Buena jera

¿Un año verdaderamente “nuevo”?

No le pidamos todo al 2023; también hagamos algo nosotros para cambiar y mejorar

Año nuevo

Año nuevo

Luis Miguel de Dios

Luis Miguel de Dios

Hoy decimos oficialmente adiós a las navidades. Y me temo que también al cúmulo de buenos propósitos y deseos que hemos venido almacenando durante las últimas semanas. Y lo hemos hecho convencidos de que los deseos eran tales y los propósitos factibles, sencillos. ¿Por qué no puedo tener yo, y más estos días, un arranque de generosidad, de amor al prójimo? Claro que puedo. ¿Por qué no puedo yo cumplir mis autopromesas de adelgazar, hacer ejercicio, pasear, charlar más a menudo con mis amigos? Claro que puedo. ¿Y por qué suelo renunciar a todo esto antes de final de enero y me conformo con repetir la rutina de meses y meses? Ah, ese es uno de los grandes misterios que vienen tras la euforia de Nochebuena, Nochevieja, Reyes y demás. Aun no lo ha desvelado ningún científico ni experto en el comportamiento humano. Y lo grave es que, a mi entender, ese ruptura entre supuestos compromisos y la cruda realidad se da cada vez antes, como si hubiéramos optado ya por tirar la toalla a las primeras de cambio y hubiésemos renunciado a pelear hasta el final. Ya digo, misterios de la existencia, enigmas de la vida, arcanos duraderos, casi perennes.

A veces, como nunca somos responsables de nada, siempre la culpa es del otro, descargamos los fallos y frustraciones en el año nuevo tras hacerlo en el viejo. Es frecuente oír eso de “ha entrado mal el año”; o “a ver si este se porta mejor que el anterior”; o “yo le he pedido al año nuevo trabajo, suerte y salud, confiemos”. Y hacemos estas observaciones y reclamaciones como si el año nuevo tuviera algo que ver en lo que está por venir. Tiene la misma capacidad de influencia en nuestro futuro que la que tuvo el anterior y el anterior y el de más atrás; o sea, nula. Quienes sí tenemos palancas y libre albedrío para cambiar y mejorar somos nosotros mismos. Y, por tanto, está en nosotros mismos la posibilidad de tomar decisiones correctas o, al menos, de luchar por un futuro más halagüeño, menos crispado, más humano. Otra cosa muy distinta es que, después del boom navideño, estemos dispuestos a realizarlo o nos conformemos con seguir como estábamos.

En la crispación, reside una de las grandes amenazas para la convivencia pacífica, para construir un mundo más habitable. Esa crispación que detectamos y sufrimos en los ambientes políticos también se ha apoderado, con leves excepciones, de la sociedad

He escrito “crispado” porque estoy convencido de que en eso, en la crispación, reside una de las grandes amenazas para la convivencia pacífica, para construir un mundo más habitable. Esa crispación que detectamos y sufrimos en los ambientes políticos también se ha apoderado, con leves excepciones, de la sociedad. Y lo peor es que hay ya mucha gente que empieza a verlo como “normal”, como si el enfrentamiento, las broncas y los choques con los rivales (muchos ya en la categoría de enemigos) estuviera impreso en nuestro ADN y no pudiéramos hacer nada para evitar el encanallamiento. Y de eso no tiene la culpa el año nuevo, ni el viejo; la tenemos nosotros, los que deberíamos pelear por ser de otra manera. Pero, claro, a esa necesidad han comenzado a llamarlo el “buenismo” y a denostarlo hasta extremos insufribles. No se lleva ser bueno. Y menos si el bueno es pobre o no ha triunfado en la vida como mandan los cánones al uso. Las presuntas virtudes no pueden ir solo dentro. Hay que exhibirlas, que se entere todo perro pichichi del dinero que tenemos, de lo famosos que somos, de lo que nos aprecian, de lo que hemos comprado.

Hace unas fechas, pedía desde estas mismas páginas una “tregua”, un armisticio dentro de la guerra política que padecemos y que, en año electoral, va a ir a más. No me han hecho mucho caso por no decir ninguno. No ha pasado día sin declaraciones gruesas, sin pullas, sin choques dialécticos, incluso sin insultos; es decir, con más crispación. Es únicamente un aperitivo de lo que nos espera. ¿Solo hasta que lleguen las elecciones? Me parece que no, que todo está tan tenso y radicalizado que, por mucho que se esfuerce el 2023, por mucho que se lo pidamos, el follón no va a mermar. Ni aquí, ni en el resto de conflictos existentes en el universo. Y si no miren en lo que ha quedado la tregua de Putin, en los tiroteos mortales acá y acullá (estremece lo de México), en la persistencia de miseria y hambruna en tantos y tantos lugares. No, el 2023 no lo va a solucionar él solito. Habrá que ayudarlo.

He rescatado dos frases que siempre me han hecho meditar. Una es de Jorge Luis Borges: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer; no he sido feliz”. La otra la escribió Séneca:” El hombre feliz es aquel que, gracias a la razón, nada teme ni desea nada”. No están mal para iniciar el año. ¿O es pedirnos demasiado?

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