La muralla, desentendida

Además de las funciones defensivas propias, nuestras murallas acabaron determinando el trazado urbanístico de la ciudad

Rafael García Lozano

Rafael García Lozano

Si el origen del poblamiento de lo que acabó resultando la ciudad de Zamora parece que se remonta a la Edad del Bronce (1700-1100 a. C.), la restauración de la ciudad en el año 893 de nuestra era por Alfonso III debió dar lugar a su primera cerca de cierta entidad. No podemos imaginarla ni mucho menos con la potencia y dimensiones de la muralla actual, pero sí como un sistema defensivo unitario y sólido, aún siendo algo precario y rudimentario. Éste debió abarcar el perímetro de la zona más elevada de nuestro casco antiguo, teniendo sus extremos en la catedral y la iglesia de San Pedro y San Ildefonso, e incluyendo las peñas de Santa Marta por el Sur y los lienzos hacia la actual calle de la Vega y San Martín de Abajo por el Norte. Ya en el siglo XI, con el rey Fernando I, el sistema fortificado se amplió abarcando todos los espacios de la meseta de la ciudad hasta la actual Plaza Mayor. Es el popularmente denominado primer recinto amurallado. El segundo recinto se habría desarrollado durante el siglo XIII, que no podemos olvidar fue la época de mayor esplendor y desarrollo que ha vivido Zamora, ampliándose hasta las actuales Ronda de San Torcuato, Alfonso IX y parcialmente avenida de Portugal hasta San Pablo. El tercer recinto, fruto de las órdenes de Alfonso XI en el siglo XIV, incluyó los Barrios bajos, dando lugar a la silueta definitiva –típica- de nuestras murallas. Futuros proyectos de mejora de los sistemas defensivos y la proyección de baluartes en siglos posteriores quedaron finalmente en nada, salvo las actuaciones ejecutadas durante el siglo XVIII en las luchas contra Portugal. La pérdida de la condición de plaza fuerte de la ciudad de Zamora en 1868 fue decisiva por desmilitarizar sus murallas y, por tanto, cesar en su razón de ser propia. Grosso modo.

Además de las funciones defensivas propias, nuestras murallas acabaron determinando el trazado urbanístico de la ciudad, en gran parte su arquitectura e incluso sirvieron, por muy prosaico que parezca, como cuarto muro de las fincas, con el fin de limitar la propiedad. Avanzado el siglo XIX nos empezamos a hacer modernos, y se entendió que el progreso pasaba por su demolición y la superación de los límites que encorsetaban la ciudad y le impedían ser más limpia e higiénica. La Puerta de la Feria se demolió en 1869 y a partir de entonces, con el visto bueno y el aliento de la propia municipalidad, nuestras murallas comenzaron a caer según el efecto del dominó. Tampoco fuimos los únicos –salvando lo de “mal de muchos…”-, y basta conocer Viena para comprender aquel propósito que se extendió por toda Europa y la América europea. Pero no podemos juzgar a nuestros bisabuelos desde los criterios de hoy.

La muralla llegó entonces a su estado actual. En parte debido a que Zamora fue una ciudad pobre conservamos aún buena proporción de nuestras fortificaciones, no lo olvidemos. De haber rebosado el dinero durante la segunda mitad del siglo XIX y quizá la primera del XX hoy disfrutaríamos seguramente de menos metros de este imponente conjunto monumental. Y lo de “La bien cercada” sería para nosotros mera leyenda del pasado remoto. No obstante, desde entonces nuestro sistema defensivo se ha instalado en el desentendimiento generalizado, hasta convertirse en su característica principal en la última centuria. Y aún hoy sigue afincada en ello, a pesar de las apariencias.

Sí es problema, son problema, y bastante serio, otras medidas o negligencias que protagoniza hoy nuestra muralla, y que da razón a quienes la afirman rendida al desentendimiento generalizado

No es ningún problema –en ninguna ciudad de nuestro entorno europeo lo es tampoco- la existencia de propiedades privadas adosadas interiormente a las murallas. Piensen en ciudades que conozcan… Siempre y mayoritariamente dondequiera. La función de una muralla era defender, e intramuros generalmente no sobraba el espacio, de modo que éste solía aprovecharse lo más posible. Así se hicieron las tramas urbanas, así se consolidaron las fincas y las definiciones viarias, así se levantaron las edificaciones. Por eso mayoritariamente los lienzos fortificados protegían propiedades particulares, que, precisamente, eran las más expuestas. Así pues, quizá ese afán nuestro de “liberar” la muralla en el interior buscando un pretendido estado originario no esté histórica ni urbanísticamente justificado del todo. A no ser que nos importe bien poco la historia, el urbanismo y la tramas urbanas de nuestra ciudad. O bien queramos crear un parque de atracciones que tiene poco de real y mucho más de ficticio e imaginario.

