La Opinión de Zamora

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Ángel Macias

El espejo de tinta

Ángel Macías

Solo sí era sí, también antes

Cuando el Estado de derecho quiebra, todos somos susceptibles de ser considerados buenos o malos de manera arbitraria

La ministra de Igualdad, Irene Montero Alberto Ortega - Europa Press

Que sólo sí es sí, porque hasta ahora en determinados ámbitos de la izquierda urbanita de este país al que no osan llamar España para no contaminarse de no sé qué fascismo, “no” significaba espérame en el baño refrescándote, que ahora voy, sobre todo si eres mi jefe o mi profesor universitario. O algo así.

Ellos mismos, ellas mismas, intentan comer el coco a la sociedad con el descubrimiento del “consentimiento” como piedra angular para diferenciar las relaciones consentidas de las forzadas. Lo cual resultaría sonrojante -quizás habrá que ir dándole nuevas acepciones a este término que ya derivaba de rojo antes de que este color fuera, en sí mismo, un concepto ideológico en esta España en la que dominantemente preside bandera, fiesta nacional y hasta los vestidos de faralaes-. Sonrojante si no fuera porque legiones de papagayos periodísticos y sociales que viven en o de la secta, se dedican a difundirlo como si fuera verdad que hasta ahora el consentimiento no era ya el pilar fundamental para tipificar los delitos de índole sexual.

Son más malos que tontos -aunque de unos y de otros haya en todo el espectro ideológico-, previendo que algunos dijéramos que el consentimiento ya era clave, que romper el principio esencial y sagrado del derecho penal, que no es otro que la presunción de inocencia es atentar contra la base del Estado de derecho, y que esto puede tener, como precedente, graves consecuencias a medio y largo plazo en otros aspectos que afectan a la libertad individual y a la seguridad jurídica, corren a poner la venda antes de la herida y a decir que algo tendremos que ocultar los que nos oponemos a una ley que concentra a partes iguales buenismo Peter Pan y totalitarismo.

Acusar al de enfrente de que algo tendrá que ocultar para no estar de acuerdo con cualquier ley “que es tan buena para todos que nadie en su sano juicio o que no sea un malvado puede oponerse a ella”, es el mismo argumento de defensa que utilizan en los regímenes totalitarios los que defienden la delación y la presencia de comisarios políticos en todos los ámbitos de la vida social e incluso familiar. Los que, por sometimiento al dictador de turno, defienden que la tortura o la prisión sin garantías judiciales son buenas para evitar que los malos hagan de las suyas. Pero olvidan, inconscientemente algunos, otros muy conscientemente, que cuando el Estado de derecho quiebra, todos somos susceptibles de ser considerados buenos o malos de manera arbitraria.

Y eso es lo que el engendro de ley del sólo sí es sí trae aparejado, arbitrariedad, falta de seguridad jurídica y quiebra del Estado de derecho. Mientras tanto, las violaciones y otros delitos de índole sexual se multiplican por causas que nada tienen que ver con el sólo sí es sí y ante las que el gobierno prefiere mirar para otro lado y, cada vez que se han pretendido agravar las penas para estos y otros delitos, los mismos que ahora vociferan a favor del cambio legislativo, se han opuesto, por aquello de que piensan en el fondo -aunque las generalizaciones sean siempre injustas- que el delincuente no es malo per se, sino una víctima de una sociedad injusta.

www.elespejodetinta.com

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