La Opinión de Zamora

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Julio Fernández Peláez

El roble de Codesal

Es una leyenda de amor y de muerte en la que triunfa de forma portentosa la vida

Una ganadera, con sus vacas BERNABE/JAVIER LALIN

La leyenda del roble de Codesal, recuperada por Argimiro Crespo, es una leyenda de amor y de muerte en la que triunfa de forma portentosa la vida. Una mujer enamorada de un arriero encarcelado en las vecinas tierras de Galicia. Una mujer que es capaz de dar su vida para que él huya. Una mujer que más tarde se une a una cuadrilla de segadores y que es víctima de la dureza del trabajo, y que va a morir justo en la tierra del arriero: Codesal. Una mujer extranjera que nadie conoce, abandonada, que es enterrada sin cruz ni nombre, solo una rama calvada en la tierra que otra mujer coloca en su tumba y que milagrosamente prende, y que con los años se convierte en roble intocable y sagrado: el que desde hace siglos levanta sus ramas en un rincón del cementerio. Una mujer. La propia vida que busca enraizarse. Ella es la protagonista, eclipsando por completo la figura del hombre, el arriero, incapaz de demostrar su amor en vida. Una mujer que no solo se rebela contra la autoridad de la aristocracia de la época sino que lo hace por infinito amor, única fuerza capaz de hacer germinar un árbol desde las entrañas.

Sentirse feminista en el medio rural, como yo también me siento, es aceptar que la vida, en todas sus formas, sea siempre la gran vencedora, a pesar de que en demasiadas ocasiones la veamos como extranjera

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Sentirse feminista en el medio rural, como yo también me siento, es aceptar que la vida, en todas sus formas, sea siempre la gran vencedora, a pesar de que en demasiadas ocasiones la veamos como extranjera. Es aceptar que la vida no se puede limpiar, como anuncian quienes odian la vida con sus mensajes en los que la limpieza empieza por el monte y termina con las ideas. Sentirse feminista en el mundo rural es la mejor vacuna en contra del virus de las crispadas voces que niegan la violencia de sus propias homilías. Sentirse feminista en el mundo rural es rescatar las historias desde su contenido y no desde la forma, contar las leyendas dando sentido a la realidad, desvelando con acierto el único camino posible para no caer en el abismo de la inercia.

Es urgente, es absolutamente urgente regresar al feminismo libertador y conectado con el medio natural del que habla, con gran acierto y tascendencia, ese roble centenario de Codesal, pese a que lo único que asoma en la superficie de la narrativa oficial sea la idealización del amor imposible.

No, no es el arriero el héroe, sino la extranjera. Ella y también la mujer anciana que clavó la rama de roble, quizá una responseira, quizá una bruja, o simplemente una mujer con empatía, tanta empatía que logró hacer germinar la vida de la propia vida incluso más allá de la vida. La anciana, de esto estoy seguro, no solo sentía compasión por aquella campesina que había muerto segando los campos de trigo y de centeno de Codesal, sentía también que la joven era como ella, una mujer con tanta pasión que era capaz, si se daba el caso, de luchar por mantener el mundo en su primitiva dimensión natural.

En realidad, esa es la gran revolución que se aproxima: la de sostener el mundo con las manos para que no caiga en el abismo. Y han de ser manos femeninas, sensibles, pacíficas, las que lo hagan, pertenezcan estas manos a mujeres o a hombres. No hay ya una gran transformación a la vista, como mucho podemos aspirar a liberar a nuestro amor de la cárcel en la que se encuentra, a pesar de que este amor solo sea recíproco una vez atravesada la puerta de la muerte. Abandonar nuestro amor en la misma naturaleza para permitir que los árboles crezcan, sagrados, intocables, con toda su grandeza. Liberar nuestro amor para mirar con libertad y sin el sometimiento de la tradición, de esa tradición falsamente humanista y que lo único que pretende es que todo siga bajo la misma moral del capitalismo patriarcal, o la del patriarcado a secas.

Es urgente dejar de mirar la realidad de forma parcial, dejar de mirar solo lo que vemos y comenzar a pensar con la mirada para que esta deje de ser un acto mecánico y reflejo, y se convierta en pensamiento global. El roble de Codesal extiende sus dos raíces para encontrarse al final de la historia, en el fondo de la tierra. Son las raíces que imaginamos, no las que el roble seguramente tiene, pero son las raíces de la esperanza, de un amor real que tiene como fruto el propio árbol, no ese que aparece a nuestra vista, sino el que miramos con atención, pasión

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