Zamora cierra un año aciago, pero sin renunciar a lo que merece

Editorial

Editorial

Zamora está a punto de cerrar uno de los años más aciagos de su historia reciente. No solo por los problemas endémicos como la despoblación consecuencia de un mercado laboral incapaz de crecer por la senda de la innovación y el valor añadido. Renqueantes los sectores de la hostelería y el turismo, los que más pujanza mostraban antes de la pandemia, de los efectos de restricciones y confinamientos, la guerra de Ucrania y la escalada de precios de las materias primas y energía, con una inflación desmadrada, deja muy tocado al otro gran pilar que es la agroalimentación.

La sequía, pero, sobre todo, los grandes incendios del verano, en los que ardió el 6% de la masa forestal de la provincia, tuvieron graves consecuencias para el sector primario en las zonas afectadas. Además de vidas humanas fueron muchas las explotaciones que sufrieron la pérdida de animales, las dificultades de obtener forraje pese a la rápida respuesta administrativa y la solidaridad de particulares, y tienen que enfrentarse a la tarea de reconstruir desde cero.

Con estos mimbres no cabía esperar que el padrón que el INE revela por estas fechas tuviera otro resultado más que los desoladores datos publicados esta misma semana. Junto al más llamativo titular por el golpe psicológico que supone: la capital baja del listón de los 60.000 habitantes, hay datos que invitan a analizar más profundamente un cambio de tendencia señalado por las estadísticas. Los núcleos rurales muestran síntomas de resistencia frente a la debacle en las principales ciudades de la provincia.

Resulta llamativo el hecho de que, pese a cerrar con 1.500 vecinos menos, haya 88 localidades zamoranas, todas ellas de menos de 5.000 habitantes, que acaban el año en positivo. Por tratarse del ejercicio de 2021, la pandemia juega aún un importante papel en el mapa que se dibuja desde los estudios oficiales. Hay un efecto de “éxodo” de las megaurbes desde la más grave ola en marzo de 2020 y los meses siguintes que perdura.

Las estancias en los pueblos se alargan por parte de los que se han jubilado tras una vida laboral fuera de su lugar de origen. A cambio, el teletrabajo de gente más joven se va extinguiendo como “varita mágica” que atraiga población, por la vuelta a la presencialidad de las empresas y un panorama cuando menos dificultoso en cuanto a conexiones en los pueblos.

El declive de los tres principales núcleos de la provincia: Benavente, Toro y, especialmente, Zamora tiene otros componentes añadidos a la falta de empleo cualificado. Que los pueblos del alfoz, en particular los de la capital zamorana, se encuentren entre los que ganan población, indica la marcha de habitantes en busca de viviendas más baratas y con más espacio, puesto que los sueldos medios tampoco alcanzan para comprar un piso, incluso tratándose de las ciudades más baratas de España para hacerlo.

La despoblación sigue siendo la sombra que se extiende por la provincia sin que exista una política clara, transversal entre administraciones y más allá de siglas partidistas. Las argumentaciones y propuestas siguen en la fase de debate, cuando no del oportunismo político, mientras la herida sigue sangrando. Zamora es la más lacerante, pero el INE señala a Castilla y León como la comunidad con más pérdida de habitantes y, especialmente al oeste, con León y Salamanca cerrando el trío de la debacle demográfica. Esta semana se aprobaban los presupuestos de la Junta con los votos de los socios de Gobierno, PP y Vox, mientras el presidente Mañueco hacía gala de la estabilidad política y remarcaba el eslogan de “tierra de oportunidades” para Castilla y León en un clima optimista, a juego con la atmósfera navideña.

El mensaje de que “merecemos más y hay que luchar por ello”, con la convicción de que podemos lograrlo, al igual que los zamoranos que estos días buscan una nueva luz desde la devastación

La región, y especialmente Zamora, espera mucho de esos presupuestos, porque los datos puros y duros indican que algo más que optimismo hace falta para enderezar la dirección. Y en el clima político de continua confrontación no ayuda a la colaboración imprescindible con medidas “palanca” que estimulen la economía.

Buenas palabras obtuvieron también los empresarios zamoranos del ministro de la Seguridad Social cuando fueron recibidos hace una semana en la sede ministerial. Escrivá les pidió ampliación de la documentación que acredita el agonizante estado sociolaboral que se vive en Zamora. No se preocupe el ministro, todos los edificios gubernamentales pueden quedar empaquetados como esculturas del desaparecido Christo, con todos los papeles que van escritos en décadas de inacción.

Sigue sin ser escuchada la voz de los zamoranos que perseveran en la brecha diaria, los que sostienen, de verdad, la provincia. Que se levantan y resurgen de las cenizas, como las explotaciones y queserías de la Sierra de la Culebra. Como los jóvenes de Castilla y León que amplían ahora su radio de acción social en busca de una mayor resonancia para aquellos que quieren poder elegir y eligen quedarse o volver a su tierra. Un colectivo, que va a más y que no duda en señalar en voz alta uno de los problemas que ya no depende de ningún político, sino de los propios zamoranos: “implicación y autoestima”. Se trata de empezar el nuevo año con ilusión, que no es lo mismo que vivir de ilusiones. Por eso, el mensaje de que “merecemos más y hay que luchar por ello”, con la convicción de que podemos lograrlo, al igual que los paisanos que estos días buscan una nueva luz desde la devastación absoluta que vivieron meses atrás, debe ser nuestro primer deseo para brindar esta Navidad y por un próximo y, realmente próspero, 2023.

Suscríbete para seguir leyendo