Las manos apoyadas en la pared

El precio de las lentejas contra el deseo de sentirse más libre

Un hombre reposta en una gasolinera

Un hombre reposta en una gasolinera / laura guerrero

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

Había sido obligado a subir los brazos por encima de la cabeza, y a apoyarlos en el muro que tenía a muy pocos centímetros de distancia, mientras el cuerpo un poco inclinado hacia delante y las piernas separadas, le dejaban en una clara posición de indefensión. Lo había visto antes en las películas de gánsteres, en las que los delincuentes eran obligados a adoptar esa postura cuando eran detenidos por la policía. De manera que, para los que asistían como testigos a esa escena, no resultó ningún descubrimiento observar tal situación, pero sí para él, que ignoraba a cuento de que venía aquel atropello.

Notó algo rígido que le presionaba en la parte inferior de la espalda. Quizás el cañón de un revólver, o cualquier otro tipo de objeto que no llegó a identificar. De manera que no pudo por menos que inquietarse. A punto estuvo de perder los nervios e intentar zafarse de aquel individuo que constreñía sus movimientos. Pero pensó que él no había hecho nada punible, de manera que no podía esperar que algo malo pudiera sucederle. Sin duda se trataría de algún error motivado por alguna información mal interpretada.

Pero el tiempo pasaba y la situación no había variado demasiado. Le habían atado las manos con una cuerda, una vez que le obligaron a colocar los brazos detrás de la espalda. Por fin pudo verle la cara o, mejor dicho, verles las caras, pues eran varios los individuos que le rodeaban. Le sorprendió que no le hubieran puesto unas esposas, ni leído sus derechos, lo que llegó alarmarle bastante.

Por fin, uno de aquellos hombres se dirigió a él llamándolo por un nombre que nada tenía que ver con el suyo. Eso podía ser un buen síntoma en el caso de que se hubieran equivocado de persona, pero también una mala señal si es que le hubieran asignado un seudónimo.

El precio de los combustibles, ya fueran gas, electricidad o los derivados del petróleo casi se habían multiplicado por dos y él seguía contando con los mismos ingresos

Otro de los hombres que le habían detenido le lanzó un guantazo que impactó fuertemente en su cara. Fue en ese momento cuando sacando fuerzas de donde no las tenía se abalanzó sobre uno de los agresores tropezando y dando con sus huesos en el suelo. Desde allí pudo ver que estaba al lado de su cama, y que no había nadie en la habitación que le estuviera acosando.

No era la primera vez que le perseguía alguna pesadilla de esa naturaleza en la que algún o algunos desconocidos le detenían infringiéndole algún tipo de castigo, sin tener idea a cuento de qué venía aquello. En esos casos solía soltar algún puñetazo al aire y dar un salto sobre la cama con la idea de escaparse, pero la realidad era que su cuerpo venía a dar al traste con el suelo.

Con toda seguridad tal tipo de situaciones tendrían alguna explicación científica que los psicólogos se sabrían de memoria, pero el hecho es que él nunca se había decidido a consultarlo. Algún amigo le había dicho que se debía al miedo a ser controlado, al deseo de ser más libre. Pero para ser libre lo primero que había que asegurarse eran las lentejas, y los precios de los productos alimenticios se habían disparado. Por subir habían subido hasta los de primera necesidad, como los huevos, un treinta y cinco por ciento. Del pescado ya se había olvidado hace tiempo, y el consumo de carne lo había limitado a determinadas ocasiones.

El precio de los combustibles, ya fueran gas, electricidad o los derivados del petróleo casi se habían multiplicado por dos y él seguía contando con los mismos ingresos. De nada había servido que la Comisión Europea hubiera dicho “que veía margen para que las empresas subieran los salarios”, destacando la fortaleza que habían adquirido los beneficios empresariales frente a la moderación de los sueldos, porque a él no le había siquiera rozado. “La inflación y la pérdida de poder adquisitivo que conlleva, es tal vez el principal problema económico de los tiempos que corren”, habían dicho también en Bruselas. Como también habían dicho que la subida de los sueldos, a nivel comunitario, había sido del 2,9% cuando la inflación se había situado en un 8,4%. Otra noticia le desgarraba el alma. “las industrias armamentísticas de EEUU y Europa habían elevado su facturación en un 7,5% en el último trimestre”. La misma noticia remarcaba que “el mercado de la munición se había convertido en una jungla similar - salvando las distancias - a la de las mascarillas del principio de la pandemia”.

Cuando salió a la calle, notó que alguien le iba siguiendo. Sentía cada vez más cerca el taconeo de alguien que se le iba acercando. Se acordó que determinadas pesadillas son el preludio de algo que está a punto de suceder, así que temió que alguien le obligara a levantar los brazos y apoyarlos en alguna parte. En un momento determinado la persona que le seguía se puso a su altura, y un poco después le adelantó. Respiró profundamente, dudando si debía seguirle o seguir deambulando por ahí respirando el aire puro de la mañana.

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