La esperanza es un valor humano que despierta energías adormecidas. En materia de enseñanza, es sorprendente, por ejemplo, cómo progresan los alumnos de profesores que saben infundirla; incluso, mejoran los menos dotados. Quitar la esperanza es hacer daño. Nada tiene que ver con la ingenuidad. Cuando se pierde, puede venir la desesperación y hasta es posible que aparezca un desequilibrio psíquico.
En otro plano, está la Esperanza cristiana (con mayúscula). Es virtud teologal, como la Fe y la Caridad, y es Dios quien las infunde en el alma. Debemos suplicarla, y los que ya la poseen, suplicar su crecimiento, pues no tiene tope. Los dones de Dios, más aún los divinos, como son las virtudes teologales, debemos pedirlas. Dios no se resiste a la súplica y le gusta que le pidamos mucho.
La Esperanza cristiana consiste en poner la confianza en Dios, porque, como dijo el Ángel del Señor a María, "lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (Lc 18,27). El fruto de la esperanza es la paz y engendra alegría. Quien tiene esperanza firme en el Señor, no se arredra ante nada y su contento lo envidian quienes carecen de Fe. Se dice: “donde hay vida hay esperanza”. Es importante creer con esperanza para que Dios opere milagros, que brotan de su poder y misericordia. Cuando se pide con humildad y perseverancia, anteponiendo la voluntad divina a la propia, hay que estar expectantes.
La confianza en Dios alegra el corazón, le da seguridad y le dispone a recibir los dones de su misericordia y poder infinitos. Dios nos concedernos aquello que le pedimos si es recto y nos conviene ( Él sabe más y ve de lejos).
Josefa Romo