La Opinión de Zamora

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Ángel Alonso Prieto

A propósito del queso

Zamora, con Fromago, exalta merecidamente un producto cuyo vocablo nos remite a los testimonios más antiguos del español

En el programa de actividades y eventos de Fromago hubo personajes que estaba presentes sin haber sido invitados. Me refiero a los protagonistas de la novela picaresca española y a mayores, con más mérito indudable, Don Quijote y Sancho Panza en cuyas cabalgadas Cervantes incluyó el queso como parte de su frugal dieta de caballeros andantes. No es de extrañar sabiendo que andan mayormente por La Mancha.

Podemos imaginarnos también a los pícaros de nuestra literatura deambulando por la feria y saciando su hambre añeja con sólo dejarse invitar en las degustaciones gratis para el gran público, o cómo me gustaría oír a Don Quijote: “Mira que es mucho decir, y para no creer, que, en Zamora, amigo Sancho, ponen gratis para menestrales e hidalgos queso hasta llenar estómagos como alforjas, si de todos los expuestos nos diésemos regalo.”

La literatura y el refranero están llenos de referencias al queso, un derivado de la leche que, desde antiguo, tras la curación, alargaba la posibilidad del transporte, consumo y comercio.

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La literatura y el refranero están llenos de referencias al queso, un derivado de la leche que, desde antiguo, tras la curación, alargaba la posibilidad del transporte, consumo y comercio.

El queso es uno de los alimentos elaborados más antiguos de la humanidad. Se deduce de su valor nutritivo y sobre todo de la facilidad del transporte en las primitivas sociedades, tanto estables a raíz de los inicios de la agricultura en el Neolítico como las nómadas, con mayor motivo, para tener sustento en los breves asentamientos.

Bodegones A. A.

En España el pícaro era un nómada urbano cuya andanza tenía el objetivo prioritario de comer. En El Lazarillo de Tormes el protagonista se las apaña de mil formas para matar la gusa hasta el punto de llevarse a la boca las cortezas de queso que uno de sus amos, el clérigo, ponía de cebo en las ratoneras.

La pintura de la época retrata estos personajes comiendo, ya sea apuntándose a la sopa boba de los conventos o saciándose a gusto por su cuenta como Murillo dibuja a niños harapientos de las calles de Sevilla.

El bodegón español como género pictórico se caracteriza por la sobriedad de composición y parquedad de alimentos, al revés del centroeuropeo donde se muestra la abundancia de las mesas que la pujante burguesía comercial quería mostrar como prueba de su estatus económico. La mesa española no reflejaba la abundancia; demasiado mantel, el del imperio, para tantos comensales dispersos. Esa sobriedad que indicaba escasez y alacenas austeras tiene su correlato, como decíamos, en la literatura y al tiempo configura cuadros que hoy nos muestran un minimalismo alimentario tan frugal como sano, tan artístico como significativo de una época y una sociedad en crisis. No hay más que darse una vuelta por el Museo del Prado -por cuya calle madrileña pasaba antaño la cañada trashumante de las ovejas- para ver a dos artistas representativos de lo que aquí decimos: Fray Juan Sánchez Cotán y Zurbarán, el primero fraile y el segundo pintor de y para frailes.

El queso y el arroz con leche son el bodegón monocromo de mi infancia, las ovejas el ejército ganadero de mis padres y abuelos.

En mi museo de los mejores recuerdos no falta el queso. Zamora con su feria de Fromago exalta merecidamente un producto cuyo vocablo nos remite a los testimonios más antiguos del naciente idioma español tal como aparece en un documento del siglo X conservado en la catedral de León.

Quizá la fecunda longevidad de nuestro idioma justifica las recetas populares del refranero: “Bebe vino, come queso y llegarás a viejo”.

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