La educación emocional, asignatura pendiente en la salud de los menores

Depresión

Depresión / Ricardo Ferro

Editorial

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Ni territorios donde la escasez de población infantil y juvenil la convierte en la preciada joya de la sociedad, como Castilla y León y particularmente Zamora, escapan al alarmante incremento de problemas de salud mental entre menores que incluyen las tendencias suicidas. Esta semana, toda España ha quedado consternada por los casos de las mellizas del pueblo barcelonés de Sallent y perpleja ante la dimisión de la directiva de un centro educativo de Mislata (Valencia), ante la falta de recursos con los que afrontar un alumnado del que hasta 15 jóvenes manifestaban tendencias suicidas.

El suicidio, un tabú deliberado durante largo tiempo en los medios de comunicación, justificado en la creencia que resultó falsa del “efecto llamada”, sobresale en la crónica diaria, con toda su crudeza. En Zamora son frecuentes los foros que lo abordan, aunque, por número, suelen centrarse en otra franja de edad que presenta unos índices más que preocupantes de conductas autolíticas: los mayores de 79 años.

A ese grupo de riesgo extremo se incorporan, con crecimiento exponencial, los casos que se dan, sobre todo, entre menores de 15 años. Sí, en los colegios e institutos de la geografía zamorana también hay niños que verbalizan ante sus profesores que se sienten demasiado cansados para seguir viviendo cuando apenas han comenzado a hacerlo.

Sobre tan aterradora situación pueden formularse infinitas preguntas y especulaciones sin que exista conclusión más clara que la de que nuestros niños y adolescentes carecen de herramientas emocionales para gestionar adecuadamente una etapa crucial en la formación de su personalidad. Hay demasiados factores como para centrar el debate: una pandemia, inseguridad económica, escenarios de guerra e incertidumbre sobre el futuro, aluvión de estímulos a través de las nuevas tecnologías... No existe un acuerdo sobre la causa, como tampoco para su abordaje de una forma efectiva. Asistimos a una auténtica revolución de la forma de vida con respecto a las anteriores generaciones y la única certeza la arrojan las estremecedoras estadísticas.

En los colegios e institutos de la geografía zamorana también hay niños que verbalizan ante sus profesores que se sienten demasiado cansados para seguir viviendo cuando apenas han comenzado a hacerlo

En 2020, con el confinamiento, el suicidio se situó ya como primera causa de muerte externa entre los más jóvenes. Pero los suicidios en los menores de 15 años de España aumentaron un 57% en 2021 con respecto al ejercicio anterior. El año pasado se quitaron la vida 22 niños que aún no habían cumplido la quince, frente a los 14 de 2020. Los suicidios crecen a un ritmo superior al 1% anual, según publica el INE correspondiente a 2021. Los datos provincializados últimos corresponden a 2020: en Zamora se había pasado de 15 casos en 2019 a 17 en el año de la pandemia.

Como ocurre con los mayores, entre los menores los pensamientos suicidas son más comunes entre las chicas, aunque son más los chicos que acaban con su vida. Las hospitalizaciones por autolesiones entre los 10 y los 24 años también se han multiplicado. Los expertos señalan al bullying, que sigue en aumento con el apoyo involuntario del universo digital y el anonimato que lo caracteriza, como una de las causas más relacionadas con las tendencias autodestructivas en pequeños y jóvenes. Pero no la única para aquellos que, mayoritariamente, expresan su deseo de “dejar de sufrir” quitándose la vida.

El grito de socorro ha llegado hasta organismos como la OMS y la propia Unión Europea, que hablan de la necesidad de contar con estrategias y protocolos. En España, algunas comunidades, entre ellas Castilla y León, han puesto en marcha sus propios protocolos dirigidos a la población más joven. Otra cosa es disponer de recursos suficientes para que el protocolo pase de la teoría a la práctica.

En la región, se anunció para estos primeros meses la creación de un coordinador de enlace entre los centros educativos y los de salud a los que dirigirse el profesorado cuando detecte problemas entre el alumnado. Recientemente se ha inaugurado un centro de día en Salamanca a los que se sumarán otros dos para atender nueve provincias, dentro de una renovada estrategia para un nuevo tipo de pandemia. Pero a nadie se le escapa que, tanto la Atención Primaria, a quien corresponde la primera derivación, como los servicios especializados de salud mental, están mermados de personal y medios.

Las largas esperas para el especialista son la norma en la sanidad pública para problemas que requieren prontitud y seguimiento continuado. Pagarse una consulta privada no está al alcance de cualquiera. Y, precisamente, la mayor tasa de suicidios, también en adolescentes, se da entre las familias con más bajos niveles económicos.

Tanto en la región como en el conjunto del país faltan profesionales de la salud mental, no solo psiquiatras. En España, la ratio de psicólogos por habitante se sitúa en 5 por cada 100.000 habitantes, muy por debajo de la media Europa, que es de 18.

Esa sería una primera medida a corregir. Los problemas de salud mental ya no son un estigma y se ha normalizado su atención médica. Con una salvedad, como siempre: en el mundo rural, con núcleos más pequeños y más cerrados, puede incrementar la carga entre los que se sienten desbordados emocionalmente, como ocurre con la violencia de género. La contrapartida es que esa menor proporción de población escolar puede facilitar la identificación del problema.

Hay quien va más allá y propone la incorporación de una asignatura de educación emocional en los currículos escolares, una aportación que quizá sea tan importante como contar con pizarras digitales e impresoras 3-D. Una formación que enseña conocimientos técnicos, pero no a desenvolverse socialmente ni a afrontar emocionalmente los cambios y los problemas que depara la vida. Todo un reto que debe abordarse con urgencia, que atañe a las familias, al ámbito educativo y social, y que consiste nada menos que en enseñar a gestionar alegrías y frustraciones para las que no existe la opción de bloquear.

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