La culpa no fue de las aguas

Aquellos extorsionadores sabían que los habitantes sanabreses de Ribadelago eran víctimas de una negligente obra

TRAGEDIA DE RIBADELAGO , VEGA DE TERA , VISTAS DEL NUEVO RIBADELAGO DE FRANCO

TRAGEDIA DE RIBADELAGO , VEGA DE TERA , VISTAS DEL NUEVO RIBADELAGO DE FRANCO / ROSANA ESPADA

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

No por ser conocida deja de merecer la pena recordar aquella historia, porque, por desgracia, daría para hacer varias películas. Fue una tragedia en la que coexistieron todos los ingredientes necesarios: los extorsionadores, los caciques, los paisanos explotados, el épico defensor que lucha contra los “malos”, la manipulación de la información. Todo lo suficiente para hacer una peli en 4D. Fue el nueve de enero de 1959 cuando las aguas de los lagos de la montaña, retenidas artificialmente en una presa, decidieron seguir su curso, aquel que había sido su santo y seña durante muchos siglos, precipitándose sobre el pueblo de Ribadelago. Los hombres habían querido controlarlas a su capricho para producir energía eléctrica apenas tres años antes, pero su deficiente construcción produjo una terrible catástrofe. Las informaciones de la época cargaban las tintas en la fuerza y en el capricho de la naturaleza, cuando en realidad solo era culpa de la mano del hombre. Y es que, tanto la construcción como los materiales empleados fueron una bomba de relojería dispuesta a explotar en cualquier momento. Los posteriores peritajes dejaron claro que la prisa en la construcción y las deficientes calidades de los materiales, unidos a la inexistencia de mantenimiento, fueron las causas de aquel desastre producido por una presa mal construida que no podía resistir el empuje natural del agua. Ciento cuarenta y cuatro personas perecieron. Más de cien aún se encuentran bajo las profundas aguas del Lago de Sanabria. Así fue destruido un pueblo, en el que vivían algo más de quinientas personas. Así, los pacíficos lugareños se vieron obligados a abandonar Ribadelago, algunos para siempre, y otros reubicados en lugares donde nunca pensaron que irían a parar. Un montón de vidas destrozadas. Pero para el régimen dictatorial de entonces la culpa la tuvieron ocho millones de litros de agua y una temperatura de dieciocho grados bajo cero.

El régimen de Franco decidió construir otro pueblo para los supervivientes, al que le puso el nombre del general, bautizándolo como Ribadelago de Franco, denominación que ha durado hasta el año 2018

Suerte que, la sociedad civil española de entonces, a pesar de la escasez y falta de recursos, respondió con rapidez llegando a juntar doce millones de pesetas. También se consiguió un millón más con lo recaudado en un partido de fútbol jugado entre el “Real” y el “Atlético” de Madrid. Esos importes unidos a los veinte millones, fruto de la sentencia dictada en el juicio celebrado en 1963 contra la empresa constructora, llegaron a constituir un fondo de treinta y tres millones.

El régimen de Franco decidió construir otro pueblo para los supervivientes, al que le puso el nombre del general, bautizándolo como Ribadelago de Franco, denominación que ha durado hasta el año 2018. Un pueblo cuya ubicación y construcción no pudieron ser más desacertados. Unas viviendas que lejos de parecerse a las de piedra y madera de dos alturas, como las primitivas, donde el ganado ocupaba la planta inferior, fueron hechas con ladrillo y un solo nivel; una especie de modestos chalets marbellíes, donde no había manera de ubicar al ganado, ni permitir el día a día de los lugareños. De hecho, aquel proyecto había sido pensado para el Plan Badajoz, cuyo clima y paisaje nada tenían que ver con el sanabrés.

El Gobierno decidió indemnizar a aquellas pobres gentes en función del número de muertos y desaparecidos, y de sus características de sexo y edad: 90.000 pesetas por hombre (Alguna fuente dice que fueron 95.000) 60.000 pesetas por cada mujer (Otras fuentes dicen que 80.000) y 25.000 pesetas por cada niño. Eso pudo significar que se llegaran a aprobar indemnizaciones por unos diez millones de pesetas, aunque algunos supervivientes afirman que a ellos no les llegó ni un duro. La pregunta ahora a hacer sería la siguiente ¿Dónde fueron a parar los 23 millones de pesetas que restan hasta completar los 33 millones recaudados?

Algún bien pensado podría decir que quizás se emplearon en la construcción del nuevo pueblo, pero aun en esa hipótesis, tampoco saldrían las cuentas, pues el pueblo “marbellí” costó 14 millones de pesetas, de manera que aun faltarían otros nueve millones.

Pero no solo fue la tragedia humana lo que tuvieron que soportar los angustiados vecinos, sino también el ninguneo posterior. Un abnegado y brillante abogado zamorano, defensor de los más débiles, se aprestó a defender sus intereses. Pero, se las vio y se las deseó para encontrar peritos que certificaran la chapuza asociada a aquella obra. Y, por si fuera poco, algunos individuos le llamaban por teléfono cantándole el “Cara el sol”. A pesar de sus esfuerzos, aquel juicio llegó a perderse, pues la falta de recursos por las que pasaban los damnificados les hizo sucumbir a las presiones de la empresa constructora, quien les obligó a retirar los poderes al abogado, y guardar silencio. Es difícil que pueda existir algo más ruin. Aquellos extorsionadores sabían que los habitantes sanabreses de Ribadelago eran víctimas de una negligente obra, unos simples seres humanos que luchaban por supervivir en un medio rural que daba para muy poco, apenas para ir tirando. En realidad, lo que aquella situación requería era un Clint Eastwood como el de “El jinete pálido”, pero por entonces aún no se había rodado esa película. Se comenta en Zamora que, muchos años después aquel abogado, defensor de los débiles, defraudado por el devenir de los tiempos, poco antes de abandonar su militancia política llegó a decirle a sus compañeros que “él estaba en el partido para servir y ellos para servirse”.

Ningún cargo político de los ministerios implicados en la obra llegó a ser juzgado. Solo el ingeniero director de la empresa Hidroeléctrica Moncabril y algún técnico fueron condenados a un año de prisión, resultando inmediatamente indultados. Se supone que el ingeniero aquel, con posterioridad, debió tener una trayectoria brillante, pues nueve años después, cuando se enfriaron un poco los ánimos, fue condecorado con la Gran Cruz del Mérito Civil. Algunos de los socios de la citada empresa eran amigos de la familia del dictador y otro socio hermano de un renombrado ministro de entonces.

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