Cuando un amigo se va

Por mucho que poblemos la noche de luminarias siempre habrá agujeros negros ante los que nuestro dolor orbita

Árbol de Navidad

Árbol de Navidad

Ángel Alonso

Ángel Alonso

La Navidad con sus luces multiplicadas por la calle tiene sombras ineludibles, apagones o bombillas fundidas que en medio del deslumbrante espectáculo, a poco que observemos, se hacen notar. Siempre hay un árbol iluminado que por alguna razón se apaga, una estrella que no alumbra, una letra que no se enciende en la palabra feliz y que desluce la siguiente: Navidad. Por mucho que poblemos la noche de luminarias siempre habrá agujeros negros ante los que nuestro dolor orbita como una pena recurrente por ausencia de seres queridos cuyo amor ardía y brillaba al lado nuestro. Esta vez se apagó la vida de un amigo que conmigo miró de niño la Navidad, menos iluminada que hoy día pero con mayor resplandor, si cabe, porque la ilusión infantil no se mide en kilovatios. Estas letras quieren ser una cortina de luz para mi dolor y el de su familia, para sus nietos a los que amaba ejerciendo de abuelo bondadoso como un ángel de la guarda. Emilio se nos fue y no fue fácil su partida. Resistió hasta el final. Pero tras tanto sufrimiento no nos queda sino admitir que descansa en paz.

Ya no podré tomarme una magdalena sin acordarme de él, de nuestro mundo infantil, de nuestras correrías tempranas, lejos del pueblo, a donde el destino nos llevó de internos en el colegio al que retornábamos cada verano

Ya no podré tomarme una magdalena sin acordarme de él, de nuestro mundo infantil, de nuestras correrías tempranas, lejos del pueblo, a donde el destino nos llevó de internos en el colegio al que retornábamos cada verano para evocar con los amigos aquel tiempo feliz pero no fácil, aquellos días plenos pero a larga distancia de la familia. Sí, la magdalena, el símbolo de los mejores recuerdos horneados desde que al escritor Marcel Proust le despertó los suyos al primer bocado. Los padres de mi amigo eran panaderos en el pueblo y no he vuelto a comer ese bizcochito cuadrado con parecido deleite como en casa de Emilio.

Aquel gusto evocador le lanzó a Proust a escribir esa novela que hoy es un clásico en varios tomos del arte de narrar el pasado de una vida apasionante, tan vivida como añorada, tan fugaz como fulgurante. “À la recherche du temps perdu” : A la busca del tiempo perdido.

Mi amigo pensaba como yo: la inocencia bien vivida no se pierde, se reinvierte de mayor y el resultado es alma limpia, corazón sano y ganas de vivir con sencillez, sin descuidar la ternura.

Cuando un amigo se va, cuando un ser querido desaparece, en nuestra alma se enciende esa luz infrarroja que permite ver en la oscuridad de su ausencia.

Si como decía Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende” podemos parafrasear que el amor tiene luz perdurable, invisible a los ojos.

No hay mejor elegía en la literatura española del siglo XX que la de Miguel Hernández a su amigo muerto Ramón Sijé, y con los versos finales también yo acabo:

“ A las aladas almas de las rosas/ de almendro de nata te requiero/ que tenemos que hablar de muchas cosas/ compañero del alma compañero.”

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