El descanso es un bien fundamental. No es que lo diga yo, que soy un mindundi, sino que lo certifican expertos e instituciones especializadas en salud mental y en el análisis de las relaciones laborales en empresas, entidades y organizaciones sociales. Se sabe que descansar no solo es bueno a nivel personal, es decir, para usted y para cualquier hijo de vecino, sino que incluso es un recurso beneficioso e imprescindible para la economía de un país y, en definitiva, el bienestar colectivo, es decir, para todo quisqui. Algunas personas, sin embargo, conciben el descanso como un tiempo muerto y tirado a la basura, que solo sirve para fomentar la holgazanería y, en definitiva, la pereza, la desidia, la dejadez y otras maldades parecidas propias de quienes tienen poca disposición para hacer algo que requiere esfuerzo o constituye una obligación, especialmente trabajar. Estas visiones pertenecen a la vieja escuela, al tiempo de nuestros ancestros. Mi abuelo materno era un buen ejemplo de lo que escribo. Y como él, una legión.
El descanso es uno de esos derechos que hemos conquistado y que, por consiguiente, merecemos disfrutar todas y todos
Pero el descanso no solo lo merecemos en esta época del año, cuando un altísimo porcentaje de personas disfrutan de las merecidas vacaciones de verano y andan luciendo por ahí el último modelo de bikini o bañador o simplemente haciendo lo que les apetece. El descanso, ojo, lo merecemos en cualquier momento y circunstancia. Incluso, como me recuerda un viejo amigo en un wasap, se ha convertido en un derecho universal, aunque casi nadie lo sepa. Y para demostrarlo, ahí tenemos el artículo 24 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que dice: “Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas”. ¿Ven como lo que reivindico no es ninguna patochada? Sin embargo, como el resto de los derechos enumerados en el preámbulo y los 30 artículos de la citada Declaración Universal, en muchos lugares del mundo su materialización brilla por su ausencia. Y lo curioso es que hay una relación directa entre descanso y desarrollo.
¿A qué me refiero? A que son sobre todo los países más desarrollados y tienen un Estado de Bienestar más avanzado donde el descanso figura como un derecho, del que pueden disfrutar los trabajadores y cualquier hijo de vecino. ¿Y cómo se ha conseguido que así sea? Pues muy sencillo: con reivindicaciones, manifestaciones, luchas, revueltas, peleas, etcétera. Es decir, del mismo modo que se han conseguido el resto de los derechos humanos: con sangre, sudor y lágrimas. ¿O es que todavía queda algún ingenuo que piensa que lo que tenemos (derechos políticos, civiles, sociales, etc.) nos los han regalado o que, como pensaba una señora de mi pueblo, eran una gracia divina? Pues no, son el resultado de haber dado la matraca, durante mucho tiempo y por parte de muchísimas personas. Porque los derechos nadie los regala, se conquistan. Y el descanso es uno de esos derechos que hemos conquistado y que, por consiguiente, merecemos disfrutar todas y todos. Incluso aquellas personas que no creen o no están de acuerdo con estas cosas.