La peineta, el presidente y la mala educación

¿Gesto casual sin ninguna intención?

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

Resulta que estaba yo a la puerta del hospital y vi como un hombre se cubría un ojo con una toalla que envolvía unos cubitos de hielo. La aproximaba lo más posible con la vana intención de que le bajara la hinchazón o, al menos, que no se le pusiese demasiado morado el derrame que, sin duda, iba a aparecer en cualquier momento. Me interesé por su situación y vino a decirme que había sido consecuencia de un incidente.

La cosa había comenzado cuando conducía su coche por la carretera de Tordesillas. Antes había visto por la tele una escena en la que el presidente de una comunidad autónoma había hecho una “peineta” a una procuradora socialista en el parlamento regional. También había leído en un periódico que el partido al que pertenecía el presidente “no negaba que el gesto soez existiese, aunque lo consideraba un gesto natural, desmintiendo que fuese una falta de respeto”. El caso es que, en un adelantamiento brusco y peligroso por parte de otro conductor, mientras ambos circulaban por la carretera de Tordesillas, decidió hacerle ese mismo gesto, el de la “peineta”, sacando el brazo por la ventanilla.

Quiso la casualidad que, más tarde, los dos conductores coincidieran en parar a comer en el mismo pueblo, y el destino que eligieran el mismo restaurante. Allí, sentados mesa con mesa, el otro conductor le miró de soslayo varias veces tratando de identificarlo, y él, ingenuamente, le repitió el gesto. Lo demás cualquiera puede llegar a imaginárselo.

Posteriormente tuve oportunidad de ver en un telediario como el presidente autonómico abandonaba la sala dejando a su espalda a una procuradora socialista que antes le había afeado que abandonara el hemiciclo mientras ella defendía a las personas celíacas. Fue en aquel momento cuando el presidente hizo ese gesto que no parece muy probable que obedezca a un afán de rascarse el brazo al estilo de Luis XIV, aquel que decía que el Estado era él. Aquel delfín de Francia que le seguía la marcha a una esposa, como Madame de Maintenon, de la que se había enamorado como un becerro. Una mujer que a los 17 años prefirió contraer matrimonio con un poeta 25 años mayor que ella, casi paralítico, a tener que ingresar en un convento.

Prueben ustedes a dejar erecto su dedo corazón, manteniendo los otros cuatro recogidos, y verán como no es fácil conseguirlo. Observarán que adoptar tal posición de la mano es más bien difícil, al menos en mi caso, quizás debido al poco entrenamiento.

Quizás tenga algo que ver la cosa con lo de la “erótica del poder”, esa de la que todo el mundo habla, pero que nadie llega a explicar muy bien

Quizás tenga algo que ver la cosa con lo de la “erótica del poder”, esa de la que todo el mundo habla, pero que nadie llega a explicar muy bien. Para muchos, la intensa atracción, placer o incluso excitación, que puede provocar en las personas el poder, en un sentido amplio. Y es sabido que lo de la erótica tiene algo que ver con las erecciones, ya sean de un dedo, o de la parte opuesta a “salva sea la parte”.

El presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco (PP), haciendo la peineta en las Cortes cuando se iba del hemiciclo y de espaldas a una procuradora del PSOE.

El presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco (PP), haciendo la peineta en las Cortes cuando se iba del hemiciclo y de espaldas a una procuradora del PSOE. / EFE

Solo el presidente del dedo erecto puede saber lo que quiso transmitir con tal gesto, pero lo cierto es que no da la impresión de que se haya llegado a percibir como algo halagador hacia la persona a la que iba dirigido.

¿Gesto casual sin ninguna intención? ¿Gesto involuntario, como algunas erecciones?

De momento no se aclara tal dilema y flota en el aire la duda de si lo de hacer una peineta es o no un signo de mala educación. Mientras tanto, en la sala de espera del hospital, el conductor del ojo a la virulé espera a que le reconozcan. La gente que se encuentra a su alrededor se interesa por él, preguntándole que le pasa. El hombre no se atreve a contarlo no vaya a ser que alguien no llegue a entenderlo.

Finalmente, recordar el epitafio que dejó Madame de Maintenon, segunda esposa del Rey Sol : “A lo largo de la experiencia que he acumulado he podido comprobar que la verdad existe solo en Dios, y el resto solo es una cuestión de puntos de vista”.

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