasión deben convertirse en cantera desde edades tempranas. Las esperas de hasta varias décadas para incorporarse como cofrade de pleno derecho suponen un paréntesis peligroso. La emigración sigue fustigando con fuerza la demografía zamorana. El éxodo juvenil comienza, muchas veces, en plena adolescencia. Y en la espera, la atención de los chavales deja de girar en torno a la cofradía en la que soñaban desfilar de pequeños. Cuando les llega el turno, no son pocos los que reciben la noticia del alta con indiferencia o desinterés. Ese cordón umbilical forjado por la costumbre familiar se rompe en medio de la fragilidad de una sociedad que ofrece estímulos de sobra y de toda clase a los más jóvenes. No nos engañemos tampoco apelando al sentimiento o la fe religiosa, por mucho que esa sea la base imprescindible de las hermandades: las iglesias vacías, la falta de vocaciones son la prueba evidente, aunque ese es problema para otro debate.

De lo que se trata ahora es de urgir a las cofradías a que eliminen esas listas de espera. Porque se empiezan a ver dolorosos huecos entre las filas incluso después de incorporar a las mujeres. Cofradías históricas hacen llamamientos a través de las redes sociales en busca de nuevos hermanos y hermanas. Hasta corren los rumores de que, de no remediarse, en pocos años habrá pasos que tendrán que volver a las ruedas, por falta de gente realmente preparada para cargar con el peso de un grupo escultórico. Una circunstancia que en otras ciudades del sur ya experimentan y que pretenden superar pagando a los costaleros. También aquí se pagaba a los cargadores hasta la década de los 30 del siglo pasado. Hasta que se institucionalizó el modelo zamorano de Semana Santa como símbolo de comunidad.

Si la Semana Santa desfallece en la calle, ni el más suntuoso y avanzado de los museos será capaz de igualar lo que Zamora vive y respira en sus días más grandes

Nadie quiere volver a los tiempos de penuria, por honor a la grandeza de una celebración que es parte de las señas de identidad colectivas. Y existen soluciones como la aplicada, esperemos que no demasiado tarde, en la Hermandad del Yacente, con el nombramiento de hermanos eméritos para dar paso a nuevas incorporaciones. En otras latitudes y hermandades señeras, como la del Gran Poder de Sevilla, los cofrades llegan a 17.000, aunque se establecen normas para que procesionen poco más de 2.000 hermanos. Las directivas de las 16 cofradías zamoranas saben de sobra que nunca desfilan todos los que figuran como hermanos. Hay que dar la oportunidad para no morir autofagocitados por las rentas de éxitos pretéritos. Porque si la Semana Santa desfallece en la calle, ni el más suntuoso y avanzado de los museos será capaz de igualar lo que Zamora vive y respira en sus días más grandes.

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