El gato escaldado hasta del agua fría huye. Este aserto popular, que se lo oí hace muchos años a un señor de mi pueblo, se ajusta perfectamente a la sensación que tiene el personal tras la ruina de algunos bancos en Estados Unidos y Suiza, el peligro que corren otros y las llamadas a la tranquilidad que surgen por doquier entre autoridades monetarias y fiscales y demás súper expertos en los asuntos de la plata, los bonos y los enjuagues económicos, esos que no entendemos pero que pueden amargarnos la vida.
Usted, claro, es el gato. Y está escaldado desde que, allá por el 2008, pasó lo que pasó. Cayó un banco norteamericano de nombre casi impronunciable y detrás vino un alud de hundimientos, cierres de entidades, descubrimientos de deudas y usted se quedó sin su caja de ahorros de toda la vida y vio, estupefacto, incrédulo, como se derrumbaban valores (monetarios y de los otros) que creía firmes e indestructibles. El gobierno de turno tuvo que rescatar bancos, vender las joyas de la abuela, adoptar medidas austericidas y un largo etcétera muy doloroso (aunque no para todos, siempre hay quien saca tajada mientras otros pierden). Rajoy nos prometió que los bancos devolverían lo recibido. Aún estamos esperando. Como esperamos, yo, al menos, que alguien nos explique por qué nuestras otrora boyantes cajas de ahorros pasaron a mejor vida. La globalización, dicen. Y la mala gestión, añado, como en el caso, por citar uno solo, de aquella que acumuló deudas e impagados por financiar viviendas y urbanizaciones en la Costa del Sol y en la República Dominicana, o sea, ahí al lado de la provincia de Castilla y León que le daba nombre y donde tenía su sede.
Una vez escaldados, se hacía, y se hace, difícil no desconfiar cuando empiezan a sonar tambores de guerra allende el Atlántico y repican, ¡vágame dios!, en la segura y neutral Suiza, toda una fortaleza inabordable en cuestiones de dinero
Historias sangrantes aparte, la verdad es que tales episodios dejaron una huella muy profunda en el subconsciente colectivo. Una vez escaldados, se hacía, y se hace, difícil no desconfiar cuando empiezan a sonar tambores de guerra allende el Atlántico y repican, ¡vágame dios!, en la segura y neutral Suiza, toda una fortaleza inabordable en cuestiones de dinero. Cae Silicon Valley Bank, se encienden todas las alarmas en otros dos bancos USA, los rumores cercan a varios más, salta la sorprendente noticia de que Credit Suisse necesita nada menos de 50.000 millones de euros para no dar con sus huesos bajo tierra y ¡quieren nuestras sapientísimas autoridades europeas que nos quedemos tan tranquilos, que hagamos como si no pasara nada! Hombre, una cosa es que nos hayamos vuelto casi acríticos, que rocemos el pasotismo absoluto, que nos claven rejones y no sangremos y otra muy distinta que tengamos que creernos a pies juntillas todas las explicaciones habidas y por haber en un asunto en el que nos jugamos el condumio. O mejor dicho: nadie nos puede pedir que no tengamos miedo, que no alimentemos cierta desconfianza, que no nos embargue el temor de que algo, y no bueno, puede ocurrir. El miedo es nuestro; déjennos, al menos, que lo conservemos, aunque sólo sea por eso de guardar la viña.
Dicho lo anterior, hay que destacar que esta crisis, o minicrisis, tiene aspectos muy distintos a la anterior. El primero, es que no se ha extendido rápidamente y sin control. El segundo, es la garantía que ha dado madame Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, de que habrá dinero suficiente para que la banca europea mantenga su liquidez. En ese terreno, asegura, no existirán problemas; por tanto nadie perderá ni verá mermado su capital, algo que sí parece llevar a los ciudadanos esa tranquilidad que se nos pide desde las instituciones. El tercero, reside en que lo ocurrido en el 2008 ha proporcionado una experiencia vital para intentar solventar los problemas. Y el cuarto es que lo sucedido ahora afecta a bancos aislados sin conexión (o eso dicen los expertos) entre ellos.
Todo ello, positivo, hace que el follón actual pueda ser mucho menos dañino que el anterior. Sin embargo, no deja de ser curioso y sintomático que se haya originado en dos de los países emblema del capitalismo: Estados Unidos y Suiza. ¿Alguien podría pensar que el tal Credit Suisse iba a pedir 50.000 millones al Banco Nacional de Suiza para poder seguir adelante? Ni el que asó la manteca. Bueno, pues ahí lo tenemos. Lo de Estados Unidos es cosa aparte, pero, por si las moscas, los principales bancos han hecho un consorcio para rescatar al First Republic por 30.000 millones de dólares. No quieren más riesgos.
Con estas cositas, la gente de a pie parece que respiramos, pero…El miedo, ¡ay el miedo! El gato escaldado.