De lo que se entiende que puede llegar a ser una comunidad

Las comunidades de vecinos no hay manera de hacerlas funcionar a gusto de todos

Manos entrelazadas

Manos entrelazadas

Agustín Ferrero

Agustín Ferrero

Según la Docta Casa (RAE), una de las acepciones de la palabra “comunidad” es la de “conjunto de personas vinculadas por características o intereses comunes”. En esa definición debería encajar lo que viene a llamarse “comunidad de vecinos”. Pero en la realidad no solo no es así, sino que con demasiada frecuencia sus comportamientos son justo los contrarios, pues son foco de discusiones y enfrentamientos. Y si no acuérdense ustedes de la pelotera que se montó en su edificio cuando se cambió el ascensor, porque el anterior, según el administrador, ya no cumplía con lo que exigía “Industria”. O cuando no había manera de llegar a un acuerdo en el horario de recogida de las basuras. O sea, que lo de intereses comunes sí, pero también distintos, ya que cada uno tiene los suyos. En cuanto a las características de los vecinos, pues algunas si son comunes, pero las más son diferentes, incluso opuestas, tanto desde el punto de vista económico como social.

Y es que no es lo mismo uno que lee todos los días el “Marca” que el que se desayuna con el “Sport”, porque ello viene a decir que uno es seguidor del Real Madrid y el otro del Barça. Tampoco tiene mucho que ver un americano que lee el “New York Times” con otro que toma por catecismo el “Whashington Post”. Aunque, quizás este último ejemplo no sea el mejor, dado que ambos periódicos, a día de hoy, no parecen tan diferentes, pues el W.P. ya no es aquel que en 1975 les hizo la puñeta a los republicanos, con aquel “Watergate”, que hizo dimitir al presidente Nixon. Ahora el N.Y.T. es propiedad del multimillonario Jeff Bezos, dueño de Amazon, y el W.P. del multiempresario mexicano Carlos Slim: tal para cual.

Podría llegarse a la infausta conclusión de que cada provincia es más de ser de un país que de una comunidad autónoma, ya que un país “es un territorio con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política"

A lo que iba. Las comunidades de vecinos no hay manera de hacerlas funcionar a gusto de todos. Mismamente ahora, con el precio al que sean puesto los combustibles, quienes disponen de calefacción central están aviados, pues al tener una caldera común no hay posibilidad de discriminar su uso: y es que, o se enciende o no se enciende. Y ahí empiezan los problemas, pues hay quienes son partidarios de una cosa y quienes de la otra. Los motivos son múltiples, ya que hay quien no puede permitirse asumir ese gasto, y quien prefiere anteponer la factura de la calefacción a otros menesteres, para poder estar caliente.

Si pasáramos a analizar otro tipo de comunidades, como puedan ser las “autónomas”, observaríamos que los intereses de cada provincia, en cada “comunidad”, tampoco tienen mucho en común, y a veces ni siquiera cierto parecido. En el caso de la nuestra, en la que el salario medio de Valladolid es el 12% superior al nuestro y su PIB per cápita un 23% mayor al de Zamora. Respecto al número de cotizantes a la Seguridad Social, Zamora ocupa el último lugar del ranking nacional (incluso por detrás de Teruel, y eso que contamos con un 25% más de población). En lo que se refiere a sanidad, a poco que nos descuidemos, si nos tienen que hacer una prueba o una intervención quirúrgica, nos derivan a un hospital de Valladolid. Algo similar ocurre con el acceso a los estudios superiores, pues aquí solo contamos con unas pocas opciones. Así que ¿díganme ustedes en que coincide Zamora con Valladolid? Pues, más o menos, en lo mismo que con Vilanova y la Geltrú, por poner por caso. O sea, en casi nada. Tenemos en común más o menos lo mismo que Brad Pitt y Santiago Segura.

Así que podría llegarse a la infausta conclusión de que cada provincia es más de ser de un país que de una comunidad autónoma, ya que un país “es un territorio con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política dentro del Estado”. De ahí que no resulte extraño que en algunos sitios ya se venga utilizando tal término desde hace tiempo, como son los casos del País Vasco y el País Valencià.

Dentro de este berenjenal en el que se ha convertido el ruedo nacional, también llamado Estado, y ya puestos a gozar de esa libertad que dicen los y las populistas que tenemos los españoles, debería caber la posibilidad de elegir la “pertenencia” al país que a cada provincia le convenga. Así, si se deseara prosperar económicamente y encontrar un puesto de trabajo, se apuntaría uno a ser la cuarta provincia del País Vasco o la quinta de Cataluña; si se deseara vivir más en la calle, a ocupar el noveno lugar en Andalucía; si dedicarse a la pesca y gozar de un clima suave, a ser la quinta de Galicia. Y así sucesivamente. De esa manera llegaríamos a ser más “comunes”, pues el que más y el que menos aprendería a escalar castellers, a jugar a pala, a tocar la gaita en el festival de música celta de Ortigueira, e incluso a bailar sevillanas llegado el caso.

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