La Opinión de Zamora

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Carmen Ferreras

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Carmen Ferreras

La lección del sacerdote Pepe

Cura almas, las guía y del prójimo sólo le interesa llevarlo por buen camino

José Álvarez cuando era párroco en San Vicente JAVIER DE LA FUENTE

Se dice que los grandes hombres siempre están dispuestos a ser pequeños y que la humildad abre más puertas de las que jamás abrirá la arrogancia. El orgullo nos vuelve artificiales, sin embargo la humildad nos hace reales. No sé por qué se está perdiendo a pasos agigantados la condición de humilde en los seres humanos, no hablo de dinero, hablo de carácter. La vanagloria está a la orden del día. Conozco personas que se jactan constantemente de amistades al más alto nivel: de Obispo para arriba Aunque provengan de humilde cuna, entre sus iguales no hay fontaneros, ni camioneros, ni albañiles, ni camareros, mucho menos sin techo o pobres de solemnidad. Gente así, me da mucha pena.

En estas últimas semanas, también he podido comprobar el grado de soberbia de alguna persona absolutamente indigna que, para más inri, es una pobre persona. Ya lo decía el rey Salomón: “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; más donde hay humildad, habrá sabiduría.” Algunos no se dan cuenta de que el hombre crece cuando se arrodilla.

Y todo este preámbulo para dar cuenta de la lección de Pepe, quien fuera párroco de San Vicente Mártir. Uno de los sacerdotes más queridos, don José Álvarez, Pepe para sus miles de amigos. Compañero de página en tantas ocasiones. Pepe es el paradigma de la humildad. Siempre tan cercano. Siempre tan cariñoso.

Uno de los sacerdotes más queridos, don José Álvarez, Pepe para sus miles de amigos. Compañero de página en tantas ocasiones. Pepe es el paradigma de la humildad. Siempre tan cercano. Siempre tan cariñoso

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Hace ya algún tiempo que dejó la parroquia donde tantos y tantos fieles se convirtieron en sus amigos, para realizar su ministerio en Moreruela de los Infanzones. Creo no equivocarme. Creí que su traslado a una parroquia rural había sido cosa del anterior obispo. Pepe con su sencillez de siempre me sacó de mi error. “No, Carmen, pedí yo el cambio”. Pepe creyó haber cumplido su ministerio en la capital, una etapa que tocaba a su fin y pidió el traslado, pidió el cambio porque “hay que dejar paso a otros, sobre todo los más jóvenes”. Y porque el medio rural “está muy necesitado”. Esto no es lo normal. Hay quien se aferra al puesto y ni con soplete se le despega. Nada le digo si por el medio hay alguna canonjía y nunca mejor dicho.

Me encanta este sacerdote campechano donde los haya, que hace sentir cómoda a la gente que le rodea, con quien se puede tener una conversación agradable por espinoso que sea el asunto. Pepe es, además, un cura en el más amplio y hermoso sentido de la palabra. Cura almas, las guía y del prójimo sólo le interesa llevarlo por buen camino, a ser posible directamente al cielo. Gracias, Pepe por tu lección, por ser y por estar.

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