La Opinión de Zamora

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Luis M. Esteban

Cuando agosto otoñea…

El verano es una estación que invita a dejar volar nuestra mente y con ella dar rienda suelta a nuestros deseos e ilusiones.

Un banco en otoño

Revisando el refranero general ideológico español compilado por Luis Martínez Kleiser, agosto no es un mes especialmente señalado en comparación con algunos de sus hermanos. Sin embargo, este mes de agosto que va caminando hacia su fin bien mereciera una nueva referencia fraseológica que yo solo me he limitado a esbozar en el título de este artículo y que dejo al amable lector su continuación. Porque no solo es que haya hecho, y aún se preludia un coletazo final, un calor en algunos momentos desmedido y carente, en la mayor parte del país, de las conocidas tormentas de verano, sino que, como consecuencia de la ausencia de agua, agosto se ha puesto a anunciar el otoño de una manera anticipada y distinta.

El refrán “Por agosto, la primera lluvia que anuncia el otoño” parece que no se va a cumplir en la mayor parte de España; sin embargo, agosto se ha puesto a vestir los campos de otoño no sin preocupación. La falta de lluvia desde hace meses está obligando a adelantar la vendimia y robles y encinas, entre otros, están alfombrando los montes con sus hojas como reacción para poder sobrevivir el árbol a la sequía.

Pero más allá de esta inclemencia, para quienes amamos el otoño este anticipo, cuando aún el verano copa las informaciones con alusiones a las vacaciones, los veraneantes, las playas y otros lugares de descanso, es una invitación a hacer coincidir en el tiempo lo que para mí son las dos marcas sentimentales de estas dos estaciones: las ilusiones y su puesta en marcha.

Sea porque el verano se siente y se intenta vivir como tiempo de descanso, de diversión, o de reencuentro con personas o lugares, el verano es una estación que invita a dejar volar nuestra mente y con ella dar rienda suelta a nuestros deseos e ilusiones. Es en verano cuando pensamos en cambios en nuestra vida, en ese de septiembre no pasa que lo haga, en sentirnos mejor con nosotros mismos y, por supuesto, con lo que queremos que sea nuestra vida en adelante, desde algo razonablemente insustancial como empezar una colección, o ir por fin a un gimnasio, hasta cuestiones de más enjundia como poner patas arriba nuestra cotidianeidad y darle un tono que al menos se parezca en algo a lo que realmente queremos.

Después llega el otoño, época de reflexión y maduración de todos esos sueños y de puesta en pie de los mismos. Se acortan los días, se vuelve a la rutina dejada aparcada durante el verano y llega, como dicen los taurinos, la hora de la verdad, el momento de hacer realidad todos esos sueños elaborados bajo las estrellas del verano y que no queremos que se diluyan como el bronceado de nuestra piel, para así, cuando llegue el próximo verano, que sean nuevos sueños los que tejamos y no los mismos incumplidos, como si no dejásemos de ser Penélopes destejiendo nuestra propia vida sin la esperanza de un Ulises que nos redima de tanta vacuidad.

Pero este agosto otoñea y quizás sea, después de estos duros años de desolación, un presagio, una invitación a que solapemos una estación con la otra, así, de golpe, sin paréntesis ni proemios, a bocajarro, de modo que, cuando aún el calor sigue presente casi de manera justiciera y la lluvia se resiste a aparecer, empecemos a colocar lo soñado en la realidad, sin más dilación ni espera a que las hojas arrojadas en medio del secarral se humedezcan por fin con las lluvias otoñales y su crujir lastimero de ahora bajo nuestros pies se convierta en una alfombra acogedora en los caminos.

Porque en el camino está el placer del viaje y más si es el camino de nuestra vida. Tengo yo una muy querida amiga que siempre que viaja habla de hacer del tirón el trayecto desde el punto de partida al de llegada. Yo le cuento que cuando viajo me gustan las paradas intermedias, el disfrutar de cada momento del viaje, de los paisajes y pueblos que corren por las ventanillas y no solo del placer presentido en el destino. Cuando le digo esto me pone cara de pues muy bien, pero no veo yo claro ese formato. En cualquier caso, no tengo yo intención de convencerla, o sí, claro, pero al menos sí que tengo voluntad de acercar las visiones, que, a fin de cuentas, de eso trata una buena conversación, y tal vez por eso estas letras la tengan como destinataria, con el permiso de todos aquellos que esto leyeren.

Podríamos fiarlo todo a que, como al centenario y moribundo olmo machadiano, las lluvias de abril y el sol de mayo hagan florecer las hojas para así disfrutar de su renacer. Sin embargo, por mi parte, ya que este agosto otoñea, estoy más por la labor de disfrutar lo que le va quedando a agosto y aprovechar su presentido y anticipado otoño y luego ya veremos. Vamos, que hoy mismo me pongo a hacer lo posible para que el día, aunque se ponga cuesta arriba, se vaya pareciendo a lo que tanto deseo que sea, que no solo el camino se hace al andar, sino que es el único camino, porque única es nuestra vida y cada tiempo de ella, y por ello me arremango para que todo momento vivido sea la razón para seguir andando y disfrutando el nuevo paso, porque eso es lo que hará que mi destino, de llegar, sea aún más feliz, y en caso de no llegar, que me quiten lo disfrutado mientras echaba un pie tras otro y soñaba con que hoy, precisamente hoy, estaba haciendo realidad lo soñado.

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