La Semana Santa bajo la carpa de la dignidad

Pese a ser menos habitantes en la provincia y en su capital, le sobran hombros para cargar pasos y cruces

ZAMORA. CARPA SEMANA SANTA

ZAMORA. CARPA SEMANA SANTA / ANA BURRIEZA

Laura Rivera

Laura Rivera

Los pasos de la Semana Santa que están este año cobijados bajo una carpa provisional instalada para facilitar las procesiones, me ha llevado a reflexionar sobre el dicho de que el hábito no hace al monje aplicado a esta celebración de nuestra ciudad, que mantiene la misma dignidad aunque se haya quedado sin el "hábito" que la revestía del viejo y entrañable Museo. Ese traje que se había quedado corto para albergar las emociones que desfilan en procesión por las calles de esta ciudad de muralla cada vez un poco más despejada por el empeño del actual ayuntamiento, y que también fue rebosada por su crecimiento en tiempos pasados, aunque hoy esté de capa caída en cuanto al número de habitantes.

Por supuesto que no me estoy refiriendo con la "capa caída" a la característica procesión de las Capas Pardas del Cristo del Amparo, que cada año tiene más demanda de cofrades, para más zamoranos y zamoranas necesitadas de amparo ante la despoblación. Ni tampoco a la Semana Santa a la que, pese a ser menos habitantes en la provincia y en su capital, le sobran hombros para cargar pasos y cruces, manos para portar hachones, aliento para interpretar las marchas musicales y pies descalzos aguardando en interminables listas de espera a ser aceptados para desfilar. Y zapatos -que duelen por recién estrenados- de plantón en las aceras esperando en primera fila que venga la procesión.

La Pasión de Cristo no es menos respetable ni menos admirable porque esté bajo una sencilla carpa. Al contrario. Seguramente Cristo recordará sus orígenes: que se llamó Jesús y nació en un pesebre.

Está demostrado por la realidad que la despoblación no ha afectado a la celebración de la Semana Santa ni en el pueblo más pequeño de la provincia. Porque los zamoranos y zamoranas que viven en otras tierras han mantenido viva esta celebración en su corazón, y siguen comprometidos con sus hechos volviendo a cargar y acompañar al Cristo, a su Virgen, a su romería, a su fiesta, a su tradición y en definitiva, a su pueblo. Sí, ese pueblo donde no hay ni escuela, ni médico, ni bar, ni tienda, ni secretario para los papeles, ni banco para sacar dinero. Pero hay Semana Santa. Y ya se las arreglará el cura que atiende cada vez a más pueblos para salir en procesión, ¡como si no tuviera bastante con procesionar de pueblo en pueblo cada domingo y fiesta de guardar!

Y si esto ha pasado en los pueblos y ciudades más pequeñas, en Zamora capital tampoco va a quedar deslucida la Semana Santa porque se haya quedado sin el "hábito" del Museo que se ha quedado pequeño, para hacer otro más grande. Porque de la misma manera que se encontró albergue durante todo el año para todos los pasos en esas iglesias -¡será por falta de templos!- los semanasanteros zamoranos han demostrado que saben adaptarse a las circunstancias adversas sin perder por ello ni un ápice de dignidad.

Esa dignidad del cuidado y el respeto con la que han cargado los pasos y todos los elementos significativos de cada cofradía desde el lugar donde están albergados hasta la carpa que los va a acoger durante esta semana ampliada, haciendo de cada traslado una verdadera procesión que realmente ha anticipado la Semana Santa a las semanas anteriores. Y que la prolongará tiempo después cuando vuelvan a su lugar con el mismo cuidado, con el mismo respeto y con la admiración renovada de quienes se vean sorprendidos en las calles por esa Semana Santa improvisada que surge cuando un cargador se coloca bajo el paso y cuando una persona zamorana lo ve pasar. Esa devoción, religiosa o laica, de respeto y admiración.

La carpa que se ha instalado para albergar los pasos no ha restado ni un ápice de dignidad a la Semana Santa ni la ha convertido en un circo en el sentido peyorativo del término. Porque el circo es ese lugar en el que unas personas trabajan bajo una carpa para entretener al público con sus acrobacias, malabarismos y chistes de payasos para hacer reír: un trabajo honrado y respetable, que también está de capa caída. El circo y el trabajo honrado.

Ese trabajo honrado como el que defendieron bajo unas carpas y en una acampada durante varios años en la Castellana de Madrid los empleados de la multinacional Sintel que perdieron su trabajo, muchos de ellos en esta Zamora que se despoblaba. Su carpa se llamó Campamento de la Esperanza y era de la dignidad.

Campamentos de la dignidad bajo carpas, como el que acogió a las marchas de la dignidad de 2014, que confluyeron desde todos los lugares de España en Madrid para reivindicar derechos sociales y laborales.

O campamentos de la dignidad bajo una carpa que se llama jaima como las del pueblo saharaui que no se rinde aunque siga viviendo en campamentos.

Tres ejemplos que demuestran que el hábito no hace al monje. Y otro que vivimos los escasos militantes de izquierda unida de esta provincia, cuando tras un fracaso electoral que había sido precedido por un pequeño éxito cuatro años antes, tuvimos que volver desde el "hábito" de la calle de Santa Clara al de la sede del Mercado, mucho mejor situada como decía el compañero Gabriel Guijosa porque estaba encima de un asador de pollos llamado "El rey del Pollo". Y como decía él nos lo ponían muy fácil: "abajo en rey (del pollo), y arriba la república (nosotros)". Aparte de los recuerdos entrañables de aquellos años, el hábito de una sede más céntrica y vistosa no nos llevó a ser más y crecer. Pero tampoco perdimos la dignidad cuando tras las elecciones dijimos que no teníamos dinero para pagar esa sede, y volvimos al Mercado, cargando nuestras fichas, papeles, cartelería, pancartas y elementos de desfiles en nuestras procesiones que se llaman manifestaciones.

Mantuvimos la dignidad como lo hace nuestra Semana Santa aunque sus pasos estén bajo una carpa y sus procesiones salgan de una carpa. Como lo han hecho con el digno y respetuoso traslado hasta la carpa que nos ha adelantado los desfiles procesionales.

La Pasión de Cristo no es menos respetable ni menos admirable porque esté bajo una sencilla carpa. Al contrario. Seguramente Cristo recordará sus orígenes: que se llamó Jesús y nació en un pesebre. Su madre recordará los buenos años de la infancia de ese niño que no era como los demás y se enfrentaba a los mercaderes del templo. Sus amigos y amigas que le admiraban recordarán que no tenía más ambición que cambiar el mundo y que eran bienaventurados por pobres y sencillos. Y todos harán de su nueva ubicación una carpa de la dignidad.

Desde allí salen muchos pasos este año. Si no llueve.

Y si lloviera, el campo nos lo agradecerá con la dignidad del que florece, da frutos, y sobrevive a los incendios. Dios lo quiera.

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