Guau, guau, guau

La caza es perfectamente compatible con el buen trato, del mismo modo que lo es con los buenos modales, los valores medioambientales o la piedad por los más débiles e indefensos

Julio Fernández Peláez

Julio Fernández Peláez

Guau. Soy un perro cazador. Soy el perro de un cazador. No tengo raza definida, o al menos no me han dicho que la tenga pero sé que corro como un galgo y soy tan fiel como un pastor alemán. A mi padre, es decir, mi amo, nunca le fallo.

Pero voy para viejo, y mis carreras detrás de los bichos ya no se parecen a las de antaño. Mis compañeros se ríen de mí, y ayer llegó el primer estacazo sobre mis lomos con la vara que mi dueño tiene reservada para castigarnos cuando algo no hacemos tan bien como él espera.

Lo he visto en otros perros, cuando ya no tienen tantas fuerzas para correr detrás de las liebres y se detienen a mitad de camino para sacar la lengua unos segundos, y sé que acabaré como ellos: colgado de un árbol. Mejor morir así que de un infarto como esos caballos de tiro, mejor morir así que vivir como viven los halcones para cetrería: enjaulados.

Hoy, he sabido que ya no estamos en la nueva la ley de bienestar animal. Menos mal, adoro la lealtad, me encanta lamer las botas de quien me hace sentir libre en medio del campo, me gusta lloriquear por un rico hueso y encuentro justo el desprecio, porque por encima de nuestro bienestar está el beneficio moral de un deporte con tan honda raigambre.

Es cierto que no somos cobayas y que nuestro sacrificio vital no redunda en el descubrimiento de nada importante pero ponernos a la altura de todos esos perritos domesticados y felices, que con tanto mimo son tratados, sería pretender algo que no nos corresponde, porque como piezas de último rango nuestra misión consiste en dar la vida por la misión que se nos ha encomendado. Imaginen que los perros de caza ladráramos para pedir bienestar y que siguiendo nuestro ejemplo lo pidieran también los corzos, los ciervos y los jabalíes. Sería el mundo al revés, sería poner en cuestión un orden establecido desde siempre y merced al cual el mundo existe para disfrute del ser humano, no para que vivan en armonía animales de distintas especies.

Sé que he nacido para cazar, sé que he venido a este mundo para tener este oficio, igual que un soldado nace para alistarse en un ejército y dejar su vida luchando, y de esto estoy muy agradecido

Es verdad que nuestro bienestar no costaría tanto, de eso todos los perros de caza somos conscientes. La caza es perfectamente compatible con el buen trato, del mismo modo que lo es con los buenos modales, los valores medioambientales o la piedad por los más débiles e indefensos, esa es mi opinión, así que no acabo de entender el empeño por no concedernos un “bienestar” más que merecido, si tenemos en cuenta toda la dedicación que prestamos. Pero, por otra parte, comprendo a la cadena de mando: si nos trataran como perros malcriados, no seríamos tan eficaces.

No estoy insinuando que nos traten mal como una forma de mejorar nuestras cualidades, los perros de caza no tenemos que hacer números de circo y nuestro entrenamiento no precisa de ningún castigo ni de ningún premio; lo que quiero decir es que, posiblemente, la ausencia de miedo no nos haría correr como corremos, y puede ser, también, que los cazadores se sintieran algo más inseguros si se ven obligados a respetar unas normas que según ellos ya cumplen.

Además, estoy seguro que no hay perro de caza que no sea consciente de que nuestra vida útil es la que corresponde a la actividad que desarrollamos. Si nos quedamos cojos por un accidente, ¿qué va a hacer nuestro dueño, mantenernos hasta el fin de nuestros días? No pueden esperar todos esos animalistas descerebrados que le exijamos a los cazadores una pensión por invalidez, o una jubilación llegado el momento... Eso es absurdo. Menuda jeta. A mí se me caería la cara de vergüenza si yo, perro experimentado y responsable, le pidiera a mi dueño, a mi padre, alguno de estos derechos. Sé que he nacido para cazar, sé que he venido a este mundo para tener este oficio, igual que un soldado nace para alistarse en un ejército y dejar su vida luchando, y de esto estoy muy agradecido. No hay más vueltas que darle, soy lo que soy gracias a quien me alimenta –me trate como me trate–, y ninguna ley va a poder nunca juzgar esto. Guau, guau, guau. Soy un perro de caza y por eso aplaudo a quienes en el Parlamento defienden que solo los cazadores puedan decir lo que está bien y lo que está mal en relación a nuestra vida y nuestro cuerpo.

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