La Opinión de Zamora

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Agustín Ferrero

La Diosa Madre

Ante la Luna es difícil que alguien pueda sentir indiferencia

Espectacular eclipse de luna EP

Había mantenido una relación con la Luna el día anterior, aunque no hubiera pasado de ser un simple vínculo platónico. Es lo que tienen algunas noches de verano, que a veces son mágicas. Se había prendado de ella con la ilusión que había prevalecido aquel otro día en el que había cruzado su mirada con la de una joven de ojos oscuros, cuando ambos paseaban por la calle de Santa Clara. No importó que hubiera dejado de ser joven y, por tanto, que los recuerdos fueran cada vez más fugaces e incluso más borrosos porque, en ambos casos, resultó cautivo de sus sentimientos.

Nada le importó reconocer que tener idilios con la Luna solo les está dado a los astronautas, y él no lo era ni por asomo. Pero aquella noche el satélite de la Tierra se encontraba a una distancia más próxima de lo habitual lo que permitía ser observado y analizado con mayor detalle. Fue tal el flechazo, que creyó ver en los ojos lunares un halo de entendimiento y el alma de un relato.

Había leído un montón de poemas en los que la Luna era el espejo, o cuanto menos la fuente de inspiración de los poetas, y como segunda derivada la referencia de los enamorados. La oscuridad y el silencio del entorno donde se encontraba ayudaba bastante a dejarse llevar por la imaginación y los sentimientos.

Había leído un montón de poemas en los que la Luna era el espejo, o cuanto menos la fuente de inspiración de los poetas, y como segunda derivada la referencia de los enamorados

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No es que él fuera un romántico impenitente, pero tampoco un cardo borriquero. De manera que pensó que no le supondría demasiado esfuerzo establecer un parlamento con ella. Pensó en la mirada de Don Juan, cuando Doña Inés se encontraba en “aquella apartada orilla”, que nos contara Zorrilla, “donde la Luna más brilla”. Y en Aleixandre que sabía qué “las lunas se extinguían, renacían, vivían y lloraban. Y que dos cuerpos se amaban y dos almas se confundían”. Y es que, a veces, la Diosa Madre, aunque con pereza, hace soñar, ya que viene de lejos, viene de detrás de las nubes. Porque “en el silencio estrellado la Luna daba a la rosa, mientras la rosa se daba a la Luna, quieta y sola” que dejó escrito Unamuno.

Le asaltaban versos y estrofas de Borges, Celaya y Alberti, lo que le dio pie para decirle “Ven esta noche a mí, baja a la Tierra. Y en vez de ser hoy luna de la guerra. Solo, tan solo, de mi amor dormido”. Había vuelto a estar de acuerdo con los que postulan que la poesía alivia a los que se han intoxicado de filosofía, y también a los hombres que gritan tanto como le permiten los sentidos. Y es que la Luna hace temblar a los seres humanos, de la misma forma que las luces hacen sobre las aguas.

La Luna se hincha tanto por frotarse con el cielo y, aun así, no parece moverse, aunque la zarandee el viento y la provoquen quienes la llenan de infundios. Por eso es difícil que las almas planas se lleven mal con ella, aunque, a veces haga dudar si les está transmitiendo un reproche o un agradecimiento.

La Diosa Madre, cubierta en velo de gasa, se acerca, se aleja, se ofrece entera o en rodajas. Muestra sus huellas como las pisadas que quedan marcadas en la arena de la playa. Ilumina, sin que por ello tenga que enterarse el recibo de la luz. Ante ella es difícil que alguien pueda sentir indiferencia, entre otras cosas, porque es mayor en edad, dignidad y gobierno.

Con tanto trajín de idas y venidas, de poemas, y de reflejos lunares, el hombre dudó si tal golpe de efecto en aquella noche de verano había sido el preludio de un amor eterno o simplemente una relación abierta.

Entre el silencio y el deseo creyó oír que alguien le decía: “coge una jarra de vino y siéntate a la luz de la luna, y bebe dejando volar tus sueños”, lo que vino a sosegar su ánimo llenándolo de esperanza.

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