Siete días y un deseo

Los recuerdos

Un recurso imprescindible para la vida sin el que no somos nada

UN HOMBRE SOSTIENE UNA FOTOGRAFIA ANTIGUA DE LA MAESTRA Y LOS NIÑOS DEL COLEGIO

UN HOMBRE SOSTIENE UNA FOTOGRAFIA ANTIGUA DE LA MAESTRA Y LOS NIÑOS DEL COLEGIO / JOSE LUIS FERNANDEZ

José Manuel del Barrio

José Manuel del Barrio

¿Cuánto pesan los recuerdos de una vida? Imagino que, según la edad, las respuestas serán unas u otras. Digo lo de la edad porque, al menos en mi caso, hasta que no cumplí un número considerable de años, que ahora no puedo concretar, los recuerdos no tuvieron la misma presencia ni el mismo peso emocional que tienen en la actualidad, que me acompañan siempre y que no me dejan ni para dormir. Es posible, sin embargo, que la respuesta de arriba quede sin responder porque algunas personas nunca se la hayan formulado. Al fin y al cabo, siempre encontraremos a alguien que cuestione la posibilidad de pesar los recuerdos, como si fueran legumbres, sardinas, arroz, patatas, vino, aceite o ferralla. Pero sí: los recuerdos existen, nos acompañan (aunque, a veces, no queramos), ejercen una influencia considerable y, como casi todo en la vida, también se pueden pesar. Imagine, por ejemplo, que un acontecimiento del pasado sigue ahí, tocando las pelotas o, por el contrario, provocando una sonrisa y una sensación que le gustaría conservar por los siglos de los siglos. ¿A que es posible?

Si responde que sí, entonces usted puede pesar los recuerdos. Y si su respuesta es negativa, que sepa, aunque le cueste aceptarlo y sea una persona incrédula y recalcitrante, que también puede hacerlo. Y, en estos momentos, todas y todos estarán haciéndose como mínimo dos preguntas: ¿Pero nos puedes dar alguna pista para pesar algo que, en principio, no se puede tocar ni palpar? ¿Y qué importancia tiene hacerlo? Pues aquí van algunas ideas propias, obtenidas de mi experiencia personal, y ajenas, tomadas de distintas fuentes de información que, por la extensión de esta columna, no voy a citar porque me quedaría sin espacio. Por ejemplo, usted puede construir un instrumento de medida muy personal, consistente en ir anotando en un cuaderno los recuerdos que aterrizan en su memoria cada día. Pero solo aquellos que aparezcan con una determinada intensidad y frecuencia. (Aviso: no es necesario que esté pendiente del reloj para contabilizar lo que le propongo; si lo hiciera, usted terminaría en un psiquiátrico, echando por tierra lo que quiero transmitir.)

Si es posible medir la felicidad, también es posible pesar los recuerdos de una vida

El método que propongo es muy similar al que ha utilizado Alejandro Cencerrado para medir la felicidad. Si aún no lo han hecho, les recomiendo la lectura de su libro “En defensa de la infelicidad”, donde expone los resultados del estudio científico más largo jamás llevado a cabo sobre la felicidad del día a día, realizado en el Instituto de investigación de la Felicidad de Copenhague desde 2012. Por tanto, si es posible medir la felicidad, también es posible pesar los recuerdos de una vida. Alejandro lleva dieciséis años apuntando y analizando su propia felicidad en un cuaderno, midiéndola del 0 al 10 y con un solo objetivo: intentar descubrir qué es lo que nos hace más o menos felices como individuos y como sociedad. ¿Ve qué fácil? Ahora solo tiene que inventar un método personal para medir sus recuerdos o, si lo prefiere, seguir el método de Alejandro, aplicándolo al asunto que hoy nos ocupa. No solo notará que es posible hacerlo sino algo muchísimo mejor: observará que los recuerdos son un recurso imprescindible para la vida. Sin ellos, créanme, no somos nada ni nadie.

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