Perdidos

No puede ser que tras la noche venga la noche más larga, ni que nos quedemos colgados de un vacío interminable

Luis M. Esteban

Luis M. Esteban

En pleno siglo XVI, Francisco de Figueroa, soldado, cortesano y poeta, hombre, en definitiva, del Renacimiento, empezaba un soneto con estos dos endecasílabos: “Perdido ando, señora, entre la gente,/sin vos, sin mí, sin ser, sin Dios, sin vida/. Y un poco así andamos, al menos algunos, en este primer tercio del siglo XXI que ni siquiera las películas más distópicas del siglo pasado fueron capaces de entrever, porque, lejos de los avances tecnológicos y seres extraterrestres que allí se plasmaban, la realidad es que nos encontramos con un poco más de lo mismo con escasas florituras y menos avances.

Perdidos

Perdidos / Luis M. Esteban

Sea porque en la guerra de Ucrania, cada vez menos de moda, siguen muriendo y mutilándose personas, sea por una pandemia que nos ha dejado devorados más por dentro que por fuera, o porque los políticos de todo el orbe siguen pensando una cosa, diciendo otra y haciendo ninguna de las dos e incluso, sencillamente ninguna, o bien sea porque la hipocresía que parecía decimonónica está instalada como gran señora del escenario mundial, el caso es que andamos vagando por la vida con la supervivencia como único fin y en eso sí que nos parecemos a los personajes distópicos, pero sin la gracia del Gurb de Eduardo Mendoza.

Verdad es que las circunstancias no nos lo están poniendo nada fácil y mucho menos con ese catastrofismo continuado en todos los medios que parece que nos encaminamos sin remedio al fin del mundo. Si a eso le añadimos nuestro día a día personal y cotidiano, esa rutina silenciosa de atender las obligaciones laborales y de pago de facturas, junto con aquellas otras, sentimentales y más silentes aún, pero a la postre más exigentes y tan satisfactorias como destructivas a poco que nos descuidemos, como la atención a padres, hijos, amores y desamores, ilusiones y frustraciones; vamos, lo que viene siendo la vida sin más, entonces la sensación de andar sin rumbo y, lo que es más penoso, sin tiempo para fijarnos uno, nos va minando cuando al meternos en la cama echamos cuenta de qué hemos hecho hoy, sin ir más lejos, que nos haya producido un mínimo de felicidad, aunque sea tan fugaz como el relámpago que muere con el trueno.

La realidad está ahí, desnuda y fría como una Mata Hari impía, pero la cuestión es cómo abordarla y hasta adornarla

Así, entre unos y otros, o lo uno y lo otro, nos estamos quedando vacíos, y, como bien escribía en estas mismas páginas hace unos días mi buena amiga Ana Olivares, “nos creamos salidas que no existen, pero que nos reconfortan”, la literatura, como ella misma lo denomina y que tantos cafés nos ha ocupado. Sea, pero reconforta, no lo olvidemos. El problema está cuando ni siquiera en nuestro imaginario somos capaces de construir un relato que nos saque de tanto realismo, porque entonces se abre el abismo, el solo ir lanceando día a día con la única ilusión de tener fuerzas mañana para volver a lancearlo, en una especie de corrida interminable donde los mismos toros se repiten para que nosotros acabemos haciendo la misma faena una y otra vez; ellos siempre iguales y nosotros cada vez toreros más viejos y desganados y arrastrándonos para hacer una mala faena de aliño. Y así nos acabamos sintiendo como Sísifo, condenado a empujar una piedra hasta una cima para, llegado allí, volver a tener que empezar el ciclo del absurdo.

La vida no deja de ser una partida de cartas en la que cada cual juega con las que le han tocado y ser tahúr no desmerece con tal de no sentir el vértigo de acabar los días mirando una pared sin nada que contarse

La realidad está ahí, desnuda y fría como una Mata Hari impía, pero la cuestión es cómo abordarla y hasta adornarla. Porque parece que escritores, poetas, filósofos y otros personajes de semejante calaña somos seres que vivimos alejados de la realidad y por eso escribimos lo que escribimos, como si fuésemos unos alucinados, toxicómanos de las letras, que ni nos enteramos de la que está cayendo con tanta metáfora y filosofía y obviamos que esto es lo que hay y no hay más y tonterías las justas, que diría una gran amiga mía, que no estamos para literatura. Pero el caso es justamente al revés. Es cuando estamos hasta las trancas de realidad, de pagar facturas y de echar cuentas para llegar a fin de mes, de estar hasta las cejas de crisis, pandemias y guerras, perdidos y sin ni siquiera fe, y hasta sin un vos al que gritarle nuestro hartazgo y dolor, cuando desplegamos las plumas para crear no mundos imaginarios, sino para hacer este mundo más amable y hasta más real, porque es nuestro mejor yo y por ello vemos que incluso en la mayor de las tragedias puede surgir una mirada que reconforte y dé sentido a todo, como en el mayor de los incendios queda una rama dispuesta a renacer. Y para este renacer todo vale, absolutamente todo. A fin de cuentas, la vida no deja de ser una partida de cartas en la que cada cual juega con las que le han tocado y ser tahúr no desmerece con tal de no sentir el vértigo de acabar los días mirando una pared sin nada que contarse, porque, en verdad, nada se vivió que se sintiese como realmente tuyo y no una mera finta para ir esquivando las cornadas de la vida y acabar presintiendo, como el Ignacio Sánchez Mejías lorquiano, que la vida se escapa por entre los alamares.

Y no puede ser. No puede ser que tras la noche venga la noche más larga, como cantaba Luis Eduardo Aute, ni que nos quedemos colgados de un vacío interminable. Los romanos, en su sistema numérico, desconocían, como otras insignes culturas anteriores, el número cero, porque era la nada. Puede que fuera por el “horror vacui”, el miedo al vacío, o simplemente porque su sistema numérico, como mi madre que no sabía restar y regentaba una tienda, era aditivo y el cero no suma. Pues lo mismo ahí está la cuestión, ir sumando, solo sumando, para no acabar perdidos en un camino que irá a ninguna parte si no somos capaces de fijar nuestro rumbo por encima de las tempestades de la cotidianeidad.

Si el lector ha llegado hasta aquí, ya que estamos inmersos en la comodidad de las tecnologías, le invito a que meta los dos endecasílabos de Figueroa en Google y podrá leer el soneto completo. Y allá cada cual con qué se siente perdido.

Suscríbete para seguir leyendo