La Opinión de Zamora

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Bárbara Palmero

Maneras de vivir

La libertad es una potencia activa que nos permite diferenciar entre opciones diversas y escoger la que menos contraviene nuestros principios

opinion LOZ

Mucho antes de que a la industria militar norteamericana se le ocurriera inventar internet para tenernos a todos geolocalizados en cualquier momento y esclavizados por una pantallita que nos va a dejar ciegos y memos a partes iguales, en casa era normal comprar por correo.

Yo soy heavy porque el mundo me ha hecho así, y no me quedaba otra. Podía conseguir algún disco en los departamentos musicales de El Corte Inglés, Galerías Preciados o Simago. En los mercadillos y las gasolineras, con un poco de suerte, me hacía con algún casete. Pero lo habitual era pedir por correo los discos que aparecían en el catálogo de ventas de Discoplay.

En los años 80, Discoplay era el paraíso en la tierra. Por aquel lejano entonces, El Foro y la libertad sí que eran sinónimos. Ahora se ha impuesto la tiranía del reggaetón, el trap y todos esos subgéneros fruto de la unión deshonesta entre un tal autotune y la más absoluta carencia de ideas, así que lo más probable es que el rock acabe en una reserva, como los indios.

Más de media vida comprando música por correo, y nunca sufrí un percance desagradable. Hasta ahora. Por primera vez he recibido un pedido incompleto. El repartidor se lo entregó a mi padre, un venerable nonagenario que no cayó en la cuenta de que el envoltorio de plástico venía rasgado. Faltaba la factura detallada y uno de los enseres solicitados. Los otros dos habían sido abiertos, para fisgonear su contenido, desechados y devueltos al interior.

Los proveedores me aseguraron que el pedido había sido enviado en su totalidad. Añadiendo, que me remitirían enseguida el objeto sustraído. Además, me instaron a que dejara el asunto de la denuncia contra el presunto infractor en sus manos.

Malos profesionales versus buenos profesionales, y en estas parió la abuela.

Europa tiene la obligación moral de erigirse en la vanguardia de la lucha contra el caos climático, debe convertirse entre el modelo ambiental a seguir por el resto del planeta. Por nuestro bien, por el de todos

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Aparte de la sucesión de olas calor, la inexorable sequía y los salvajes incendios, este verano los media nos han venido informando de que, si la Guardia Civil te pesca con chanclas al volante, de los ochenta euros de multa no te libra ni una novena a Nuestra Señora de la Merced, patrona de los presos.

Es lo que tiene la viga en el ojo propio, mucho Quiñones dimisión, mucho Quiñones dimisión, y luego en lugar de predicar con el ejemplo y no vender consejos que para mí no tengo, me paso los veranos conduciendo con chanclas (y a lo loco).

Es cierto que hay que otorgar a los pies su capital importancia y mantenerlos en un perfecto estado. Como también es cierto que los pastores de ovejas pasamos más tiempo con las botas puestas que los militares desplegados sobre el terreno. E igualmente cierto es que tenemos los sufridos pies más feos y deformados que los corredores de maratones, por lo que conviene airearlos en cuanto sea posible. Muy cierto, pero así y con todo, conducir con chanclas sigue yendo contra las normas.

La distinción entre lo correcto y lo incorrecto funciona para todos en el mismo sentido y con el mismo valor, se sea una pastora de ovejas o el consejero de un medioambiente calcinado. Aquí no hay excepción ibérica que valga. Lo que realmente cuesta es desarrollar una tarea, la que sea, el hacerlo mal o bien supone el mismo esfuerzo e idéntico gasto de energía. Evidentemente, no es lo mismo conducir en chanclas que dejar que arda la sierra de La Culebra.

Y cuando elegimos actuar mal, somos perfectamente conscientes de ello. Por mucho teléfono inteligente y mucha lavadora nueva con más lucecitas y botones que la estación espacial internacional que tengamos, en verdad seguimos siendo los mismos monos violentos y estúpidos de Atapuerca, pero con la facultad para establecer diferencias.

“Ay, de vosotros fariseos, que os encantan los asientos de honor en la sinagoga y las reverencias a vuestro paso, y pasáis por alto el Derecho y el amor a Dios. Ay, de vosotros maestros de la Ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis con un dedo”. Este canto contra la hipocresía pertenece a san Lucas. No, el del Apocalipsis no, ese es otro evangelista. No, no se llama san Stephen King.

Ahora que Europa vale menos que la raíz cuadrada de cero, es fundamental que La Unión recupere su lugar en la historia y se erija en la vanguardia de la lucha correcta contra el caos climático. No destacamos ni somos potencia en nada, ni en la esfera de lo militar, tecnológico, económico, industrial, ni mucho menos en número de población. Si hasta hemos dejado de ser el referente en materia de pensamiento, ideas, filosofía, ciencia, artes y cultura. Tenemos pues la obligación moral de convertirnos en el modelo ambiental a seguir para el resto del planeta. Por nuestro bien, por el de todos.

Pero no como hace el presidente andaluz, que se autoproclama califa de la moderación y luego amnistía dos mil hectáreas de regadíos ilegales que se abastecen del agua de Doñana. Tampoco al modo del presidente de Murcia, que se gasta el dinero del contribuyente en limpiar el Mar Menor, pero sigue sin meter en vereda a la agroindustria responsable del ecocidio.

Decía el Che Guevara, “si no luchamos juntos, nos matarán por separado”. La emergencia climática, con sus devastadores fenómenos meteorológicos adversos cada vez más frecuentes, debe encontrarnos a todos los europeos haciéndole frente desde un mismo bando, el correcto, el de una política común conservacionista.

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