La Opinión de Zamora

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Cristina García Casado.

Los telares de Cris

Cristina García Casado

Hacer pueblo

Que llegue gente nueva al campo me parece apetecible y, sobre todo, una emergencia

El otro día le di una bolsa con primeros calabacines del huerto y huevos recién recogidos del corral a un amigo que vive en Madrid y me dijo que eso ahora “a los urbanitas” (sic) les encanta. Cualquier cosa que parezca auténtica, real, está de moda en este mundo de filtros y plantas de oficina idénticas. Quieren el campo pero, me temo, sin el campo.

Hacer pueblo Cristina García Casado

Recientemente, Carlos Carrero, la otra mitad de Moderna de Pueblo junto a Raquel Córcoles, decía que su sueño sería vivir en un pueblo pero habitado por la gente con la que se relaciona en Madrid. Un pueblo lleno de modernos de ciudad, me pareció entender. También he leído de jóvenes que repueblan municipios abandonados y los llenan de niños iguales de padres iguales.

Supongo que todas estas personas no han tenido nunca pueblo en nuestra acepción de tener pueblo. Que cuando eran niños no echaban los tres meses del verano entre las casas de los abuelos y la bisabuela. Que no se han sentado al fresco con vecinas y primos y “turistas” (así llaman en el mío a los que vienen solo en agosto) de todas las edades. Por que eso, convivir y compartir con gente distinta a ti como si fueran tu familia, es, digo yo, un pueblo.

Cualquier cosa que parezca auténtica, real, está de moda en este mundo de filtros y plantas de oficina idénticas. Quieren el campo pero, me temo, sin el campo

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En los pueblos se juega desde muy pronto con las niñas y los niños que hay. Sobre todo en nuestros pueblos, tan menguados, no da para más de una pandilla por generación. Todos salen juntos, aunque por ratos haya peleas y filias y fobias como en toda asociación humana. La gracia y a veces también la condena de los pueblos es esa: no eliges. Tienes que exponerte al entorno y navegar lo mejor que puedas en él. Se aprende mucho.

Que venga gente nueva a los pueblos me parece apetecible y, más que nada, una emergencia. Pero, como me decía un buen pensador zamorano el otro día: hay que venir, venir. Teletrabajar en casa y no pisar el bar, no llevar el niño al parque, no decirle a alguien, como harías al llegar a una ciudad, vamos por un café, de poco sirve. Tomemos nota.

Los pueblos se rigen mucho por la lealtad a lo conocido pero sus gentes tienen una capacidad de apertura que ya quisieran las de algunas ciudades. En este sistema quebrado parece que sí, este es el momento de mudarse a los pueblos. Pero vamos a volver y que se note. A hacer pueblo.

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