La Opinión de Zamora

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Agustín Ferrero

Buena la armó Gutenberg

De la misma manera que los niños desobedecen haciendo lo que se les ha prohibido, los ciudadanos también tienen derecho a hacerlo

“Nosotros lo llamamos PREriodismo: primero damos la noticia y luego esperamos a que sucedan los acontecimientos”, decía Riki Blanco en una de sus últimas viñetas, dejando flotar cierta amargura, quizás impuesta por la inercia de los acontecimientos.

Buena la armó Gutenberg

Y es que buena la armó Gutenberg inventando la prensa de imprenta, allá por el siglo XV. Porque, a partir de entonces, empezaron a circular las noticias de manera escrita.; hasta que en el siglo XX apareció la radio y la televisión, y mas tarde, en el siglo XXI, Internet. Y todo lo que había sido un misterio se puso patas arriba.

Lo cierto es que cuando alguien se adelanta a dar una noticia que aún está por suceder, puede llegar a acertar o no. De ahí que no debiera considerarse como un hecho periodístico, pues éste debe responder a una información veraz y oportuna. Y es que eso de jugar a prever el futuro solo le fue dado a los oráculos, y de eso hace ya muchos siglos.

Pero hay veces que nos gustaría que alguien o algo al modo de los oráculos, actuando como pitonisas y sacerdotes, nos pudiera decir cómo han sucedido los acontecimientos, que se niegan a ofrecer su verdadera cara, sin tener que esperar al resultado de las investigaciones que puedan corresponder al caso. Y puestos a pedir, sin apartarse de la objetividad, la imparcialidad y la veracidad de las informaciones, que forman parte del código ético de los periodistas.

Viendo el otro día como uno de nuestros paisanos corría, envuelto en llamas, alejándose de una terrible lengua de fuego que se le acercaba por momentos, se me ponían los pelos de punta. El hombre en cuestión había luchado hasta el último instante contra las llamas destructoras que se le venían encima, mientras intentaba hacer un cortafuegos con su tractor. Pero su esfuerzo y valentía no resultaron suficientes para poder frenar a la bestia. A la derecha del agricultor, en la misma pantalla de televisión, creí ver a un individuo sentado en un cómodo sofá tomando un gin-tonic, mientras se regodeaba viendo la noticia. Se trataba del terrorista ambiental que había prendido fuego al monte. Cómodo y despreocupado parecía vanagloriarse con la “proeza” ´de la que había sido protagonista unas horas antes. Y es que pudo más mi deseo de conocer al criminal que la realidad que mostraban las imágenes. Se sabía que el fuego había sido provocado, pero, desafortunadamente, no se conocía la identificación del terrorista. Fue en ese momento cuando una enorme mancha roja llenó la pantalla durante unos segundos.

Me puse en guardia presto, y pedí, ante el oráculo de Delfos, que me fuera dicho quién era aquel individuo sin entrañas, que, sin inmutarse, había atentado contra la madre naturaleza, o sea contra todos nosotros. Ofrecí a los dioses lo que no estaba escrito, para poder saber quién había sido el canalla que, además de haber destruido un patrimonio natural formado durante décadas, había quitado la vida a dos personas y herido a más de una decena.

Cualquier día de éstos se dejará de hablar del tema y aquí paz y después gloria. Pero no dar con el o los culpables es algo tan frustrante como lo pueda ser dejar una novela a medio escribir

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“Solo cuando resulta imposible acceder a la verdad se tiene la libertad de decidir por cuenta propia lo que ha podido suceder” le había oído decir a uno de mis antepasados; y éste era ahora el caso. Porque el hecho cierto es que el fuego había sido provocado, y ahora la cuestión era dar con el desalmado brazo ejecutor.

De la misma manera que los niños desobedecen haciendo lo que se les ha prohibido, los ciudadanos también tienen derecho a hacerlo, especialmente cuando determinados delitos, como éste de la destrucción del medio ambiente, amenazan con quedar impunes. O cuando, una vez detenido y juzgado él o los culpables, les cae una pena inferior a la de un ladrón sorprendido mientras robaba un banco.

Desde ese momento, todos los días escudriño los periódicos; escucho varias emisoras de radio; y veo un montón de telediarios, con el deseo de verle la cara al asesino. Pero las informaciones van por otro lado: por las visitas de algunos dirigentes políticos para hacerse la consabida foto, y con las imágenes impactantes. Cualquier día de éstos se dejará de hablar del tema y aquí paz y después gloria. Pero no dar con el o los culpables es algo tan frustrante como lo pueda ser dejar una novela a medio escribir.

Mientras tanto, el terrorismo de ETA se ha quedado como un tema recurrente, que es sacado a relucir, cada dos por tres, aunque desde la derrota de la banda hayan transcurrido bastantes años. De ahí que cueste entender por qué el terrorismo ambiental se llegue a olvidar rápidamente, probablemente antes de que llegue el invierno.

Es triste hacer como aquel individuo que primero veía su cara en el espejo, y luego, si le gustaba su imagen, se iba acercando a él de manera paulatina.

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