La Opinión de Zamora

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Ángel Alonso Prieto

La alegría explicada a mí mismo

La naturaleza y la inocencia de la vida se alían a veces y me corrigen el punto de vista de las cosas

Hay días en que el humor o satisfacción de la vida anda como el clima: seco y soleado, o revuelto y tormentoso. También la meteorología nos puede hundir en la miseria o sacarnos del hoyo una tarde radiante en que el sol se lleva, con su rojo y pintoresco atardecer, penas y pesares lejos de nosotros. El clima ha sido el ramal que ha tirado de esa bestia mansa o salvaje que es la vida, desde sus inicios en la tierra. Parece que empezamos a soltarnos de él, alegremente, o como se mire, es decir con total insensatez.

La alegría explicada a mí mismo Ángel Alonso

Cerca de donde vivo el mar ruge. Yo pienso, poéticamente, que protesta. Y no me equivoco aunque suene a metáfora; los motivos a cualquiera se le alcanzan. Escribo estas letras en el veinte aniversario del desastre petrolero del Prestige.

Estoy en un punto geográfico, del arco sinuoso que llega hasta Finisterre, junto a la Torre de Hércules, cuyo entorno es una extensa área recreativa donde campos de deportes municipales al aire libre y veredas verdes son tomadas cada tarde por gente animosa y ‘marea blanca’ de niñas y niños haciendo ejercicio físico, o de esparcimiento, con ese entusiasmo propio de su edad y un optimismo repartido en equipos que se mueven por el césped derrochando energía.

Es difícil no dejarse contagiar de esa actitud positiva, a pesar de que no pocas veces el mar se cela y mete nubes o borrascas que raramente desaniman a la infancia deportiva de La Coruña. Mirar a la gente pequeña con tal dosis de energía y despreocupación es un antídoto contra nuestra complicada vida de adultos, contra nuestras preocupaciones sombrías.

El sol, el mar y los niños, una tríada de estímulos que los poetas pusieron en verso: desde Antonio Machado en sus últimos días exiliado en Collioure: “Estos días azules y este sol de la infancia…”, hasta Rafael Alberti: “ Hoy mar amaneciste con más niños que olas”.

Las estaciones siguen su curso al que nosotros nos empeñamos en alterar el ritmo, pero nos gusta percibir los cambios y de esa transición está hecho el paisaje natural y en parte el de nuestro estado de ánimo

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La naturaleza y la inocencia de la vida se alían a veces y me corrigen el punto de vista de las cosas. La infancia es el único tiempo con permiso de aplazar el futuro.

Las estaciones siguen su curso al que nosotros nos empeñamos en alterar el ritmo, pero nos gusta percibir los cambios y de esa transición está hecho el paisaje natural y en parte el de nuestro estado de ánimo.

Hoy para mi quiero alegría, como la que describe la canción del espectáculo del mismo título del Circo del sol: “Alegría/ hermoso grito rugiente de gozo y tristeza...Alegría/ del alarido proscrito/ hermosa pena rugiente, serena/ como la rabia de amar/ Alegría…”

Como el voluntariado mundial en la marea negra -añado yo-, como las manos blancas, manchadas de brea, como mi corazón contagiado de luz y sonrisas.

Alegría, como la de nuestro poeta Claudio Rodriguez que: “...se ha dado cuenta al fin de lo sencillo/ que ha sido todo, ya el jornal ganado/vuelve a casa alegre y siente que alguien/ha empuñado su aldabón y no es en vano.”

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