Pero sí es problema, son problema, y bastante serio, otras medidas o negligencias que protagoniza hoy nuestra muralla, y que da razón a quienes la afirman rendida al desentendimiento generalizado. Quizá sea tan importante atajarlas como los últimos fuegos artificiales que envuelven nuestra muralla como un caro papel de regalo. Detallo algunas. Son un problema muy serio los empujes a los que se someten las murallas por las tierras del interior, razón por la que reventó el lienzo Norte en los jardines del castillo en octubre de 2008. Por ello se actuó liberándola de estas presiones en esa zona, pero no se ha repetido en otros puntos con problemáticas similares. Quizá sí siga siendo un problema no levantar los jardines del castillo para descubrir el embrión urbano de la ciudad y sus más importantes estructuras fortificadas relacionadas con el alcázar. Sí es un problema, y muy grave, la masa vegetal que cubre algunos paños de la muralla, sometiendo a sus sillares a una humedad y erosión desmedidas. Por muy bucólico que resulte, deben desaparecer las enredaderas que tanto agravan su deterioro. Sí es un problema el arbolado que oculta la muralla, como en los entornos –entre otros- de San Martín de Abajo, nada compatible con el deseo de que luzca en todo su esplendor. Y en el caso de Trascastillo, arbustos y plantas de bajo porte pueden sujetar perfectamente el terreno y evitar los corrimientos de tierras. Sí es un problema también, y gravísimo, la nula conservación de los materiales, así como la agresión con pintadas y grafitis que se perpetúan en el tiempo, que nadie elimina, y que vienen a denotar que realmente nos importa poco o nada el estado del espectacular sistema defensivo de nuestra ciudad. Pueden dar un paseo por la Ronda de Santa María la Nueva… Sí es un problema la falta de una mínima iluminación, no digo artística o monumental, sino digna. Véase el Arco de Doña Urraca, la Puerta Óptima, los lienzos de la avenida de la Feria, la oscuridad más espantosa en la zona de la Vega y el Sillón de la Reina. Sí es un problema, y ejemplo palmario de máxima dejadez, la perduración todavía de parte de los escombros del edificio nº 31 cuya fachada se desplomó en junio 2017 –5 años, ni más ni menos- en la avenida de la Feria, o unos sillares apilados del inmueble vecino demolido pocos meses después. También el estercolero surgido hace 5 años y medio junto al desagüe próximo, ciertamente proyectado por Segundo Viloria, pero con un valor arquitectónico y patrimonial próximo a la función original de éste. Sí son un problema las farolas desproporcionadas y desescaladas, casi poligoneras, instaladas en diciembre de 2018 también en la avenida de la Feria, con las que la ciudad tiró por tierra la oportunidad de dar continuidad a las instaladas en San Martín de Abajo y de optar por modelos más acordes con el monumento que es la muralla y que tiene a escasos 4 metros.

Por último, sí es un problema, enorme, la falta de un plan de intervención y urbanización del entorno de la muralla en todo su perímetro que sea verdaderamente unitario, global y homogéneo, para que resalte su valor. En todo su recorrido y en su perímetro íntegro, no únicamente en tramos puntuales recortados como unidades de ejecución. Desdicen, pues, las intervenciones parciales sin planificación integral, casi a modo de parches, como la anunciada recientemente para la plaza de la Puebla o como la efectista prometida a bombo y platillo en enero de 2021, por muy dignas que sean.

Porque otro problema añadido es el puente de piedra. Pensar, diseñar y proyectar una pretendida intervención integral en las murallas de Zamora dejando al margen el puente de piedra, como si de otro ente se tratara, denota comprender muy superficialmente la ciudad misma y sus murallas. Porque, además de paso sobre el río, el puente fue una estructura plenamente fortificada, por lo que está en continuidad con la muralla y forma parte del único y mismo sistema defensivo de la ciudad. No considerar, pues, las murallas y el puente de piedra como un todo quizá demuestre una comprensión bastante simplona de Zamora. O quizá sea cosa de otras cuestiones. Es, en definitiva, lo del título. La muralla, desentendida.

Suscríbete para seguir leyendo