La Opinión de Zamora

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Luis M. Esteban

Volví al Lago de Sanabria

Si alguna vez no me encuentran seguro que andaré por allí escuchando el susurro de mi voz en la calma de sus aguas sosegadas

El Lago de Sanabria visto desde el crucero ambiental. | Sara ParraCrucero ambiental del Lago de Sanabria. | Sara Parra El Lago de Sanabria visto desde el crucero ambiental. | Sara Parra Crucero ambiental del Lago de Sanabria. | Sara Parra

A mi hija Gala, con gratitud tan inmensa como mi cariño.

Desde que hace treinta años mi querido amigo, el politólogo sanabrés Manuel Mostaza, me venció, porque él nunca convence, para conocer su tierra, casi siempre que he venido y me he plantado frente al Lago lo he hecho con un ay dentro, como esos ayes que entonan los cantaores, no tanto para calentar la voz antes de sus soleás, sino para que, como decía La Piriñaca, les sepa la boca a sangre, que es cuando se está con la verdad por delante. Y esta vez que volví también traía yo mi ay y tanto debía de ser que mi hija fue quien, como sorpresa, me trajo de nuevo frente al Lago. Y es que me conoce bien.

Ningún poeta conozco que haya escrito sobre el Lago como Antonio Colinas en su poemario Junto al lago, donde este aparece envolviendo el amor y la nostalgia del entonces joven poeta. Pero el Lago es mucho más que un compañero de ventura y, sobre todo, desventuras, porque en el remanso de sus aguas, serenas y eternas como la vieja Valverde de Lucerna que la leyenda cuenta y canta que está sumergida bajo sus aguas, resuena esa soledad sonora de san Juan de la Cruz y basta con prestar atención, abrir los sentidos y los poros de la piel para escucharla invadiendo el silencio.

El Lago no se limita a dejar que reflejes tu rostro o hasta tu interior como si fuese una platina de imprenta, sino que te convoca a buscar y escuchar su centro como la boca de una amante verdadera te ofrece sus labios para llevarte al alma

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Y eso hice mientras desayunaba frente a mi hija. Entre conversación y conversación, cuando nos quedábamos callados mirando embobados el vaivén de las aguas, yo perseguía la voz del Lago. Espejo de soledades lo llamó Unamuno, pero un espejo (y no voy yo aquí a apostillar al maestro) a lo más que llega es a devolverte tu propia imagen invertida. Sin embargo, el Lago no se limita a dejar que reflejes tu rostro o hasta tu interior como si fuese una platina de imprenta, sino que te convoca a buscar y escuchar su centro como la boca de una amante verdadera te ofrece sus labios para llevarte al alma.

Porque el Lago te habla y lo hace desde el silencio y en ese silencio su voz te invade por dentro convocándote no solo a contar tus sentimientos, sino a escuchar tus propias respuestas, porque el Lago, en sus palabras, no tiene respuestas, simplemente se abre ante ti como un conversador impenitente, socrático, que te obliga con sus preguntas a responderte ante ti, sin ambages, a bocajarro, como le gusta decir a una querida amiga mía, porque, en definitiva, será ante uno mismo ante quien haya que rendir cuentas al final del camino y ojalá podamos hacerlo de pie y frente a frente, parafraseando a María Zambrano. Y así, en mi diálogo con el Lago, una vez más sentí la paz, esa paz que solo es capaz de proporcionar el sentirse bien con uno mismo y el tomar conciencia de que la felicidad no es más que el querer hacer lo que se tiene que hacer, como tan bien describió Julián Marías.

De vuelta del Lago, hospedados en El Puente, pueblo de encrucijada en la encrucijada y refugio de las tierras sanabresas, le pedí a mi hija una frase para este artículo. Y no me la dio, pero en sus ojos brillantes, como cuando la luna se adorna los labios mirándose en el Lago, vi la felicidad de quien quería hacer lo que estaba haciendo, devolverme al Lago y a las tierras de Sanabria, porque durante meses venía intuyendo que eso me vendría bien, que necesitaba ese diálogo en silencio en el silencio para seguir adelante en este mundanal ruido en el que, a diferencia de fray Luis, no encuentro el cobijo ni el consuelo de un dios, pero sí, como él, del paisaje.

Quizás quien esto leyere encuentre una razón para visitar al Lago, hacerse unas fotos, mojarse en sus aguas, hacerse un selfie, ahora que tanto se lleva el contemplar el mundo a través de una pantalla, o simplemente contar a los amigos que allí ha estado. Pues bienvenido sea, que ya dijo aquel eso de todo es bueno para el convento y más para estas tierras que se van despoblando. Pero, por mi parte, solo puedo decir que si alguna vez no me encuentran, que me busquen en el Lago de Sanabria, porque seguro que andaré por allí escuchando el susurro de mi voz en la calma de sus aguas sosegadas.

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