Envidia de los grandes personajes

La verdad de saber que en el cine cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia

Brad Pitt

Brad Pitt / ETTORE FERRARI

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

“Echa una firma, que me estoy quedando helado”, decía mi abuelo, mientras alguno de nosotros abandonaba rápidamente la silla al objeto de poder agacharse y así satisfacerlo. Pero para entender esto, primero tendría que explicar que era aquello de “echar una firma”. Se trataba, simplemente, de “escarbar el brasero”. Claro, que también debería aclarar lo que era “escarbar el brasero”, o sea, el acto de remover las ascuas encendidas entre la ceniza, al objeto de que se acercaran a la superficie y así facilitar la transmisión de calor.

También tendría que advertir que el brasero se alojaba en la parte inferior de la mesa camilla, lo que me llevaría a decir que aquel tipo de mesa constaba de un tablero circular de madera, apoyado en cuatro patas del mismo material, en cuya parte inferior reinaba el brasero repleto de carbón de cisco. Tampoco debería omitir que la mesa camilla estaba cubierta por unas faldillas de franela cuya misión era la de evitar que se fugaran las calorías. Lo de ser de franela no era un capricho, ni una moda sino más bien porque las características de ese tejido le hacían retener el calor y absorber la humedad de las frías noches de invierno.

Brad Pitt no va a pasar a la historia como si de un gran conquistador de países se tratara, como puede ser el caso de Alejandro el Magno, ni tampoco como un revolucionario tipo Lósif Stalin

O sea que, para empezar a escribir lo que hoy me interesaba contar, tendría que ir a dar una vuelta por el museo Etnográfico y sacar unas cuantas fotografías de esos desaparecidos artilugios que tanto servicio dieron en el pasado a muchas generaciones. Pues con eso posibilitaría que los jóvenes de ahora pudieran entenderlo. Todo eso llevaría demasiado tiempo. Así que, mejor cambiar de tema y hablar de otra cosa, como por ejemplo de la envidia, pues la envidia no es algo que represente al pasado, ni al presente, sino que es común a todos los tiempos.

Al que más y al que menos le gustaría parecerse a Brad Pitt, por poner por caso, pues tal personaje reúne todo lo que el hombre ha aspirado a ser a lo largo de la historia: la belleza, la riqueza, la admiración, el reconocimiento al trabajo y, por qué no decirlo, la posibilidad de estar cerca de atractivas mujeres. En función de la magnitud de ese deseo, ese ancestral sentimiento puede llegar a aproximarse a una obsesión ya que se mueve inexorablemente por el filo de la envidia.

Algunos podrán decir que ese actor se lo ha trabajado, que ha realizado grandes esfuerzos. Y no les faltará razón, pero también han apretado lo suyo millones de personas, y se han quedado a medio camino, o a menos de medio camino, o ni siquiera han o hemos podido iniciarlo.

Brad no va a pasar a la historia como si de un gran conquistador de países se tratara, como puede ser el caso de Alejandro el Magno, ni tampoco como un revolucionario tipo Lósif Stalin, que dejó millones de compatriotas muertos tras la revolución bolchevique. Porque Brad, como cualquiera que se dedique al arte de la interpretación es meramente protagonista de un montón de historias que son pura ficción, o sea, mentiras tan grandes como el “Mecca Clock Tower” de la Arabia Saudita. Historias que no tienen por qué dejar mal recuerdo. Historias que ni nos van ni nos vienen, solo nos entretienen. Cosa distinta es el caso de hombres destacados en otras actividades, como es el caso de altos dirigentes políticos, del tipo del citado Stalin, o de Enrique VIII, o de Alejandro VI (Papa Borgia), o tantos otros que, amparados en ideologías de diferentes tipos, hicieron las barbaridades que mejor le convinieron, ya fueran genocidios, asesinatos familiares, perversiones sexuales o atrocidades fruto de la crueldad o de la barbarie. Porque esas historias sí que nos conciernen ya que son reales, y de una manera u otra han afectado a nuestros antepasados y consecuentemente a nosotros mismos. Solo algún desalmado podría sentir envidia de alguno de ellos, de no haber podido imitar a alguno de esos personajes.

El momento presente no es una excepción a la norma, y como a nadie con poder le gusta que se saquen a relucir sus trapos sucios, pues diseñan falsas informaciones, autoexaltándose, y distribuyéndolas sibilinamente por los medios de comunicación, ya sean convencionales o pertenecientes a eso que llaman redes sociales. Esas campañas unidas al populismo imperante, hacen que mucha gente esté confundiendo a Satanás con el Arcángel san Gabriel.

Menos mal que al resto de los hombres nos gustaría parecernos a Brad Pitt o a cualquier otro intérprete de mentiras, pero con la verdad por delante. La verdad de saber que en el cine cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Justo lo que nos oculta la clase política en todo el mundo.

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