La Opinión de Zamora

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El silencio de los corderos

A las tres de la mañana nadie hace cola para entrar en La Alhambra o comprar una lavadora, doy fe de ello

Placas solares EMILIO FRAILE

La actualidad de esta semana me trae el recuerdo de un domingo cualquiera de un pasado no tan lejano. Cerca de las cuatro de la madrugada, iba a atravesar Villalpando camino del mercado de ganados de Medina del Campo. Nadie en la calle, tan sólo la buena gente de verde: un control de la Guardia Civil y los pastores ataviados con sus mejores galas, de verde mono, y con una C15 llena de corderos.

Unos profesionales callados, competentes que llevan a cabo su trabajo a cualquier hora del día o de la noche, incluso con frío y calor extremos, y que dan paso, sin necesidad de preguntar nada, a otros profesionales de feas manos y uñas rucadas que se disponen a hacer el suyo. Nada fuera de lo normal.

Durante mucho tiempo, todos los martes del año, a deshoras, en plena madrugada, tenía lugar el mercado de ganados de Villalpando. Los miércoles, el de Medina de Rioseco y los jueves el de Benavente. Con idéntico resultado: ni un alma por las calles. Un silencio roto tan sólo por los recios pastores que echaban un cigarro mientras criticaban al politiquerío patrio para matar el tedio, y los lastimosos balidos de los corderos llamando a sus madres.

Casi veinticinco años de pastora de ovejas, y qué mal sigo llevando el lastimoso balido de los corderos llamando en vano a sus madres. Casi tan mal como el lastimoso balido de las ovejas llamando, en vano también, a sus crías desaparecidas y camino de Aranda de Duero.

Se compensa, un poco, con la certeza de saber que estoy alimentando a mi prójimo con una carne de extraordinaria calidad. Porque procede de ovejas que pastan libres como el sol cuando amanece, y que viven mejor que millones de humanos.

La obligatoriedad de apagar las luces de edificaciones publicas y comerciales en horario nocturno es una necesidad que no podemos seguir dejando para mañana

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A lo que iba, ha sido proponer el Gobierno central una serie de medidas encaminadas a reducir el consumo de energía, como pueda ser el apagado selectivo y a altas horas de la noche de las luces exteriores en edificios públicos, monumentos, y privados, comercios, y el selecto club de los del “De qué se habla que me opongo” se ha dado prisa en poner el grito en el cielo.

Insisto, la propuesta habla de apagado selectivo de las luces a altas horas de la noche. Sí, ese mismo periodo de tiempo en el que la ciudadanía decente y honrada tiene la sana costumbre de dormir, apostar por Internet a qué futbolista se va a hacer un nuevo tatuaje y en qué órgano interno, porque la epidermis de muchos ya no da para más, ver maratones y hasta triatlones de series, o se afana en desordenar con pasión y a conciencia las sábanas.

Por supuesto, cómo no podía ser de otra forma, enseguida ha salido raudo el gallardo vicepresidente, nuestro outsider preferido, nuestro renegado con causa, nuestro firme defensor de las libertades y los derechos civiles, a hacer un llamamiento popular para organizar un segundo Motín de Esquilache.

Ya lo hizo en su momento otro compendio de sabiduría y rebeldía, de apellido Aznar, cuando se opuso con saña a la Ley antitabaco y a la modificación de la Ley de Tráfico para que se prohibiera beber alcohol al volante. Sólo en las dictaduras social-consumistas se prohíbe a los ciudadanos conducir borrachos como cubas, llegaría a alegar. Y si no lo hizo, sería sólo por seguir el consejo de su prudente gabinete de comunicación.

Veritas odium parit, la verdad genera odio, que dijo un tal Terencio. Es lamentable tener que admitirlo, pero algo tan obvio como apagar las luces para no despilfarrar un dinero que no nos sobra y reducir el consumo de unos recursos naturales limitados, sólo somos capaces de cumplirlo obligados por Ley.

De igual modo que si no existiera una Ley que nos prohibiera fumar en lugares públicos, seguiríamos fumando como camioneros de Braganza, en bares, playas, centros de trabajo, guarderías y hasta en la UCI. Sin tener en cuenta que nuestra libertad para destrozar la salud propia, acaba donde empieza la del resto de paisanos de preservar la suya.

La obligatoriedad de apagar las luces de edificaciones publicas y comerciales en horario nocturno es una necesidad que no podemos seguir dejando para mañana. Es más, dada la complicada situación internacional, y debido al agotamiento de los recursos naturales, la política nacional en materia de energía debería convertirse en un asunto de Estado.

Un asunto de Estado en el que habría que poner fin a la rivalidad cainita, quitando el acento de la derecha, la izquierda y los regionalismos. Porque lo que debe prevalecer es la política que mira por el bienestar de todos, y en beneficio de todos, en lugar de la actual política de rancios intereses partidistas.

Y ya puestos, no vendría mal, que aprovecháramos el (incierto) momento para crear una empresa estatal de energía. Muchos de nuestros vecinos europeos la tienen. Aunque para ello, primero habría que obligar al presidente de todos los españoles a que gobernara en beneficio del pueblo español, en lugar de hacerlo para los hombres del puro que tan generosamente abren sus consejos de dirección a los políticos acabados.

(*) Ganadera y escritora

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