La Opinión de Zamora

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Agustín Ferrero

A cualquier cosa llaman chocolate las patronas

Menos mal que, de momento, nos hemos cerrado en banda y no hemos aceptado que el aceite de soja sea el más consumido

Plato de alimentos BERNABE/JAVIER LALIN

Es este un dicho que se repetía en múltiples ocasiones cuando se pretendía decir que alguna cosa no correspondía a lo que se esperaba de ella. Pero claro, para eso tuvieron que existir las patronas. Si es que todavía existen, ejercerán su cometido bajo otra acepción. La patrona a la que yo me refiero era una persona que realizaba, en su propia casa, una labor que consistía en atender a sus pupilos de tal forma que aquellos podían sentirse en una posición intermedia entre la de vivir en su casa o en una pensión. La patrona, además de facilitar una cama, se encargaba de dar de comer a sus pupilos y lavarles la ropa. Esa labor se ofrecía a un precio sensiblemente inferior al de una instalación hotelera.

Pues eso, que cuando existían las patronas, aquellas señoras -siempre eran mujeres quienes ejercían tal profesión- lógicamente tenían que velar por sus intereses, que no eran otros que los de encontrar el equilibrio entre el cuidado del pupilo, y el dinero que llegaba a ingresar por ello. Como en cualquier otro negocio (si es que se le podía llamar negocio) la competencia les obligaba a rebajar el precio y, consecuentemente, a reducir las prestaciones. De ahí que el nivel alimenticio se viera reducido en calidad y cantidad, y el aumento de los sopicaldos y la reducción de la ración de carne se hacían patentes. En esa línea, también se veía rebajada la densidad del chocolate que, de manera excepcional, llegaba a incluirse en el desayuno de los domingos. De ahí que el dicho de “a cualquier cosa llaman chocolate las patronas” se utilizara como muletilla en múltiples ocasiones, en especial cuando la calidad o la cantidad de algún contenido brillaba por su ausencia.

Entre unas cosas y otras, llegará el momento en que desaparecerán definitivamente la sal, el azúcar, la cafeína, las grasas (sean o no derivadas del cerdo) y las madres de todos los fritos que en el mundo han sido

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Me ha venido a la memoria lo del chocolate de las patronas, porque vendría muy bien tal dicho para definir determinadas situaciones actuales. Como, por ejemplo, cuando decimos que hemos comido una ensalada a la que no le hemos añadido ni un solo gramo de sal, siendo precisamente ese ingrediente su principal cualidad. En este caso no se ha tratado de cambiar las características del producto al objeto de reducir su costo, sino de seguir la pauta que indican los médicos para mantener en orden la tensión. Pero lo sorprendente es que nos quedamos convencidos de que hemos comido una ensalada (sin sal) y nos quedamos tan anchos. En este caso, suba o no la tensión, en realidad podríamos decir aquello de ”a cualquier cosa llaman chocolate las patronas”.

Algo parecido ocurre con la leche, que como su propio nombre indica se trata de un producto lácteo. Pero resulta que la tomamos sin lactosa, y a veces incluso desnatada: así que, realmente, lo que tomamos es otra cosa, pero no precisamente leche. Nada diferente ocurre con lo de tomar café, especialmente cuando el contenido de la taza es un triste descafeinado, o sea una eliminación de la cafeína, principal componente del café.

En lo que se refiere al azúcar sucede otro tanto de lo mismo, pues de un tiempo a esta parte nos la presentan como la mayor enemiga de la salud de los seres humanos. De manera que en su lugar empleamos sacarinas o stevias, al objeto de darle algún sabor a los dulces: una simpleza para salir del paso. Y si no lo hiciéramos así, alguien se encargaría de recordarnos que estamos dándole alas al mismísimo anticristo.

De las grasas mejor no hablar, pues el mayor pecado que puede cometer un ciudadano del S.XXI es comer un torrezno de tocino, o unas sopas de ajo aviadas con manteca, por poner por caso. Menos mal que, de momento, nos hemos cerrado en banda y no hemos aceptado que el aceite de soja sea el más consumido, más que nada porque el de oliva sigue siendo el de mayor producción en nuestro país. Pero cualquier día de estos alguien le encontrará algún inconveniente y lo declararán también anatema.

Entre unas cosas y otras, llegará el momento en que desaparecerán definitivamente la sal, el azúcar, la cafeína, las grasas (sean o no derivadas del cerdo) y las madres de todos los fritos que en el mundo han sido. Será el ocaso del cocido, las alubias con chorizo, el dos y pingada y el arroz a la zamorana.

Pues eso, que solemos presumir de que comemos de todo, pero se nos olvida precisar que de todo menos de esas cosas que, hasta hace poco, constituían la dieta o parte de la dieta habitual de los españoles. Así que nunca mejor que ahora para decir aquello de “a cualquier cosa llaman chocolate las patronas”.

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