Capítulo sin tiempo: ficción y algo más

Necesitaba soñar, pero soñar todos los sueños, los alejados pero también los que se encontraban en los desesperantes rincones de mi memoria: los espacios del olvido

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Antonio López Alonso

Antonio López Alonso

Madrid. Otoño. Iniciación del curso académico.

Me quedé a comer en la facultad, mientras unos alumnos salían de las aulas y otros entraban. El hall alcanzo ese alboroto tan especial para mí, de palabras, saludos, alegrías: los años de la juventud. Era mi paisaje humano preferido, lo que se ama con intensidad.

En mesas alejadas de la cafetería, a la que me encontraba yo, estaban los actores: risueños, contentos, tomando decisiones. Me concentre en mi mismidad. Pero el Grupo, todos sus componentes, acudieron a mi mesa y me rodearon.

-Hola, amigos míos; benditos seáis.

-Nos han dicho que dejas la dirección del teatro.

-¿Cómo lo veis vosotros?

-En esas estamos. Hemos decidido montar Yerma de Lorca. Luis, nos has enseñado a vivir en toda la amplitud de la palabra. A curar enfermos, explorarlos, diagnosticarlos. Pero el teatro nos ha recreado en otras vidas, otros personajes, olvidarnos durante un tiempo quienes somos, para ser el que nos exige el drama representado. Pero no nos sentimos maduros para pegar el salto. Contigo las cosas son distintas.

Me callé. Me silencié.

Necesitaba soñar, pero soñar todos los sueños; los alejados, empapados en una legendaria infancia, pero también los que se encontraban en los desesperantes rincones de mi memoria: los espacios del olvido

Venimos a decirte que, sin ti, el teatro perderá existencialidad.

Abandoné la facultad. Recorrí los aledaños ajardinados de la misma, durante una hora, sorprendiéndome su dejadez; la pandemia había hecho acto de presencia en su vandálico vuelo, furia.

Dirigí mis pasos inmersos en ese pensamiento, que mi memoria, tuvo a bien, sacarlos de la realidad autentica; la misma que me permitió observar en el espejo de la acristalada puerta de entrada, un rostro impaciente y deseoso, para impartir la clase a los alumnos de sexto curso.

Poco a poco fueron invadiendo el aula, los alumnos de todos los cursos de Medicina, ante mi perplejidad. Desde la plenitud, los de la última fila, desplegaron una pancarta en cuyo contenido rezaban las siguientes palabras: “Sin ti, el teatro morirá”. Ya no recuerdo más. Tan solo que flotaba en la oscuridad de un espacio con focos de luz espaciadamente colocados unos de otros. Creí, desde el olvido, que bien podía estar habitando “La Ciudad de la Ficción”.Exactamente eso fue lo que creí.

Cuando regresé a mí, a la realidad del vivir de cada día, me percaté que alcanzaban mis oídos cada día palabras cercanas, conocidas. Me encontraba sentado en la butaca del salón de actos, que siempre considere como mía. Los muchachos estaban ensayando Yerma, de Lorca; y yo permanecía atento a sus palabras, desplazamientos escénicos. Necesariamente tenía que ser así. Entre otras cosas, porque jamás había olvidado La Ciudad de los Sueños.

Necesitaba soñar, pero soñar todos los sueños; los alejados, empapados en una legendaria infancia, pero también los que se encontraban en los desesperantes rincones de mi memoria: los espacios del olvido.

Desde la realidad que vivo en estos momentos, yo no podía negarme a asumir mi responsabilidad de dirigirles Yerma. Ciudad de la Ficción, de los sueños: Yerma. Estaba cumpliendo con el primer requisito para seguir viviendo mi existencia desde la plenitud: soñaba, imaginaba, recordaba, dirigía. Y este es uno de los caminos por el que me deslizo; el sendero por el que voy transitando.

(*) Catedrático Emérito de la Universidad de Alcalá de Henares

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