Son los nombres de algunas de las excelsas vecinas que a lo largo de muchos años tuve la suerte de conocer, de tratar; y que, por su talante, su personalidad, su ejemplaridad, su señorío, han dejado un recuerdo imborrable, y constituyen un estímulo permanente de saber cumplir, de saber estar, de saber sacrificarse, de saber superarse día a día; y todo ello con elegancia, con simpatía, con empatía.
Recientemente, Felisa nos ha dejado después de una vida larga, fructífera, estimulante, sabiendo aceptar con resignación cristiana la pérdida de un hijo, siendo un auténtico espejo de esposa, de madre, de hija, de amiga, donde tanto todos nos debemos mirar para intentar acercarnos a sus cualidades, tan escasas, tan necesarias, en estos tiempos que nos han tocado “lidiar”. Y todo ello también predicable de sus reseñadas convecinas.
Y es que "la muerte no es el final", cuando se ha dejado "huella" en este "valle de lágrimas" por haber cumplido como "Dios manda", con las obligaciones de todo tipo que todos tenemos, cuando la entrega a los demás no tiene límites, cuando la comprensión, la entereza, el afán de ser mejor cada microsegundo de la vida es la enseña vital, cuando se corrige con afecto, cuando se es misericordioso con las debilidades ajenas, en fin, cuando se tiene la humanidad que todos deseamos para nosotros mismos.
Que estas buenas amigas, desde Arriba, y en la "dulce compañía de María Auxiliadora", nos "echen una mano", que buena falta nos hace, y que los que andamos por aquí las tengamos siempre presentes para que su vida ejemplar nos estimule para hacer un poquito mejor la propia. Descansen en paz, y nuestras oraciones, por sus almas y por las de todos los que nos han precedido; como nuestros recuerdo imperecedero.
Marcelino de Zamora