Siete días y un deseo

Economía, suicidios y barbaridades

Cada día que pasa estoy más harto del uso en las redes sociales

Fake news

Fake news / Anne-Marie Miller

José Manuel del Barrio

José Manuel del Barrio

Entre las noticias de la última semana me detengo en tres: la evolución de la economía española, los suicidios y las barbaridades que se leen y difunden en las redes sociales. Que las haya seleccionado entre las cientos o miles de noticias que he leído solamente obedece a un mero ejercicio de aclaración o, si quieren, de anticipación sobre lo que comentaré en clase en las próximas semanas. Sobre la evolución de la economía española, ya conocen que se han presentado los resultados del Producto Interior Bruto (PIB) de 2022 y la Encuesta de Población Activa (EPA) del último trimestre del mismo año. Son dos fuentes de información habituales que el Instituto Nacional de Estadística (INE) pone en nuestras manos para conocer las tendencias de, en este caso, la economía y el mercado de trabajo. Y a partir de aquí, ya saben: en función de si estás en el gobierno o en la oposición, los resultados son buenos, regulares o catastróficos. Nada nuevo bajo el sol, que decía mi tío Nazario hace ya muchísimos años para referirse a otras cuestiones mucho más mundanas de la vida cotidianas.

En un altísimo porcentaje, todo lo que se escribe y se lanza a la plaza pública es pura basura o, a veces, algo muchísimo peor: un caldo de cultivo para fomentar o reactivar el bicho malo que muchas personas llevamos dentro

Y del suicidio también hemos conocido los datos de los últimos años (especialmente de 20202 y 2021 por eso del efecto de la pandemia) y los que están disponibles hasta el primer semestre de 2022, es decir, de enero a junio. Del suicidio se viene hablando bastante durante los últimos meses a raíz del incremento de casos que se han observado a nivel general y, de modo particular, en algunos sectores de población, como la juventud. Pero sobre el suicidio hay mucha desinformación, reproduciéndose errores que conviene aclarar. Yo mismo lo vengo comprobando año tras año en mis clases de la Universidad de Salamanca. Los estudiantes siguen pensando que las tasas de suicidios son más numerosas en los jóvenes que en los mayores, en las ciudades que en los pueblos y muy similares entre los hombres y las mujeres. Y no es así, pues las tasas de suicidios por 100.000 habitantes, que es el indicador que se utiliza habitualmente, se concentran sobre todo en las personas de más edad, en las provincias con una mayor incidencia de la ruralidad y, de manera mucho más intensa, en los hombres.

Y sobre el último asunto que anunciaba al inicio, solo he de decir que cada día que pasa estoy más harto del uso y abuso que algunas personas o colectivos realizan de las redes sociales. He de confesar que yo solo utilizo dos de manera algo habitual y que, en algunas ocasiones, me entretengo algunos minutos consultando qué se dice, qué se cuenta, etc., en otras. Y lo que observo, sobre todo en estas otras que apenas manejo, es de pena. En un altísimo porcentaje, todo lo que se escribe y se lanza a la plaza pública es pura basura o, a veces, algo muchísimo peor: un caldo de cultivo para fomentar o reactivar el bicho malo que muchas personas llevamos dentro. Yo me incluyo, por si las moscas. Bueno, ya sé que esta sensación que ahora comparto no es nueva y que se está percibiendo por muchísimas personas con dos dedos de frente. Siempre he pensado que los recursos tecnológicos, sean de un tipo o de otro, deben estar al servicio del bien común y, como dice otro viejo amigo, para mejorar la vida cotidiana de las personas. Pero, según parece, no siempre es así. ¡Ay, qué ilusos!

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