El canto de las pastoras

Ganaderos de Porto manejan el ganado en el ferial de la villa.

Ganaderos de Porto manejan el ganado en el ferial de la villa. / ARACELI SAAVEDRA

Cartas de los lectores

Cartas de los lectores

Libres como los salvajes rebecos de los Picos de Europa pastaban las vacas del municipio por las empinadas laderas de la montaña. Motas pardas moviéndose lentamente entre los multitonos verdes de los prados, bosque y sotobosque se afanaban en cortar a dentelladas el alimento que, también libre, la Tierra les entregaba. Pastaban tan libres, que las distintas vacadas del municipio se mezclaban entre ellas en un territorio enorme donde todo era común.

Ainhoa salía por las mañanas, como todas las demás pastoras, cantándole al nuevo día por los caminos del encuentro, cada una desde sus respectivas cuadras, con sus vacas y sus perros, guiados hacia los prados elegidos para ese día por todas las comuneras. Una vez orientados los animales, buscaban cada una un pequeño otero por los alrededores de la zona, se encaramaban a él y se sentaban allí a observar el horizonte de pasto comunal y vacas pastando. Gracias a esa simbiosis pastoril de vigilancia, los depredadores tenían difícil pitanza entre las vacadas y el peligro hacía tiempo que no se presentaba. Los cencerros entonaban una música eclesiástica constante al son de los pasos y los bocados herbáceos de las vacunas, que así, relajadas, llenaban con tiempo sus grandes panzas en espera del dulce canto que llamaría a agruparse para volver a casa.

Algo tan hermoso se debía dar a conocer y se dispuso a desgranar su historia y a presentarla al mundo. Y el mundo respondió

Pasado el día, a la caída del sol, alguna de las pastoras miraba su reloj y con un «ya es hora» juntaba las manos en un altavoz improvisado y lanzaba al viento su canto, que atravesaba la distancia con la gracia de una ninfa.

- Aaaaiiiieeeeeeeaaaaaaaaaa..... aaaaiiiieeeeeeeaaaaaaaaaa.....

aaaaiiiieeeeeeeaaaaaaaaaa.....

- Paaaaaaardaaaaaaaaaaaa.... paaaaardiiiiiiiiiiiiiiinaaaa miiiiiiiaaaaaaaaaaa...- respondia otra a cientos de metros desde el lado opuesto.

- Veeeeeenteeeeeeeeeéeeee.... Amaaaaaaaapoooolaaaaaaaa... eeeeeeeeeaaaaaaaaaaaaaaaaa....- volaban las hermosas notas líricas de una tercera...y de una cuarta..una quinta...una sexta... Las vacas alzaban la cabeza, atentas al bello sonido, durante unos instantes buscaban la dirección del conocido canto de su diva y salían en su dirección, corriendo las más ágiles y más tranquilas las metidas en el sosiego de la edad.

Un observador ajeno escuchó los distintos llamados que salían desde una decena de puntos diferentes, se enredaban los unos con los otros en una bella melodía que erizaba el alma y su corazón dio un salto mortal. Observó pasmado como los animales desenredaban la gran maraña parda, como los puntos de un jersey mal hecho es desenredado por su tejedora, y un hilo de alegría corría al encuentro de su respectiva dama hasta terminar a su alrededor como un ovillo de patas buscando el calor del cariño.

Encantado por la obra representada, que supuso diaria, rio como un niño en los placeres de un charco y deseó quedarse en el lugar para ver de nuevo, al día siguiente, el espectáculo y descubrir la motivación de tan mágica obediencia. Algo tan hermoso se debía dar a conocer y se dispuso a desgranar su historia y a presentarla al mundo. Y el mundo respondió.

Así fue como el Canto de las Pastoras fue conocido en medio mundo.

Charo García

Suscríbete para seguir leyendo